Por fin llegó el día en el que me iba de viaje, desearía que fuera para no volver. Aun así, renuncié a mi empleo sin que mis padres lo supieran y vendí algunos objetos de valor. Empaqué mis maletas según el pasar de los días como forma de manifestar mi más grande sueño. A medida que se acercaba mi cumpleaños número dieciocho, fui averiguando cuánto me costaría el pasaje en bus y la posibilidad de hospedaje. Nadie lo sabía, pero necesitaba huir del ahogo que sentía y quedarme bien lejos de lo que conocía. Estaba harto de ocultar quién soy, mis gustos, mi personalidad y mis problemas. Prefería mandar todo a mierda e irme con la excusa de mis primeras vacaciones como adulto.
Mi rutina era la misma de siempre, un ciclo asqueroso y difícil de romper. Por la mañana, mis padres no estaban por lo que era una bendición entre tanta mierda. En el colegio tenía un grupo de amigos, sí, pero ni con ellos podía ser yo. Con las clases ni se digan, eran todas puro formalismo.
Mis tardes solían ser borrosas, por razones que no vienen al caso. Ya por la noche, mi padre me sometía a un interrogatorio sobre qué hice durante el día, absurdo, porque no me escuchaba y terminaba dándome consejos inútiles.
Soñé con este viaje a los dieciséis desde el momento que vi mi destino ideal un día por culpa de un cartel en las afueras del sitio que frecuentaba con mis amigos. "Nuevo parque de atracciones VillaVerde, gran apertura la próxima semana". Sí, puede que estuviera borracho y mi único recuerdo era VillaVerde. Lo de las atracciones lo saqué porque en realidad sí tienen un lugar así. Al investigar, supe que era un pueblo grande que recién comenzaba a expandirse, pero era lejos, seis horas en autobús. Me servía.
Desde entonces, soñaba con ese sitio, se volvió mi salvación de una vida que no quería. Ahí me imaginé a mí mismo siendo libre, rentando alguna habitación y trabajando en ese parque. Lo deseaba tanto, que tracé un plan de ahorro, y otro para convencer a mis padres de viajar. Trabajé en dos restaurantes de comida rápida, uno los fines de semana y otro por las tardes. Por supuesto, mis notas eran mediocres, pero tenía la fortuna de que me alcanzaba para comprar exámenes. Era la ventaja de ir a un colegio privado de niños ricos con una cantidad de alumnos que no sobrepasaban los cien por grado de estudio. Todos teníamos un afán de sobrevivir aquel sitio inmundo, en donde esperaban que fuéramos directos a Harvard o a Oxford y que mantuviéramos el nombre del colegio —o como lo llamaban ellos— nuestra vida. Muchos de dirección se hacían la vista gorda, a pesar de que les gustaba alardear de las notas de sus alumnos, la mayoría hizo un pacto de copiar los exámenes.
Incluso, había algunos profesores que vendían las respuestas al camello designado y así éramos capaces de mantener un nivel específico para que no lo despidieran. Todos en esa mierda guardaban secretos. Incluso yo, mi abuelo se acostó con la directora cuando enviudó y, gracias a que los vi, me dieron una plaza para estudiar. Era un infierno, no por lo que ocultaba, sino porque, a fin de cuentas, tuve que esconder quién era. Ninguna de las personas a las que consideraba mis amigos habían ido a mi casa, sí conocían a mis padres de lejos, pero jamás dejé que supieran donde vivo.
Por eso estaba solo en la estación de autobuses, no quería que ninguno de esos dos mundos de mierda se mezclara antes de decir adiós. Aun así, estaba de pie frente a la puerta cuatro, sosteniendo la maleta con fuerza. Como si se me fuera a escapar, o aquel sueño se iba a desmoronar si me volvía un blando. No podía sucumbir a mi propia cabeza, era muy traicionera.
Tragué grueso y saqué el billete para verlo una vez más. Memoricé mi número de asiento y miré al frente. VillaVerde. Mi nuevo hogar. Pestañeé al darme cuenta de que me había quedado lelo en las profundidades de la nada.
La estación estaba llena de gente, en su mayoría seguro se bajaría mucho antes que yo, en ese destino intermedio que ofrecía una playa con una arena demasiado blanca para ser normal. La mayoría se quedaría en dónde pudiera disfrutar del clima caluroso.
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La sombra del corazón
Teen FictionGustavo se fue de casa y le toca viajar en un bus con otro chico que no lo deja en paz. Al cumplir 18 años Gustavo utiliza sus ahorros para por fin irse de casa para el viaje de su vida. Cansado de la vida que llevaba, se sube a un autobús en direcc...