Al terminar el desfile, Julia se volvió a despedir de nosotros para ir con sus amigas. Eric y yo nos quedamos sentados un rato en el banco, esperando a ver quién decía la primera palabra. Habíamos estado demasiado distraídos que seguro él estaba como yo, organizando su cabeza.
Suspiré.
—¿Qué hacemos ahora? —La pregunta la hice porque no se ocurría más nada y, aunque tonta, fue lo más sensato que me vino a la cabeza—. Fue un desfile interesante —añadí al ver que no decía nada.
—No lo sé, te diré algo —comenzó a decir e hizo una pausa, respiró profundo antes de continuar—: me gustas Gus, desde la tercera vez que me ignoraste. Pensé en ser tu amigo y dejarlo hasta ahí, pero es que me gusta tu compañía y...
—Qué alivio —dije en voz alta.
Mierda, eso era algo que se debió quedar en mi cabeza.
—¿Por qué? —Alzó una ceja y se cruzó de brazos.
—Nada, que hoy llegué a la misma conclusión que tú hace bastante rato —confesé aún muerto de vergüenza.
—¿Te gustaría salir en uno de estos días? —preguntó relajando los hombros.
—Sí.
Quedamos en ir al cine después de mañana, ya que ambos estábamos demasiado cansados como para pensar con claridad en la siguiente salida.
Caminamos por el resto del parque subiéndonos en algunas atracciones que pasábamos. Seguimos charlando sobre lo primero que nos viniera en la cabeza, lo cual era buen indicativo, en mi opinión, de que seguíamos bien.
La tarde se transformó en noche al bajarnos de una montaña rusa demasiado fuerte. Creo que hasta me desmayé cuando me colgaron los pies por primera vez. Igual, me volvería a subir si tuviera la oportunidad.
Volvimos a la plaza del principio, que ahora por la oscuridad de la noche, estaba decoradas con luces pequeñas que colgaban de farol en farol y que funcionaban a modo enredadera en las fachadas. Caí en cuenta de que, además de tiendas, había restaurantes.
Caminamos despacio hacia un edificio verde chillón, que tenía un cartel de letras iluminadas que me dio flojera leer.
—Recuerda que paga la casa —comentó antes de que el chico del podio se liberara—, mesa para dos.
—Muy bien. —Tomó dos menús y cubiertos envueltos en servilleta de tela, para luego sonreírnos—. Síganme.
El muchacho nos guio dentro del local, un restaurante italiano que estaba decorado como si fuera uno caro. Las paredes eran de un color crema y el suelo eran de una especie de madera clara. A pesar de había gente hablando, la música enmascaraba las diferentes voces. Había varios candelabros colgando del techo, parecían de cristal.
De repente, me sentí tan mal vestido que podía tener puesto lo que usaba el señor García esa misma mañana. Recordé el llavero que tenía guindando del bolsillo, si mis amigos ricos me vieran en ese mismo momento, se burlarían de mí. Quedaba implícito que, sin importar a qué lugar ibas a ir, tenías que verte como si valieras mucho. Claro, eso era una idea demasiado absurda y vaga. Por eso mismo jamás me importó.
Sacudí mi cabeza para ignorar esos recuerdos.
La mesa que nos dieron era una junto a la ventana, tenía una vista perfecta hacia la fuente de la plaza. Un mesero sin decir palabra alguna nos sirvió agua en unos vasos que estaban volteados. Fue todo tan rápido que ni siquiera procesé que ya se estaba yendo.
—Este si es un sitio normal —bromeó.
Dejé la bolsa con la chaqueta debajo de la mesa, entre mis piernas para no olvidarla. Eso sería el colmo.
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La sombra del corazón
Novela JuvenilGustavo se fue de casa y le toca viajar en un bus con otro chico que no lo deja en paz. Al cumplir 18 años Gustavo utiliza sus ahorros para por fin irse de casa para el viaje de su vida. Cansado de la vida que llevaba, se sube a un autobús en direcc...