Capítulo 7

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Nota: Visitar el glosario si es necesario. 

Fue difícil para la pelinegra encontrar un espacio adecuado de tiempo en el que su compañero no respondiera con fríos monosílabos. No se atrevió a abrir la boca hasta tarde, cuando el sol se ocultaba y daba paso a una luna brillante.

—Señor, ¿ha escuchado alguna vez del polvo gris?

Liu Kai quiso, como era costumbre, ignorarla. Pero la soledad del camino era tan densa, y sus recuerdos hacían tanto alboroto en su mente, que creyó que algo de ruido no vendría mal.

Con un regusto amargo en el paladar, contestó.

—Puede. No lo recuerdo.

Chen Yan estuvo bastante satisfecha con esas simples palabras.

—Todos coinciden en que se hace a partir de magia de estrellas. ¿Se imagina lo difícil que es crearla? Trabajar con ellas exige mucho esfuerzo, dedicación y poder. Al menos eso dicen los textos antiguos —comentó alegre —. Los mortales que han intentado elaborar el ritual no llegan al segundo paso, caen muertos de inmediato.

Liu Kai la miró de reojo, frente en alto.

—¿Por qué un mortal lo intentaría? 

—Los resultados superan su escaso sentido de razonamiento. Escuché que sirve para infinidad de cosas.

—¿Cuáles son sus utilidades, entonces?

Chen Yan se encogió de hombros.

—Depende.

—¿De qué?

El hombre comenzaba a irritarse, odiaba los rodeos.

—De la versión del relato que haya escuchado —recalcó la dama con obviedad —. Los del norte dicen que fue un intento de los hechiceros por imitar la lluvia de la eternidad, así que el polvo concede juventud eterna por el lado estético. Los del sureste susurran que meramente es un... afrodisíaco.

Liu Kai arrugó la nariz y decidió que era bastante interacción social por un día.

Ajena a sus muecas, la pelinegra no detuvo su plática.

—Creo que capturaré una bruja y la obligaré a hacer un bote de polvo para mí —intentó bromear —. Quedarme con esta piel tersa para siempre; un sueño hecho realidad.

—No creo que sea necesario el polvo para cumplir esa tarea.

El corazón de Chen Yan se encogió, sus labios mostraron un esbozo de sonrisa.

—¿De verdad lo piensa?

Liu Kai frunció el ceño al distinguir el tono y se aclaró la garganta con una pizca de incomodidad.

—Me refería a que nuestra inmortalidad abarca la conservación de la imágen. El rostro que teníamos cuando se nos concedió este "don" nos seguirá hasta la muerte, sin necesidad de usar medios externos. Usted es joven, y si dice que su piel es tersa, siempre la tendrá así.

—Oh.

Chen Yan giró el rostro, escondiendo sus mejillas coloradas. No pudo aguantar la vergüenza y pensó algo parecido a: «No logro visualizarlo diciéndole palabras dulces a su esposa»

Se percató de su error en cuanto los hombros de Liu Kai se tensaron; había hablado en voz alta.

—Si tanto le interesa —dijo el pelinegro, moviendo el cuello para mirarla —, no llegó a ser mi esposa.

Una mezcla de emociones intensas rugía en sus pupilas. Liu Kai volvió a su posición inicial y su postura rígida indicaba que la charla había terminado.

El brujo del velo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora