Sin hogar.

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«Pensar, tomar alcohol, fumar: nada. Pero pensar, tomar alcohol, fumar».

*

Sus ojos verdes permanecieron fijos sobre la escasa bebida alcohólica que había en su vaso. Recargó sus codos sobre la madera de la barra del bar, soltando un suspiro. Estaba un tanto desconcertada y sus párpados pesaban. No había podido dormir la noche anterior, e indudablemente, estaba cansada, no obstante, pudiendo regresar al hotel, a la Bebop o cualquier otro lugar y dormir, prefirió permanecer en el bar. El sentimiento de hastío y de no pertenecer a ninguna parte la abrumó momentáneamente. Frunció los labios. 

Habían pasado ya cinco días desde que se había despedido de su vida en el Bebop. Y aunque no lo admitiría, ella quería ser necesitada, y quería que alguien la amara, pero en ese momento no había nadie que la buscase siquiera. Sintió sus músculos tensarse ante el recuerdo difuminado de algo que le oprimió el pecho. Sus ojos se humedecieron pero contuvo cualquier lágrima. 

El hombre detrás de la barra, un hombre joven bien parecido y con el cabello recogido en la nuca, limpiaba un vaso de vidrio mientras la observaba silenciosamente. Ella había estado ahí, absorta en algún pensamiento o algo que intrigó al hombre. Al percatarse de la soledad de la mujer, le dedicó una sonrisa amable intentando hacer contacto con ella y la miró a los ojos. 

―¿Desea algo más, señorita? ―preguntó. 

Con la barbilla recargada en la palma de su mano, movió los ojos lánguidamente hacia el joven hombre de cabellos largos. 

—Sírveme otra igual —ordenó ella mientras encendía un cigarro con un casi imperceptible temblor de manos. 

—Se ve cansada. Debería ir a dormir. —propuso el hombre, quien se sintió preocupado por la chica. No era la primera vez que él la observaba beber en soledad.  

Faye arrastró la mirada de mala gana hacia el hombre delante suyo y expulsó el humo en su dirección. Su comentario la había irritado. 

—Sólo dame mi bebida —ordenó, con el ceño ligeramente fruncido. 

El joven barman se alejó de Faye para preparar su bebida. Al siguiente instante, volvió con ella y se la entregó. Tal acción, dio por sentada la breve intervención entre los dos. 

Bebió casi todo el contenido de su vaso con un grande trago, luego, jugueteó con el líquido sobrante. Ya no le apetecía terminárselo. Sonrió levemente sin saber exactamente por qué. Su vida se sentía como una ironía insoportable. De manera discreta, miró a su alrededor y se sintió un tanto patética al darse cuenta de ser la única persona ocupando un asiento en aquel decadente lugar, ¿en dónde estaban todos esos cazarrecompensas infelices y hartos de perseguir delincuentes en el vasto universo? o ¿todas esas mujeres aburridas de esperar a sus maridos en casa con deseos de vivir experiencias intensas? ¿y todos los adolescentes rebeldes que buscaban problemas a lo loco? ¿O las pobres almas perdidas que solo piensan en la incesante cicatriz del abismo? Soltó un chasquido. Quizá ella era la única «infeliz, aburrida, con problemas y cicatrices» en ese momento, o quizá todos los mencionados estaban embriagándose en otro bar, en otro planeta. Miró la hora en el reloj de pared que estaba colgado junto a una vitrina. Faltaban menos de cuarenta minutos para medianoche. Los cazarrecompensas como ella, no conocían la palabra prudencia, y esos últimos días había estado malgastando tiempo y dinero en vicios como los que tenía. Vicios que, para ese momento, tenía impregnados en su ser. Ni siquiera recordaba con exactitud cómo los había adquirido. «Quizá debería hacer caso al barman», pensó llevándose el cigarro a los labios. 

Al cabo de un rato de sentir que casi se dormía —porque el sueño la superaba—, alguien tomó asiento a su costado. La manera en que la silla fue arrastrada le hizo saber de quién se trataba. 

One Shots Cowboy BebopDonde viven las historias. Descúbrelo ahora