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sigo a emma hasta una puerta cerrada con llave. tras ella hay una habitación más austera que las demás. deduzco que no está destinada a los huéspedes del hotel. hay varios armarios, arcones y muebles de diferentes estilos.

emma abre uno de los armarios y saca una maleta, que coloca encima de un arcón. “si quieres, puedes examinar su contenido,” me dice. enseguida entiendo por qué.
la maleta está en bastante mal estado, pero al lado de la empuñadura se adivinan dos iniciales.

HK. hanemiya kazutora.

emma me observa con atención. no sé si le divierte o le incomoda que hurgue en el pasado de su familia de esta manera. le pregunto si puedo hacerle una foto a ella también, pero se niega rotundamente.

le doy la espalda y contemplo la maleta como si fuera un tesoro, el resto de un naufragio que las olas han hecho llegar a mis pies en una playa remota. ¿qué encontraría dentro? ¿estarían allí las respuestas que buscaba o habría aún más preguntas?

finalmente la abro... y esto es lo que me encuentro. carpetas, papeles y un pequeño maletín.

emma me dice que no preste atención a las carpetas, ya que no tienen ningún interés para mí. en el maletín está todo lo que necesito. y cuando lo abro...

¡fotos! docenas de fotos de todos los tamaños, temas y épocas. un montón de instantes inmortalizados en celuloide, caras anónimas, paisajes exóticos, instantáneas familiares… ¡hay de todo!

al parecer hace años que las fotos están ahí guardadas. la mayoría las encontraron cuando reformaron el hotel. las metieron en el trastero para organizarlas un día, pero como suele pasar, ese día nunca llegó.

emma está segura de que alguna foto de principios de siglo habrá y me invita a buscarla. yo miro el interior del maletín abrumado. ¡ahí puede haber tranquilamente 200 o 300 fotos! me puedo pasar horas examinándolas...

emma sonríe: “cuando te canses, puedes bajar a cenar al restaurante.” y dicho esto, se va. una vez solo, saco todas las fotos del maletín y me pongo a clasificarlas como buenamente puedo.

y así es como se hace de noche, con un pringado encerrado en un trastero en medio de transilvania empeñado en contar una historia de amor.

la tarea me toma más tiempo del esperado y bajo al restaurante sin haber terminado. vuelvo a cenar demasiado (vaya novedad) y decido continuar al día siguiente.

esa noche me cuesta conciliar el sueño. me quedo un buen rato mirando la ventana desde la cama y preguntándome cuántas veces habría hecho kazutora lo mismo, hace más de cien años en esa misma habitación.

y no puedo evitar preguntarme qué carajos hago yo aquí. ¿he dejado que esto se me vaya de las manos? ¿he desatendido mi curro en târgu mures persiguiendo un espejismo? ¿por qué necesito saber la verdad de esta historia que ni me viene ni me va?

¿tanto necesito creer en el amor?

la luz del alba me despierta bien temprano y vuelvo al trastero sin desayunar. tengo que aprovechar el tiempo: no me puedo quedar más días en sighisoara. hay que resolver el misterio hoy o me iré sin respuestas.

y nada más empezar encuentro la primera foto. es un pelotón del ejército austrohúngaro: un grupo de jóvenes soldados posando orgullosos con sus uniformes impecables. seguramente ahí ni siquiera habían disparado una sola bala todavía.

y entre ellos, con su habitual cara de “en vaya jardín me he metido”, reconozco a hanemiya kazutora. me pregunto si alguno de los otros es baji keisuke…

hasta que encuentro la segunda foto. dos oficiales y un soldado.

y el nombre del soldado no deja lugar a dudas.

baji keisuke. 1914.

las piezas del puzzle empiezan a encajar por fin.

history hates lovers.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora