Volverá

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LIAM.

La decisión de cambiar mi vida y que diera 180 grados no había sido premeditada, tampoco sabía qué sentido daría. Como resultado ante mi impulsividad había dormido los primeros días en la residencia de Kate. La sucesión de factores que habían hecho que me encontrase en ese punto habían sido varios. Antes buscaba lo que me apasionaba, lo había encontrado, pero de una forma un tanto peculiar, aunque tras tenerlo entre mis manos, me había dado cuenta de que lo había dejado escapar hacía muchísimos años.

Mi relación con Isabel no estaba atravesando la mejor de las situaciones cuando decidí irme. Podría dar que pensar, mis relaciones las acababa yo por querer dar un giro a mi vida. Con Scarlett fue así, aunque, a decir verdad, es que nunca estuve enamorado de ella. Por otro lado, con Kasandra no fue así, fue querer salvarla de mí, aunque ella no quisiera ser salvada; ahora con el tiempo... ha sido mejor así. En ese entonces era demasiado inmaduro para seguir con ella, no sabía ni lo que quería, a pesar de quererla a ella y saberlo.

Las semanas siguientes estuve viendo a aparejadores y comencé a dejar el local como antes, con la misma esencia reparando lo viejo, actualizando lo nuevo. Fueron días de trabajo intenso, de buscarme con prisas un sitio donde vivir, disfrutar de cada paso. Tras esos días de trabajo me reunía con todo el equipo para tomarnos alguna cerveza, iba a ver a Kate a la residencia e incluso me aventuraba a ir a los sitios en los que alguna vez había estado.

Una de las veces fui a la playa a la que aprendí a hacer surf. Me quedé sentado viendo el mar con la tabla en la arena, miraba el mar y luego cerraba los ojos, me llenaba de sensaciones que un día viví. Las risas, las cervezas, las caídas venían a mi mente. El novio surfero de Paola, ¿Qué habría sido de él? La caravana vintage, las tablas de surf, las risas, los besos...

Tras semanas de remodelación y que el material estuviese colocado por fin abrí. En la inauguración no hubo mucha gente, solo estábamos Kate y yo a las nueve de la mañana cada uno con un café.

―Estoy muy orgullosa de ti. ―Me dijo ella.

―Es lo más arriesgado que he hecho en mi vida, a ver como sale ―respondí algo asustado y emocionado a partes iguales.

―Eso es lo que tienen las aventuras. Yo me tengo que ir a la residencia. Van a venir unos cuantos nuevos integrantes y... ―Comenzó a decir ella.

―Lo sé, es complejo. Vete, tranquila. Ya sabes que tengo que entrar ―dije.

―Que sepas que estoy muy orgullosa de ti ―respondió. Yo sonreí.

―Ya lo sé ―contesté. ―Acuérdate que hoy copas en mi casa. A las diez.

Me hizo una señal con el brazo y se subió al coche. Yo me quedé solo y entré a la tienda. Ese día únicamente entraron dos grupos de adolescentes, y vendí cuatro discos vinilos. El negocio de las tiendas de discos estaba casi en desuso y yo, contra todo pronóstico abría el mío propio.

Una hora antes de cerrar estaba en el almacén, no venía nadie, la tienda estaba lejos y suponía que... si alguien venía lo habría hecho. Estaba mirando qué me haría falta para pasar el rato cuando oí unas voces, realmente una. Parecía hablarle a otra, pero no contestaba, decidí salir para ayudar a elegir un disco o indicarle dónde estaba cada cosa.

Salí y vi a la chica que hablaba, me sonaba. Había otra chica, estaba de espaldas mirando algo con un brillo especial en los ojos, se dio la vuelta y me miró. No podía ser, ¿qué hacía allí? No podía ser la misma chica que había visto un año antes, la que iba perfectamente vestida, con un estilo y una belleza salvaje. No podía ser la chica que un año antes rebosaba de brillo sus ojos y su pelo se había vuelto claro.

Caprichos del destino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora