Más dudas que respuestas

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–Es bueno verte otra vez–dijo la psicóloga.

–Sí, bueno, tenía tiempo de no verla. Lo siento mucho. Pensé que ya no volvería–contestó Meryl.

–Está bien, eres bienvenida cuando quieras, lo sabes.

–Gracias.

–Y bueno, ¿qué es lo que te trae acá de regreso? ¿Algo en especial de lo que quieras hablar?

–Sí–pensó en Helena, pero sintió que no debía mencionarla, ya que la psicóloga pensaría que estaba teniendo alucinaciones–lo que pasa, es que, últimamente recuerdo cosas que se me habían olvidado.

–¿Qué tipo de cosas?

–Son cosas... malas, la verdad. Cosas que sucedieron con mis padres, es decir, con mis progenitores.

–Entiendo, ¿quieres hablar más de ello?

–Nunca volvieron por mí, tampoco es que fueran buenos, casi todo lo que recuerdo son–cerró los ojos y sintió una quemadura en la mano, como si el castigo recurrente que usaban con ella permanecería ahí–formas de maltrato. Aunque, tenía esperanza de que algún día cambiaran, pero no lo hicieron.

–¿Piensas que pudieron haber mejorado ahora?

Sonrió, pero no fue una sonrisa de felicidad. Sino una que las personas hacen cuando escuchan algo ridículo.

–No, sinceramente. Por eso no sé es porqué me afecta tanto.

–Bueno, todos merecemos amor y cariño. Personas con quien compartir nuestra infancia y nuestras etapas. Lo que querías era tener unos padres presentes.

–Sí, bueno–de repente se sintió acorralada y vulnerable y decidió cambiar de tema bruscamente al que había evitado–disculpe, ¿usted cree en cosas paranormales?

–No–sonrió amablemente–¿quieres contarme algo de ese aspecto?

–Hmm–dudó–no realmente. Es que, me gustan las cosas paranormales, verlas y leerlas–mintió, de hecho, no veía películas de terror porque le daban pesadillas.

–Es bueno tener un pasatiempo. Ayuda mucho.

La sesión pasó rápido, tocando solamente temas superficiales, Meryl no quería verse expuesta más de lo que ya estaba. Camino a su casa, hasta que vio una cabellera que se le hacía conocida, estaba de espaldas sentada en un banco. 

–¿Cuándo saliste Helena? 

Helena volteó y sonrió. 

–Ahora, en este preciso momento. ¿Vamos a comer? 

–Claro, ¿por qué no? 

Entraron a un lugar donde vendían hamburguesas- eran la debilidad de Meryl- y tomaron asiento. Se les acercó a la mesa un mesero, tomándoles la orden. A los cinco minutos, la comida ya estaba en la mesa. Aparte del delicioso sabor, a Meryl le encantaba la rápidez de ese lugar. 

–¿Y bien? ¿No vas a contarme nada?–preguntó Helena. 

–No hay nada que no creo que sepas–respodió Meryl, con la boca llena. 

–Tienes razón, pero es bonito que alguien tome la iniciativa de tener una plática, ¿no crees? 

Meryl asintió pero no estaba de acuerdo, en realidad no le gustaba mucho conversar, pero era diferente con Helena porque su tiempo de visita era escaso. La vio y parecía tan normal, no entendía todavía como un ente podía estar entremezclándose entre las personas y que éstas no se dieran cuenta. 

–¿Qué es lo que haces cuando no estás aquí? 

Helena ya llevaba media hamburguesa, sí que comía rápido. Entre bocado y bocado contestó: 

–Pues, lo que harías si estuvieras sola en el mundo, explorar, caminar, pero como todo es tan desierto, no hay mucho qué ver. Bueno, hay un mar claro, pero, me da un poco de miedo, porque si me ahogo, no hay nadie quién me rescate. 

–¿Puedes morir?- preguntó Meryl. ¿Los entes mueren?, pensó.

–No realmente, cuando estoy a punto de "morir" simplemente despierto en mi lugar de origen, mi hogar, pero no es agradable que lo último que pueda recordar es no poder respirar por estar debajo del agua. 

–Entiendo–cada vez, le surgían más dudas– ¿Tú, alguna vez moriste? 

Era obvio, sino esa respuesta no tendría sentido, pero Helena decidió no responder. Sintiendo la incomodidad Helena cambió de tema, viendo como devoraba la hamburguesa. Pobre, lo más seguro es que no haya mucha comida en su mundo. 

–Oye ¿y qué comes en tu mundo? 

–Nada–dijo sonriendo-realmente no lo necesito, pero esta hamburguesa es tan deliciosa– Dio el último bocado y desapareció. 

-Esa desgraciada me hizo gastar doble cuando no necesita comer-dijo para sí.

El mesero pasó y vio el otro plato, por lo que se quedó un poco confundido.

–¿Por qué hay dos si solo le traje uno? 

–Ah, eso–dijo un poco apenada–es que...

–Ay no, lo siento, fue mi culpa, era del cliente anterior. Siento el desorden, me debió haber dicho.

–Pero...

–Una disculpa, de verdad,ya le traigo su cuenta.

Y así fue cómo Meryl se libró de pagar de más. Aún así le parecía curioso, primero Fynn, luego el mesero, nadie recordaba a Helena. Era triste que nadie te recordara, por dentro, se sintió mal de haberle dicho desgraciada. Pero bueno, no se podía deshacer. 

Así había terminado su día de descanso, y todavía, no tenía las respuestas que quería, o tal vez, estaban más cerca de lo que ella creía. 

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