CAPITULO FINAL

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Todas las mañanas pasaba él por el mismo sendero para cruzar un bosquecillo de álamos blancos que se adentraban en el parque.

Salí antes que alborease, llevando una cuerda en la mano y escondidas en el pecho mis pistolas, como si fuese a batirme en duelo. Corrí hacia su camino preferido; tendí la cuerda de un árbol a otro y después me escondí detrás del árbol más cercano.

Pegue mi espalda contra el; escuché el golpe de sus pies contra el suelo; luego los ví a lo lejos, por debajo de las ramas, como al final de una vereda; venían a todo galope.

¡No me haba equivocado!

¡Era lo que yo pensé!

Parecía como transportado de felicidad, la sangre le subía a las mejillas, su mirada tenía destellos de locura, y el vaivén precipitado de la carrera ponía en vibración su sensibilidad.

El imbécil que lo acompañaba tropezó en mi trampa y rodo con los huesos rotos. A él lo cogí en mis brazos. Tengo fuerzas como para cargar como un buey.
Lo deje luego en el suelo y me acerqué al otro, que nos miraba. Todavía hizo un intento de levantarse, le puse el can de mi pistola en la oreja...

¡Y lo hice!

¡Lo mate!

¡Igual que si hubiera sido un animal!

Pero también yo rodé por tierra, con el rostro cruzado por un golpe; y al ver que él, el hombre que amaba, se lanzaba de nuevo contra mí por defender al imbécil que lo había apartado de mi calor... le metí la otra bala en el vientre.

Díganme ahora:

¿Estoy loco?


¿LOCO?  -KookMin-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora