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¿Qué tenía que haber pasado para convertirse en lo que era?

¿Qué clase de historia le pertenecía a esa mujer?

Era indudable que ya no tiene una, solo un aspecto terrorífico, naturalmente roto. El cabello casi gris despedazado; la ropa rasgada, un polo blanco ya no pulcro, solo una trusa; las rodillas manchadas de sangre y tierra; la piel pálida; aracnodactilia; una boca atravesada por sus propios dientes. 

Cuando se acercan gruñe, advirtiendo que corran, que se salven de su infierno. Escapa de la luz y se convence de que la oscuridad es como el vientre de una madre. Al tocarla se sobresalta, grita y persigue a su víctima sin nada que la detenga hasta alcanzarla y obligarla a gritar hasta la muerte. 

La carne fue arrancada de su origen desde el primer corte. 

Aquella mujer solo ya no lo era. Era ahora una asesina, una asesina a la que, por el recuerdo herido, intentó ayudar; porque su alma auténtica, que yacía escondida en lo profundo de su mente sometida contra voluntad era, si bien no pura, verdaderamente buena.

—No te atrevas... 

Un ruego, en cuanto se llegó a segundos de que la vida se le acabara. 

El cabello apagado caía desastrosamente, cubriendo la evidencia restante de que no era más una humana. Los ropajes se los habían arrancado del magro y delgado cuerpo antes de asesinarla en el simple acto de morderla. Y ella no se había percatado de ello porque su desesperación superó su raciocinio. A quien Perú le dijo que todo estaría bien la primera vez murió; la segunda vez no fue diferente; ni la tercera, ni la cuarta; ninguna habría de ser suficiente.

Era una cazadora, un depredador. Lloraba y lloraba hasta sangrar por los ojos porque no se los arrancaron antes de condenarla a ese tipo de existencia. Asesinaba con los gritos aterrorizados rasgando su garganta y los dientes afilados goteando, y, al terminar, observaba sus zarpas y muñecas cortadas; sus uñas, que enterradas de lágrimas y plasma, también habían crecido tanto como la perpetuidad de su llanto; de solo mirarse, a la antes humana el llanto regresaba, enrojeciendo y evidenciando las venas en sus ojos hundidos y pupilas rojas y dilatadas, se tapaba el rostro con las extremidades culpables y ensangrentadas como si se reconociera como un monstruo, y comenzaba a escapar a una velocidad incalculable, con los gritos siendo escuchados hasta el infierno.

Perú estaba a punto de pasar ese proceso. 

—Aguanta un poco más. 

 A aquel que llore no lo dañen, no lo enfurezcan, porque se convertirá en un monstruo; como lo es ella, como lo es ésta verídica y dañada asesina, como lo es...

—¡Quiero que encuentren el maldito desfibrilador! 

El toque sobresaltó a la infectada; la aterró, la obligó a atacar como un animal. Perú retrocedió, se arrastró como la gente que observó perecer tiempo atrás, corrió, pero fue alcanzada porque ni siquiera ella podía superar la velocidad de aquella. 

Un solo corte la derribó, como si las piernas le hubieran sido rebanadas. La sangre brotó. La Maldita empezó a rebanar el resto del cuerpo de la chica frenéticamente, con rabia, con odio.

Cada vez que las cuchillas de sus manos impactaban con su piel se le era arrancado a Perú un pedazo de vida.

Perú gritaba, incapaz de hacer algo más. Nadie podría. Nadie supera a la Bruja sin un esfuerzo sobrehumano. 

Llegaron, pero llegaron tarde.

Mejor tarde que nunca, dicen. Aquel tarde mata multitudes.

La muerta recibió cientos de impactos de balas, pero se mantenía en una sola posición, inamovible, arañando y rebanado a su víctima hasta lograr su cometido: asesinar a la culpable de que recobrara el miedo. 

No. Aquella no transmite la enfermedad.

Ella no devora, no muerde, no infecta. No obliga a otros a pasar por lo que su desequilibrada mente pasó, a diferencia de los otros.

No se volvió salvaje por elección, al igual que el resto. Ella era especial, porque había sufrido de un modo especial. Fue mordida, y sobrevivió los segundos suficientes para adoptar un mecanismo de caza diferente, porque sabía que no ganaría, porque sabía que terminaría como aquel muerto, destinada a cazar y hacer sufrir a quien cazara tanto como ella. Entonces, en la desesperación, encontró el equilibrio entre su venganza y su misericordia: no condenar a nadie a pasar por el inferno por el que los infectados pasan; pero, la muerte, la salvación, la huida, costaría. 

Y el costo era el dolor. 

—¡No te atrevas a irte!

Era maravillosa, impecable.

Era cruel, desequilibrada. 

—¡Regresa!

Era vesánica. 

Era perfecta.

Era una Bruja.

—Ojos de un demente culpable—

27/02/22

MADE TO DIE [TodosxPerú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora