—No te echaré, te lo he repetido mil veces. Lo único que hará que abandones esta casa será esa ansia que tienes de conocer el mundo que te rodea, pero las puertas estarán siempre abiertas para ti. —confirmaba Beck mientras me tocaba el hombro en señal de afecto— Ahora toma tu cápsula, y cámbiame alguna más para ir a la librería de la avenida a comprar un libro. Necesito un volumen del Códex sobre el código fundador.
El Códex es un grupo de libros que contiene conocimientos de toda clase, y se podría decir que son los cimientos de nuestra sociedad. Todo lo que hacemos, cómo somos, y a dónde vamos está escrito ahí. Su origen no está muy claro, y no son pocas las teorías conspiratorias acerca de estos documentos, pero tampoco es que estén al alcance de muchos. De hecho, no son tantos los que saben de su existencia fuera de los entornos kir-nourigoi.
—¿Puedo echarle un ojo antes de traerlo? —pregunté, aunque conocía de sobra la respuesta.
—¿Puedo evitarlo? —preguntó Beck de vuelta, de nuevo con la misma sonrisa burlona.
Aquellos libros científicos estaban restringidos a los miembros del consejo al que pertenecía mi padre, y tan solo era posible conseguirlos con una autorización. Por suerte, no era la primera vez que iba a recogerlos por él, y en la librería ya me conocían. Aun así, y antes de salir a la calle, procuré llevarme la carta que dejó en el mueble de la entrada. Ya había tenido suficientes problemas con mi madre, y lo último que necesitaba era lidiar con ella de nuevo por un arresto.
Tan pronto crucé la puerta de entrada, noté el cálido abrazo del sol, que ya había logrado evaporar los restos de la lluvia que se dio en la madrugada. Según lo que había aprendido de Beck, antes de que yo naciese el invierno era una estación de frías temperaturas. Un momento del año en el que la ciudad se cubría de un blanco tan puro como jamás se veía en el resto de los meses. No obstante, hace ya mucho de eso, y ahora hace casi tanto calor como en la estación de verano. Cualquiera diría que hay dos estaciones diferentes.
Sin perder más tiempo observando el clima, puse rumbo a la librería, que se encontraba justo entre la iglesia a la que Beck acudía todas las semanas con su familia, y la cafetería en la que le esperábamos Violet y yo mientras tanto. Era extraño, porque era el único momento de la semana en que podíamos estar juntos sin sentir la necesidad de alcanzar la destrucción mutua.
Mi destino estaba situado en una zona alta de la avenida, y siempre solía coger algún que otro atajo para llegar más rápido hasta allí. Callejón por aquí, callejón por allá... Mi padre preferiría que fuese directamente por la calle principal, pero perdía mucho tiempo. Además, gracias a eso podía reducir un poco mi exposición a la luz del sol, y quieras que no, ahorrar en cápsulas de sangre me viene genial para poder labrarme mi propia fortuna. Eran gajes de los nourigoi, cuanto más te bronceas, más rápido se agota tu energía. El único inconveniente, y lo que más respeto me daba, era que aquellos que tenían problemas de cápsulas también se ocultan en estos pasadizos, y muchos de ellos no dudan en echarse encima tuyo para robarte la calderilla.
Por desgracia, atravesando el último callejón de camino a la zona de la librería me encontré a una mujer de avanzada edad que parecía bastante afectada por la falta de energía. Vestida con un par de prendas raídas de las que tan solo se podía distinguir un pequeño broche plateado con forma de corazón, ni siquiera tenía su zoímetro puesto en el dedo, pero bastaba con ver su rostro, repleto de pequeñas manchas negras, para saber que no estaba bien.
Al verla, no pude evitar detenerme. Quería ayudarla, pero no sabía cómo. Si llamaba a las autoridades, la detendrían por escándalo público y la encerrarían, suponiendo que llegase con vida a los calabozos de la comisaría. Y si le daba una de mis cápsulas, no podría tomar prestado el libro para mi padre, y Violet tendría un motivo adicional para dejarme inconsciente tan pronto Beck entrara en su despacho. Quizá podía volver después de comprar el libro y entregarla alguna de las cápsulas que dejaba en un cofre del salón, aunque tampoco tenía muy claro si quedaría alguna comestible por ahí, ya que es donde mi padre deja mis cápsulas cuando me las cambia por las suyas, y darle una cápsula sin madurar tan solo empeoraría las cosas.
—Ayuda, por favor. —suplicaba la mujer, mientras dejaba caer una lágrima de sus ojos, entonces fijados en el color claro que desprendía mi anillo y que indicaba que estaba saciado.
Me acerqué a ella por un momento, quité mi zoímetro de mi dedo corazón y le indiqué que se lo pusiese para comprobar cuánto tiempo tenía. Tan pronto se encendió, el anillo resplandeció con una luz oscura. No le quedaba mucho tiempo, quizá unos minutos. La zona negra era prácticamente de no retorno, pero siempre existe una posibilidad. Tiene que haberla, al fin y al cabo, los nuestros han pasado por cosas peores, sabemos sobrevivir.
—Debo hacer algo, pero te ayudaré. Por favor, espera aquí. —respondí, olvidando mantener las distancias. Lo último que me preocupaba era mi seguridad, especialmente al ver el estado de debilidad en que se encontraba la desafortunada anciana.
Entonces, comencé a correr, debía comprar el libro, volver a casa, y coger alguna cápsula de sobra para salvar a aquella señora. Mi velocidad era tal que cuando llegué a la tienda el dependiente ni siquiera se molestó en preguntar por mi padre. Mi entrada había sido suficiente para ilustrarle sobre la celeridad con la que debía atenderme.
—Por favor, necesito... —dije mientras trataba de recobrar el aliento y le entregaba la carta de mi padre— el Códex... Fundador...
—A ver Roi, siéntate, aunque sea en el suelo, pero descansa, que te va a dar algo —me dijo la dueña de la librería mientras buscaba entre los libros de aquella pequeña tienda. Era una mujer realmente encantadora, a pesar de que era nourigoi le confiaban todo tipo de libros, incluso aquellos que no debíamos leer los de nuestra clase. En cierto modo, era un privilegio y un gran castigo, porque a pesar de contar con todo ese conocimiento, no podía compartirlo con quien quisiese, a riesgo de que tomaran represalias contra ella—. ¿Códex Visionario? ¿Volumen del código fundador?
—¡Ese! —grité, asustando a la pobre mujer en el acto.
—Madre mía, ha sido ver el libro y recuperar la energía. Toma, corre, ya me lo pagarás luego, que veo que te corre prisa. —indicó. Sin saberlo, aquel gesto me había resultado un gran alivio, pues podría ayudar inmediatamente a la mujer que encontré en el callejón. Me había ofrecido los minutos que necesitaba, y no sabía cómo agradecérselo.
Nada más salir de la tienda, no pude evitar fijarme en lo rápido que se había vaciado la calle. La gente había entrado ya a la iglesia, como acostumbraban a hacer. Era el día de la ceremonia de los tres guardianes, una cita imprescindible para todos los creyentes. Gracias a eso, quedó una vista realmente fantástica de aquel edificio de mármol y cristal, que resplandecía bajo la luz. No puedo evitar pensar que me encantaría formar parte de aquello, y de pequeño no podía evitar repetirme una y otra vez: "Cuando sea kir-nourigoi". Ahora no sé muy bien qué pensar de aquello.
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Una al día
VampirEl mundo temblaba, y entonces los nourigoi lo salvaron... ¿quién recompensa ahora su labor? Roi es un chico cualquiera al que le ha tocado vivir una historia algo complicada. Su única familia de sangre no tiene más relación con él que eso, y aquel q...