Capítulo 6

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Partieron en cuanto las riendas de un hermoso caballo les fueron entregadas.

El distintivo paraguas de Chen Yan se amoldó perfectamente al lomo de su corcel, junto a un par de bolsas de cuero que contenían las compras nocturnas de la dama. Sin dignarse a decir algo, pero con las cejas curvadas, Liu Kai pudo confirmar que el asiento había sido modificado con el propósito de cargar cualquier baratija de ese tipo.

La postura recta, la mirada audaz y su destreza al cabalgar hacían lucir a la mujer como una bandida preciosa y feroz cuya mano no vacilaría al clavar una hoja en el cuello de su enemigo.

El cultivador aún no tenía en claro la personalidad de la fémina, por lo que su atenta vigilancia no menguaba. A ella no parecía importarle sus evaluaciones constantes, respondiendo cada una de sus dudas superfiales y regalando sonrisas encantadoras. 

Liu Kai sólo esperaba que su máscara cayese. Estaba seguro que en algún punto lo haría. 

***

El viento los azotó con vigor durante la primera noche andando.

Las túnicas abrigadas no fueron suficientes para amortiguar ese suspiro helado del clima. Cuando Chan Yan apretó sus correas y exhaló vaho, el hombre supo que era momento de actuar, aunque él pudiera soportarlo un rato más. 

El pelinegro hizo una coreografía peculiar con señas, tenues estelas blancas brillando al compás de sus yemas. Este gesto le permitió colocar sobre ellos un escudo de energía, y por ende, tanto jinetes como animales pudieron mantener el calor corporal.

Luego de esos movimientos nadie se dignó a soltar palabra alguna en ese extenso y cansado lapso. Tampoco se detuvieron hasta la mañana siguiente, en una villa ruidosa. Desmontaron, comieron, compraron provisiones y regresaron al sendero.

Llegaron al pueblo destinado antes de que el sol se pusiera. 

La entrada a Tibian tenía una vieja historia que se contaba por las laderas vecinas: Había quienes aseguraban que el arco que daba acceso a él fue construido por las mismísimas divinidades, como pago de una penitencia. A pesar de eso, con un buen monumento que les permitiría prosperar en el ámbito económico, la comunidad se aferraba a la opción de mantenerse libre de aglomeraciones extranjeras.

Liu Kai se detuvo en seco, observó al hombre que custodiaba los anchos pilares y dio media vuelta. Chen Yan gimió con sorpresa debido al cambrio brusco y lo siguió.

—¿Por qué regresamos?

—Guardias.

—Siempre ha habido guardias en la entrada —razonó la mujer —. Justo porque a los habitantes no les gustan los viajeros con intenciones desconocidas.

El pelinegro la miró de soslayo.

—Me niego a creer que no sepa que esos símbolos pertenecen al uniforme de una corte real. Si lo que tratamos de hacer es pasar desapercibidos, aquí no lo conseguiremos.

Chen Yan se quedó muda. Sus ojos se movieron a la figura perezosa de atrás y entreabrió los labios disgustada.

—Las cuatro naciones nunca dejan de pelear; la guerra siempre la llevan en la punta de sus lenguas. A saber qué planean ahora, invadiendo poblados contiguos como perros codiciosos. Tal vez...

—Señorita, esos asuntos no nos incumben. Centrémonos en lo importante.

Reprendida con motivo, ella obedeció, trotando hasta quedar a su altura.

—El único lugar que se me ocurre está a poco más de una semana de distancia, deteniéndonos únicamente para dormir —continuó Liu Kai, retándola en cierto aspecto —. ¿Cree poder soportar el viaje?

El brujo del velo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora