Capítulo 03.

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Tener a Ran en su regazo era parte de sus sueños nocturnos y despertar agitado en la mejor parte era, al parecer, rutinario.

   Un grito agudo e histérico rompió los fragmentos de su imaginación y se llevó las manos a la cara cuando reconoció la voz de su madre, Dahlia, discutiendo con el hombre que llevó al monoambiente esa noche: su novio.

   Volteó sobre su hombro derecho, no quería levantarse y meterse en una pelea de adultos ebrios salidos de control. Con cansancio miró a su hermana menor, Dalenna. Ella imitó su acción, girando sobre su hombro izquierdo para mirarlo desde la otra cama. Su mirada de incomodidad y miedo no pasó desapercibida para Aegir, no cuando había visto esa expresión en su rostro casi toda su niñez.

   Aegir no recordaba tener buenos recuerdos con Dalenna, apenas podía contar dos o tres veces donde se rieron de la misma cosa sin que fuera forzado. Las fiestas de cumpleaños, los abrazos, los regalos y las comidas juntos no eran más que momentos obligados por Dahlia en un intento de familia feliz, pero Aegir no podía perdonarlas.

   Su hermana se tapó los oídos con las manos y después usó su almohada de color beige para tratar de callar los sonidos, aunque no sirvió de nada. Aegir, por su parte, no se esforzó y solo cerró los ojos para pensar en algo que sí lo hiciera sentir mejor, en algo que alegre su vida muchísimo más que su propia familia. Su hermano menor. Aquel chico que ya no existía porque sus padres se lo quitaron.

   Casi sonrió cuando recordó aquellos cabellos tan oscuros como la noche y esa sonrisa resplandeciente; la forma en que corría para abrazar a Aegir y cómo reaccionó cuando le presentó a Ran. Se llevó la mano al pecho cuando los lindos recuerdos se transformaron en dolor y agonía por culpa de su madre y abrió los ojos de nuevo, muy enojado, cuando una botella se estrelló contra la puerta.

    El monoambiente era pequeño, lo suficiente para que las camas de Aegir y Dalenna formen un pasillo angosto que se conectaba desde la puerta vieja hasta el placar ancho que sirve para dividir la zona de ellos con la cama de Dahlia. Sin embargo, el fuerte y repentino impacto de la botella hizo que pequeños vidrios cayeran sobre ellos.

    —¡¿Crees que puedes decirme que no?! —gritó Dahlia, con la voz rota por culpa del llanto y la ira.

    Los hermanos se sentaron con rapidez para quitar los vidrios y sacudir las sábanas. Dalenna se frotó los ojos para limpiar cualquier rastro de lágrimas. Siempre era la misma situación en ese lugar. Una madre ebria o drogada en los peores momentos, una mujer incapaz de mantenerse cuerda aunque sus hijos estuvieran presentes.

    —¡¿Acaso eres maricón, André?! ¿Es eso? Puto de mierda —escupió Dahlia con asco.

    Aegir apretó su almohada con más enojo cuando escuchó las palabras de su madre y entendió la situación. No era la primera vez que André se quedaba a dormir con ellos y que se negaba a tener sexo con Dahlia mientras sus hijos estuvieran allí por más dormidos que estén. Él era un hombre respetuoso y con sentido común, no iba a darle a la mujer lo que quería si había alguien más.

    —¡Dahlia, basta! Están tus hijos, ¿no sientes vergüenza al gritar así? —dijo André. Su voz sonó ronca y baja.

    —¿Crees que la excusa de que mis hijos están aquí cubre tu realidad? Cada vez se nota más que eres homosexual, André. Un homosexual de mierda —gritó de nuevo.

    —¡Mamá, basta! —El grito de Dalenna llamó al silencio. La chica se alejó de su cama para pararse al lado del armario— Estás enferma, mamá, ¿no te das cuenta de lo que nos estás haciendo?

    Aegir suspiró cuando su hermana empezó a llorar mientras se unía a la discusión. Se paró a su lado, con las manos metidas en los bolsillos de su jogging, y miró a André. El hombre tenía marcas de rasguños agresivos desde su mandíbula hasta sus clavículas, agresiones con sangre y un círculo rojo marcado bajo sus labios, signo de un puñetazo.

Cinco días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora