Segunda Parte

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"Energía de exoternal baja, se recomienda ingesta de cápsula", comenzó a anunciar aquel dispositivo infernal con una intensa voz que terminó de despertarme. El zoímetro es lo único que nos impide perder la razón. Escanea constantemente algo parecido a nuestra energía vital que, a diferencia de los kir-nourigoi, no se recarga comiendo. Es el precio que tenemos que pagar para evitar que el mundo se destruya. Nosotros somos la mayoría que transformó este planeta en un auténtico vertedero, y lo cierto es que esta pequeña dependencia es el menor de nuestros problemas, al menos si tenemos en cuenta todo lo que podría suceder.

Como si fuese un gusano, salí de aquel revoltijo de ropa de cama arrastrándome, y agarrándome a mi cama logré ponerme en pie sin perder el equilibrio. En aquel momento no sabía si me mareaba por inanición o de sueño, y tampoco quería pararme a averiguarlo, de modo que lo primero que hice fue ponerme algo de ropa que había dejado en la silla del escritorio de madera blanca que se encontraba junto a mi cama. Una camiseta negra y un pantalón largo blanco, nada más. Todo para evitar salir en bóxer por la mansión de mi padre, algo que haría con total tranquilidad si tan solo sacara de quicio a mi madre, por desgracia a él tampoco le hacía especial gracia. Decía que ya que podíamos comprar la ropa que quisiéramos, como mínimo debíamos darle un buen uso.

Tan pronto me puse la ropa encima salí de mi habitación y me dirigí a la cocina a través de los laberínticos pasillos que articulaban el interior de la mansión que a lo largo de los años se había convertido en mi hogar. Una casa gigantesca con un jardín igualmente espectacular, y que se encontraba al final de la gran avenida que protagonizaba mis sueños. A todo el mundo le gustaba este sitio, tanto que aprovechaban cualquier excusa para visitarlo y disfrutar de las vistas que ofrecía el observatorio que tenía, y que servía como despacho para mi padre.

Su acústica, eso sí, era demasiado buena. Aquel día, por ejemplo, había organizado una reunión de trabajo y su discusión se había acalorado tanto que podía oírse desde la entrada principal de la casa. Por mera curiosidad, se me ocurrió subir a comprobar si estaba todo bien, pero escuchar "debemos subir los impuestos" a mitad de camino me hizo replantearme por completo la situación. No era un buen momento para interrumpir a mi padre, que bastante tendría con aguantar a sus compañeros del consejo de gestión bioespacial, uno de los grupos que se encargaba de controlar el "equilibrio biológico", un término precioso para hablar de cómo evitar que el mundo se vaya a la mierda controlando el número de nourigoi, o de sangre oscura, y de kir-nourigoi, o de sangre brillante. El problema es que ese desvío me iba a costar una discusión con mi madre, que me vigilaba mientras bajaba las escaleras del observatorio con una mirada que indicaba que no se había levantado con buen pie. Y efectivamente, tan pronto puse un pie en la cocina comenzó a recordarme el amor que tanto me profesa.

—No sabes respetar una simple norma dichoso mocoso —comenzó a decir Violet desde una esquina de la cocina mientras se masajeaba el rostro con su mano derecha—. ¿Acaso no te di suficientes neuronas al nacer para que comprendas que no debes molestar a Beck? Aprende cuál es tu lugar de una maldita vez. Que ganas tengo de que cumplas los veinte y él te saque de aquí.

Era consciente de que la mejor forma de evitar un conflicto mayor era no responder, que hacerlo iba a provocarme problemas, pero no podía desaprovechar la oportunidad de fastidiar a esa amargada, especialmente cuando se la veía tan nerviosa que bastaba una carcajada mía para que reventase. Esos ataques continuos daban forma al fino hilo que era nuestra relación.

—No puedes dar algo que no tienes. —repliqué, con una sonrisa burlona. Ninguna de las personas que pasaban por esa casa cada día se podía imaginar lo cansado que estaba de ella. Cada segundo a su lado es horrible, y lo cierto es que su deseo de que abandone este lugar no es nada en comparación con el mío de irme.

En cuanto terminé la frase, ella se acercó y me propinó un bofetón que me dejó en el suelo, un derechazo con la mano abierta digno de nuestra especie. Era en esos momentos cuando recordaba que los nourigoi teníamos una fuerza increíble, habilidad que aquella mujer tan solo usaba para golpearme a mí. Y habría ido a más de no ser por Beck, que ya había terminado su reunión y bajó corriendo los escalones tan pronto escuchó los grititos de rabia que soltaba Violet cuando comenzaba a perder los estribos.

—¡Suficiente! —gritó Beck desde la entrada de la cocina.

Violet suspiró profundamente al oírle, se sacudió la mano con la que me había tocado en señal de desprecio, y se dirigió al jardín trasero por una de las puertas de la cocina. Beck ni siquiera se molestó en seguirla, sabía que era una batalla perdida. Se acercó a mí, y me ofreció algunas de las cápsulas de sangre que tenía guardadas.

—Basta ver el color de ese anillo para reconocer que el hambre te está haciendo más atrevido de lo que deberías ser Roi. —dijo Beck mientras se colocaba a mi lado. A pesar de no compartir la misma sangre, la sonrisa la saqué la él, algo que Violet no podía soportar.

—Ella sigue pensando que me echarás a los veinte. No la soporto. No hace más que gastarse todas las cápsulas que le das. —respondí, justificando mis ataques hacia aquella mujer con la que, por desgracia, sí compartía la sangre. De entre todas las criaturas del mundo, ella era el ser más egoísta e irracional sobre la faz de la Tierra, y ni siquiera me sentía agradecido por haber venido al mundo de sus entrañas. Afortunadamente, Beck sabía consolarme.

Es curioso, pero mi relación con él era simplemente sencilla. Sí, todo es mucho más simple cuando conoces a alguien desde que tienes uso de razón, pero no todas las relaciones duraderas tienen porqué ser positivas. A mi madre la detestaba con todo mi alma, pero a Beck, por el contrario, le apreciaba como nadie. Todo lo que soy, y lo que sé, se lo debo a él. Especialmente teniendo en cuenta las condiciones bajo las que se desarrollan las vidas de los nourigoi. De entre muchas, las principales normas eran las siguientes:

- Admira la realidad, porque es el sacrificio de todos el que la protege.

- Aprende de los errores de los que vinieron antes, porque también son los tuyos.

- Aprecia cada gota de sangre, porque son la llave de nuestra salvación.

Por suerte, no alcanzaron a limitar mucho mi vida. Y Beck fue el único que evito que lo hiciesen, que pudiese vivir de esta forma.

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