Meryl había pensado muchas formas de reaccionar cuando volviera a ver a sus padres: podría haberles gritado, reclamado, aventado cualquier objeto que tuviera a la mano. Pero nunca habría imaginado que la respuesta a la gran revelación fueran risas nerviosas. ¿Es una broma? ¿Justo en este momento como si nada?, pensaba. Si los días no habían ido bien, este se ganaría el premio del peor día.
Quiso hablar, pero sintió la garganta seca y las palabras no salían de su boca, pareciese que se hubiera quedado muda.
–Sé que tal vez no fui lo mejor para ti, y de verdad, lo lamento. Necesito que me escuches.
–No–contestó Meryl con la intención de ser firme en sus palabras pero realmente sonaba nerviosa–No te voy a escuchar, mucho menos te quiero ver.
–Por favor, hay muchas cosas que no sabes.
–Claro que las sé. ¿Qué te hace pensar que después de tanto tiempo puedes solo presentarte como si nada?–ahora su voz había subido de volumen llegando a gritos.
Se paró de su asiento, ocultando las lágrimas–no de tristeza, más bien de enojo–, y caminó de regreso a su casa.
Frustrada, se echó en su cama. Se quedó así por unos minutos hasta que escuchó maullidos por la ventana. Era Lionel. Abrió para que el gatito entrara. El gatito se acostó junto con ella, pareciera que sabía el momento exacto de visitarla.
–Gracias–dijo mientras lo acariciaba–me preguntó que me dirías si pudieras hablar. Tal vez que me deje de tonterías, que ya estoy grande.
Lionel maulló en respuesta.
–Sí, yo creo lo mismo. Solo tú y Helena están en estos momentos tan extraños.
Por cierto. ¿Dónde estaba?
Meryl visualizó el mundo, como ya había hecho antes, pero no hubo ninguna respuesta. Tal vez tendría que intentar algo diferente.¿La podría llamar con éxito solo mencionando su nombre? ¿O tendría que hacer un tipo de ritual?
Tomó la vela que tenía en su habitación, era aromática, pero de algo tenía que servir.
–"Quiero ver a Helena"– repitió tres veces, pero no hubo respuesta.
Tal vez se invocan a las tres de la mañana, la hora de los fantasmas, se le vino a la mente.
Esperó la hora de la madrugada y volvió a repetir lo mismo. Pasaron minutos y Helena no hacía acto de presencia.
–¿Tal vez tengo que dar vueltas frente al espejo?–le preguntó a Lionel, como si este le fuera a responder–Olvídalo, es ridículo.
Eran las 4:30 de la mañana cuando se quedó dormida, con Lionel al lado.
En su sueño, había niebla, de esa gruesa que no alcanzas ver lo que tienes enfrente. De repente, se escuchó una voz. Era de niña pequeña, la misma de las mariposas monarcas. ¿Helena?. Corrió hacia en dirección donde se escuchaba la voz, pero cada vez sonaba más lejos.
Decidió pararse y hablar.
–¡¿Dónde estás??
–Atrás de ti–dijo la voz. Giró la cabeza y miró hacia abajo. Ahí estaba, la misma niña.
–Te estuve tratando de llamar todo el tiempo Helena.
–Yo no me llamo Helena–dijo la niña enojada–pensé que eramos amigas.
–Bueno, es un nombre que inventaste. Bueno, tú no, tú yo de grande.
Pero la repuesta no la convenció. Aún con el ceño fruncido y los brazos cruzados gritó:
–¿Por qué no me recuerdas? ¡Soy...!
Un ruido despertó a Meryl. El causante había sido Lionel, al tirar un perfume de su tocador. Miró hacia el suelo:lo había destrozado por completo y el líquido se esparcía rápidamente.
Fue por el trapeador que estaba en su pequeña cocina, cuando la vio sentada, comiendo un emparedado. ¿Habría valido la pena las invocaciones? Tal vez sí. Lo más normal es que se hubiera asustado al verla, pero con todo lo que pasaba en su vida ya nada le sorprendía. Tomó el trapeador, limpió el perfume y volvió a la mesa.
-¿Ya quedó limpio todo?
-Sí, contestó Meryl. ¿Otra vez te metiste en mi sueño, de pura casualidad?
-Para nada- dijo Helena mientras terminaba de comer el último bocado-cuando yo llegué estabas dormida con Lionel al lado. Creo que fue mi culpa que te despertará, cuando me vio, me siguió. Es muy adorable.
-A veces- contestó Meryl, ya acostumbrada al amor-odio con Lionel-¿Qué es lo que haces aquí?
-No lo sé, creo que deberías saberlo mejor que yo.
-Pues, hoy vino una persona...un momento, ¿para qué te cuento si ya lo sabes?
-Sé que alguien te vino a visitar hoy, pero no sé si sea la razón por la que estoy aquí.
-Pues, me parece que sí. No sé que hacer. Creo que estoy desempleada. Ana se enojó mucho conmigo, pero no puedo manejar mi impulsividad.
-Tampoco te gustaba tu trabajo, no mientas.
-No, pero me daba dinero.
-Piensa, ¿qué es lo que realmente deseas hacer?
Meryl se detuvo a analizarlo un poco. Nunca en su vida se había detenido a pensar que era lo que quería en realidad. Apenas le alcanzaba para la renta, vivía alimentando a un gato callejero, no recordaba mucho del orfanato, ni de los amigos que había hecho (que eran pocos), nunca había ejercido su carrera ya que en el lugar donde vivía habían pocas ofertas, y cuando se postulaba, no la llamaban. Tampoco le gustaba ahí, pero ¿por qué realmente estaba ahí?
-¿Lo pensaste un poco?
-Hmmm, sí.
Le tomó un sorbo a la taza de café que Helena se había servido, cuando algo más se le vino a la mente.
-Si no tienes necesidad de comer, ¿por qué lo haces?
-Para eso si tengo una respuesta segura, hay muchas cosas que no se consideran necesidades y aún así las personas las tienen. Para mí comer es un lujo, no pasa nada sino como, pero puedo probar diferentes sabores y texturas, es algo muy divertido de descubrir, recuerda que en mi mundo no hay mucho.
De pronto, Meryl se sintió apenada por su pregunta. Tal vez fue muy cruel al crear su mundo. Aunque, si ella misma lo creo, también podía cambiar cosas, aunque no sabía cómo. Lo descubriría.
-Tienes razón, hay pastel en el refri que sobró desde hace una semana. Fue el cumpleaños de Fynn.
-Oh, sí, tu amigo. Me parece agradable.
-No es mi amigo. Y a mí, no me parece agradable.
-Como digas-sonrió Helena y se dispuso a comer.
Conforme fueron pasando los minutos, Meryl por primera vez vio cómo se desvanecía poco a poco en la nada, regresando a su pequeño universo. Por alguna extraña razón, sintió una opresión en el pecho. Y se preguntó, que se sentiría, tomar el lugar de ella...
****
Volvió al trabajo al día siguiente, solo para presentar su renuncia. A pesar del enojo de Ana, le tenía un gran aprecio a Meryl.
-De todas formas te iban a despedir-dijo bromeando.
-Me gusta adelantarme a los hechos-le respondió en la misma sintonía.
Paseó en la ciudad para distraerse.
Observó a un abuelo con su nieto, éste ponía al niño hasta la parte superior de la resbaladilla y lo cachaba al final. Sonrió al instante, hubiera sido bonito tener algo como eso, pensó. Pero no todos contaban con la misma suerte. Cada escena con la que se encontraba la ponía aún más triste, una madre con sus dos bebés, unas amigas comiendo juntas. ¿Qué rayos había hecho toda su vida?
De pronto, como si la respuesta cayera del cielo, mientaras las nubes se abrían y el sol se abría paso entre ellas, concluyó que debía empezar donde todo había comenzado.
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Siempre estuviste ahí.
General FictionMeryl ha acabado su carrera, pero no ha tenido suerte. Trabaja de mesera. De un momento a otro, empieza a soñar cosas extrañas y tener encuentros misteriosos con una... ¿Persona? Pareciera que en vez de resolver las cosas, todo se vuelve más complic...