Un recuento del pasado: Acto 1

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La vida de Edalyn Clawthorne no es tan trágica como parece.

Mírenla: Sentada elegantemente en un sofá rojo con decorados amarillos, de aspecto barato y tosco, en el recibidor de un hotel, esperando en su vestido rojo vino, meneando -en un intento de secar- su gran cabello gris por el tiempo que, a pesar de tener cuarenta y cinco, se parece al de su madre y su abuela; lo que ambas temían para aquella rebelde Edalyn de veintitrés que empezaba a presentar canas juveniles: la genética es hereditaria.

Sus piernas cruzadas reluciendo esos tacones que combinan con el rojo intenso del vino y la sangre mezclados, una armonía del color que fue producida al azar mientras hurgaba en su ropero muy rápido porque estaba retrasada por quince minutos; «estoy en cinco» dijo por teléfono mientras se secaba el pelo con una toalla y con su otra mano hacía un intento de delinear su párpado, sujetando el teléfono con el hombro y casi tropezando al colgar, porque pisó sus zapatos que estaban frente a su espejo.

Ahora tiene la pose de una joven. Su sombra delgada sigue siendo de su yo de hace treinta años, juvenil y llena de vida, pero con casi cincuenta años recuerda a una estatua de bronce marcada por el pasar del tiempo y adquiriendo el color de los árboles que lo rodean. De un dorado falso a un cobrizo real. Eso mismo le sucede a Edalyn, antaño rebosante de una juventud, entre dorada y cobriza y hoy casi desabrida como aquella sala de estar blanca, igual a un postre de hospital; dándose golpecitos en la rodilla y mirando el reloj colgado en la pared. Sostiene un bastón alargado, aquella reliquia que encontró en un basurero local y le fascinó su tallado, preguntándose ¿quién fue el imbécil que lo botó?

Se lo llevó a su casa, como la acumuladora que su madre le enseñó a ser, guardando cosas inútiles con la esperanza de que algún día sean útiles. La mayoría no lo son, pero podrían ser, solo hay que darles tiempo, como a Owlbert el durmiente que ahora está en un hotel, luego de haber sido guardado años, encerrado en casa, al fin conoce el mundo más allá de la cabaña antigua en la que habita con una mujer igual de antigua.

Lo que más llamó la atención de ese bastón fue aquel búho pequeño que está tallado de la misma madera del bastón. No hay cortes ni pegamento, es literalmente el bastón, delineado desde su soporte y los ojos en forma de rombos estilizados le dicen ¡hola!

Le recuerda a ese viejo búho que vio una vez en su infancia, cuando su padre la llevó al bosque a acampar. Durmieron una noche ahí y al despertar había un búho mediano sentado en una rama de un árbol cercano.

¡Owlbert el durmiente! La estatuilla le recuerda a ese búho y su ulular cuando descubrió que habían campistas cerca y escapó para dormir en otro lugar...

Owlbert el durmiente en sus manos, aún durmiendo, Eda espera verlo despertar, en su imaginación constipada y activada por el aburrimiento (ya pasaron cinco minutos) lo puede ver abrir los ojos, de un dorado intenso como en una película de ficción, y volar a su alrededor, como si ella fuere mamá Eda y él su pequeño.

¡Hola Owlbert!

Mientras Eda espera, da vueltas y vueltas por el recibidor una joven con un vestido negro y cabello verde menta, una especie de colibrí forrado en tela, polinizando de aquí para allá, primero a la recepcionista, un par de vueltas más, y luego a otra chica que baja del ascensor con la cual parece calmarse y le da un abrazo, la toma de la mano y sonríe. Eda se aferra a Owlbert pensando, y disimulando ver a la pareja feliz saliendo del hotel: ¿dónde demonios se perdió Raine?

Dijo que estaba hospedada ahí y que estaría quince días hasta que el congreso le llame para una reunión política sin importancia, pero con una multa de doscientos dólares si faltaba.

Eda no es del todo consciente de ello, claro; aunque Raine rompe el estereotipo que tiene de un político activo en el ministerio de cultura y arte. Antes de volver a reconectarse creía que todos los políticos eran puntuales con sus citas gracias a sus eficientes secretarias que poseían una maestría o un doctorado pero que ocupaban esos puestos por la poca demanda de doctores en bellas artes y demás.

Another LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora