Siempre he sentido curiosidad por conocer la naturaleza de los conscientes. Desde el principio y hasta el final he convivido con ellos, los he observado. Tantos y tantos ciclos después siguen cometiendo los mismos errores, permanecen dando pasos a ciegas, y ni siquiera el legado de aquellos que desafiaron a los hijos primigenios parece ser suficiente para salvarlos.
Mi labor, mi único entretenimiento en esta mi eterna condena, es convertir en relato los destinos de los habitantes del bucle sin fin que es el Plano Eterno, con la esperanza de que uno de ellos sea el anuncio de mi liberación. Hoy, descubriré a los ojos de vuestra virgen existencia la historia de un chico llamado Roi, un apuesto joven de 19 años cuya única fortuna es la de vivir cegado por la ilusión en un mundo que le ha convertido en un esclavo por su condición biológica. Una condición impuesta como la gran salvación de su especie por aquellos que se tornaron en los líderes de su sociedad.
Roi es un nourigoi, un consciente cuyo código fundador ha sido modificado para contribuir a un uso más eficiente de los recursos de su planeta, cada vez más escasos. Esta especie creada artificialmente no necesita consumir los clásicos alimentos con los que los conscientes suelen sobrevivir, sino que metabolizan la energía proporcionada a través de unas cápsulas de sangre, que también funcionan como la moneda de cambio en este mundo. Como él, comparten esta modificación un 95% de los habitantes censados, y el 5% restante permanece como kir-nourigoi, la denominación con la que se conoce a aquellos conscientes que no han sido modificados, y que no requieren de cápsulas de sangre para sobrevivir, sino que se alimentan de los recursos que han liberado con el sacrificio de otros. Ellos controlan el mundo, porque son los únicos que pueden sobrevivir sin las cápsulas, y que al mismo tiempo tienen la habilidad de generarlas de forma ilimitada, o al menos, hasta que se acabe la comida.
Pero como dije anteriormente, a pesar de ser un nourigoi, Roi tiene suerte, y es que nunca ha tenido que experimentar la eterna lucha en la que los de su especie se han visto envueltos. Gracias a Beck Ikar, un kir-nourigoi que acogió a una mujer nourigoi llamada Violet Sertramme antes del nacimiento de su primogénito, puede vivir con tranquilidad en un mundo hostil. Sin embargo, a pocos días de cumplir los 20 años y superar la barrera de la madurez, ocurre algo que le recuerda cuán retorcido es su mundo y, sobre todo, aquellos que lo mantienen en pie.
Era un día lluvioso de invierno, como aquellos que en ciertos mundos invitaban a permanecer resguardados bajo una cálida fuente de luz. Aún no había amanecido, y nuestro protagonista yacía en la cama de su habitación, acurrucado bajo las sábanas y agarrando su almohada con una mano como si de un salvavidas se tratase, mientras la otra mano permanecía cerca de su rostro, que entonces expresaba el terror que infunden todos los malos sueños...
—¡Muerte a las abominaciones! —gritaba una muchedumbre, sosteniendo pancartas en las que pedían la ejecución de los nourigoi.
—¡Su vida no vale nuestra sangre! —gritaba otro grupo de personas, con armas y antorchas en sus manos.
Los manifestantes ocupaban la avenida principal de mi ciudad, una sucesión de tiendas y viviendas separadas entre ellas por pequeños callejones, que se unían a un gran paseo de piedra y asfalto como si de un colosal sistema circulatorio se tratara.
En un día cualquiera, aquel lugar estaría repleto de vida, con el continuo trasiego de los ciudadanos de la ciudad, andando o en vehículos de toda clase. Una vista que se adornaba con los grandes árboles colocados a ambos lados de la avenida. Sin embargo, hoy estos árboles se convirtieron en el símbolo del odio, encendidos por el fuego de las antorchas con las que cargaban los manifestantes. En aquella oscura noche, las llamas tiñeron el cielo de rojo, y bajo ellas, al otro lado de la manifestación, nos encontrábamos nosotros, los nourigoi. Numerosos, más que ellos, pero sin poder al lado de los kir-nourigoi que presidían a las iracundas masas. Y nos querían muertos, a todos.
Yo me encontraba en medio de los gritos de ambos bandos, en tierra de nadie. Por una parte, debía proteger a los de mi especie, al fin y al cabo, compartía con ellos el mismo deseo por la supervivencia que nos había llevado a la lucha por la igualdad de condiciones frente a los kir-nourigoi. Sin embargo, también sentía que no podía traicionar a los que ellos consideraban como enemigos, puesto que entonces tendría que luchar contra aquel al que considero mi padre. Puede que no comparta con Beck la sangre, pero el vínculo que me unía a él era mucho más fuerte de lo que lo era el que mantenía con aquella que me dio la vida. En verdad, es a él a quien se la debo, puesto que si por mi progenitora fuera ya habría sido vendido por unas cuantas cápsulas.
—¡Queremos vivir en la luz, no bajo vuestra sombra! —gritaban unos nourigoi que lograron agruparse frente a los kir-nourigoi.
—¡Nuestra vida vale más que vuestra sangre! —aullaban respondiendo a las consignas que reclamaban la pena capital para los de nuestra especie.
Poco a poco, el ambiente se iba encendiendo más y más. El fuego parecía alimentarse de la rabia de los presentes, y cada vez era más difícil respirar. Entonces, una piedra lanzada desde uno de los grupos al bando contrario fue suficiente para que estallara el caos. En una lucha en la que ni siquiera era posible distinguir entre el amigo y el enemigo, puesto que lo único que diferencia a un nourigoi de un kir-nourigoi es el color del anillo que llevan en su dedo corazón, todos comenzaron a dejarse llevar por sus instintos más salvajes y comenzaron a correr para ser los primeros en asestar el golpe más fuerte a sus supuestos enemigos.
Completamente paralizado ante la situación, tan solo pude cubrirme la cara con las manos y ponerme en cuclillas. No sabía qué hacer. De pronto, la marabunta nacida de la fusión de las muchedumbres me absorbió. El cielo rojizo dio paso a la oscuridad, y cuando el agobio me consumió por completo, deseé gritar con la poca fuerza que quedaba en mi pisoteado cuerpo.
Abrí los ojos. No me encontraba en medio de la avenida, sino en la cama de mi dormitorio. O eso es lo que pensaba al despertarme, puesto que en realidad me había caído al suelo presa del pánico que me infundió aquella pesadilla, arrastrando conmigo las cálidas sábanas que me servían de protección frente a mi insoportablemente exuberante imaginación. Y es que mi afortunada realidad era que, con casi total seguridad, no tendría que encontrarme en una situación similar a la que proponía mi enrevesada mente en mis horas de descanso. Si es que a eso se le podía llamar descanso.
La cruda realidad de mi mundo era que nadie se atrevía a alzar la voz porque todos habíamos sufrido suficiente por la falta de recursos, y por lo menos sentíamos que el planeta se estaba recuperando gracias a nuestro sacrificio. Tarde o temprano todos recuperaríamos nuestra condición de kir-nourigoi, y dejaríamos atrás todo esto. O eso era lo que nos decían una y otra vez los del consejo de gestión bioespacial, una organización creada para aplicar el plan de regeneración planetaria, motivo de la creación de los nourigoi y de la transformación de gran parte de la población. Obviamente, a nadie le gustaba alimentarse de la sangre de otros, pero eso nos había permitido aliviar la carga que nuestra especie suponía para este mundo.
De cualquier forma, mi zoímetro ya estaba comenzando a emitir una luz roja intermitente que señalaba una necesidad imperiosa de tomar mi cápsula matutina. Lo cierto es que en ese sentido no sentía ninguna envidia de los kir-nourigoi, ya que mientras ellos tenían que perder media hora comiendo, nosotros tan solo teníamos que tomar un pequeño "caramelo" rojizo que nos permitía preparar nuestro exoternal para todo el día, el único inconveniente era su sabor metálico, pero tenía solución. Usando una cobertura aditiva podíamos experimentar desde la intensidad del chocolate más amargo a las fresas más ácidas que te puedas imaginar. Es la única forma que tenemos los nourigoi de reemplazar las sensaciones que nos ofrecía la comida, que ahora en lugar de saciarnos nos provoca convulsiones.
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Una al día
VampireEl mundo temblaba, y entonces los nourigoi lo salvaron... ¿quién recompensa ahora su labor? Roi es un chico cualquiera al que le ha tocado vivir una historia algo complicada. Su única familia de sangre no tiene más relación con él que eso, y aquel q...