Capítulo 5

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Las mañanas me marcaban de manera diferente, cada vez que abría los ojos significaba que tenía otras horas más de existencia monótona. Esa primera vez me desperté y vi el techo ajeno en la oscuridad, no sentí miedo.

Eran las cinco de la mañana, pero advertí que me encontraba diferente. Estaba descansado. Mi sueño jamás ha sido regular y el vivir entro sitio no lo cambiaría. Reposé mis manos sobre mi estómago, las sábanas me cubrían hasta un poco más arriba. No tenía frío, pero por suerte tampoco había sido una noche cálida.

Sabía a la perfección por qué abrí los ojos tan temprano y, menos mal, no era por culpa de una pesadilla. En unas horas, iría con Eric a conocer el parque y sería el primer día completo en VillaVerde; existía un cincuenta por ciento de que todo terminaría mal.

Quizás Eric me conociera mejor y me detestara, o yo a él. Puede que el parque fuera aburrido y que mi burbuja se reventase por completo.

Puede que llegara a odiar VillaVerde tanto como mi ciudad natal.

El otro cincuenta me gustaba más, porque todo estaría bien. No tenía razones que me llevaran a pensar en positivo, mi mente estaba programada para ser tan negativa que ni yo me soportaba a veces. Sin embargo, la expectativa de conocer algo nuevo me mantenía sonriéndole al techo por un largo rato.

Me senté sobre la cama para después levantarme, estirando los brazos y la espalda. Casi maldigo a los asientos del autobús al escuchar el crack de mis huesos, pero me detuve frente a la ventana. A lo lejos se veía una franja anaranjada, minúscula, y bonita. Embobado observé el amanecer y absorbí, mediante mis retinas, los rayos jóvenes del sol. Era otro día, el tiempo continuaba mientras que yo me encontraba estancado y con el corazón palpitando rápido.

Mi estómago rugió del hambre y sacudí mi cabeza. No estaba seguro de qué hora era y mucho menos cómo funcionaba el desayuno en esta casa. Si el señor García me había explicado, ya no lo recordaba. Suspiré antes de darme la vuelta e ir al baño.

Tenía que empezar mi día, pero no estaba seguro de si me encontraba listo para ello y mucho menos con interactuar con Eric. Incluso dudé por un instante, antes de cepillarme los dientes, de sí él en verdad vendría a buscarme.

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Tuve suerte de bajar justo cuando el señor García se había puesto a hacer el desayuno, no charlé mucho con él porque no quería que me preguntara cosas demasiado personales.

Podía confiar en él, en realidad no deseaba expresar mi pasado de otra manera que no fuera en mi cabeza.

No era muy fanático del café, sin embargo, a ese señor se lo acepté. Por primera vez en mucho tiempo a alguien le importaba si desayunaba, o, mejor dicho, qué era lo que deseaba comer.

Mi rutina en mi ciudad natal consistía en que me despertaba y, cada mañana sin falta, tomaba una bebida energética. Cuando tenía suficiente dinero, añadía alguna cosa de la máquina expendedora de la parada de autobús. Nada saludable, pero sí sostenible.

Había algo en el señor García que me daba cierta tranquilidad, quizás por sus atuendos raros, esa mañana tenía puesto un pijama gris con un suéter rojo y unas pantuflas de Darth Vader. Yo, en cambio, me vestí con unos jeans viejos y la primera franela que vi. No había revisado el clima, pero dudaba que hiciera demasiado frío.

—En el parque de VillaVerde hay una tienda que está junto a la mansión del terror, ¿podrías hacerme el favor de traerme una chaqueta de esqueleto? —dio un sorbo a su café—, te daré el dinero, es que llevo tiempo queriéndola y no he podido ir.

—Sí, no hay problema —respondí y agarré la servilleta—. ¿Por qué de esqueletos?

—No sé, pero me llamó la atención la última vez que fui y aunque tengo la entrada libre al parque de por vida, hay mucho que hacer en la casa —comentó sonriente, yo aproveché y me limpié el bigote de café—, quiero arreglar el patio trasero para poder hacer una parrillada. ¿Comes carne?

La sombra del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora