Capítulo I "No Es Fácil Decirte Adios"

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Cuándo el final es inminente ¿Cómo es que se tiene que reaccionar? Era la pregunta que rondaba la cabeza de Asier. De nada valía su fuerza, prestigio y opulencia, si no podía hacer nada para salvar al amor de su vida. Por primera vez, experimentaba algo como la impotencia y la desesperanza. Todos los allí presentes no daban crédito al ver al capitán y comandante general Asier derramar lágrimas como si de un crío se tratase. Aún así, no soltaba alaridos. Su orgullo no se lo permitía, se obligaba así mismo a mantener la cabeza en alto, mirando en dirección de la puerta de la alcoba viendo desfilar al gentío que se había hecho presente para otorgar palabras de aliento y de afecto en aquellos momentos. Alguien tan amable y tan noble, merecía verse rodea de todo ese cariño. Toda su corta vida, la había dedicado a los demás y ahora esos otros no pensaban dejarla sola en la más dura y funesta de sus travesías. Cuando salieron los condes de Márquez, quienes eran los padres de Madame Ángela, estos lo miraron con ojos compasivos y un tanto paternales, para brindarle la fuerza necesaria para cruzar ese par de puertas, que lo llevarían hacia el primer día del resto de su vida. Por un instante, los pies se le volvieron lo bastante pesados como para no dejarlo avanzar, anclándolo a ese lugar. El se hubiera quedado allí, de no ser por Elizabeth, la amiga y dama de honor de Ángela quién le dio un leve empujón en la espalda y le susurro unas palabras que ayudaron a Asier a salir del letargo en el que había entrado, las cuales fueron: "ella está siendo fuerte, ahora es tu turno ve y abrázala una vez más, es todo lo que ella necesita".

Atravesó el marco de la puerta doble con pasos cortos y débiles. Del hombre erguido y orgulloso, de sangre guerrera y actitud desdeñable, no queda ni una pizca. Ahora incluso, parecía que una cantidad de años considerables le habían pasado en un santiamén, por eso le costó trabajo responder a la sonrisa con la que lo había recibido su compañera amada. Apretó los puños un ultima vez, antes de cambiar de actitud. No podía darle como despedía a la más decrépita de sus versiones. Quería sonreír para ella, quería mostrarle todo lo bueno que habían logrado juntos y para eso se había preparado en los últimos dos años, desde que la salud de Ángela había comenzado a decaer y tanto los sabios, como los doctos habían augurado que no se podía hacer nada. Así que cerró los ojos e inhaló un par de veces esperando encontrarse con el aroma de la muerte, pero por alguna extraña razón su nariz fue golpeada por el dulce aroma de los lirios, lo cual le produjo paz y con eso pudo al fin relajarse y sonreír de manera auténtica. Cuando abrió los ojos, pudo notar que por la ventana entraba la luz del sol del medio día en todo su esplendor, por lo cual en la habitación no había ni un ápice de oscuridad. Parecía como si la mismísima diosa Carmín hubiese conspirado para llenar de luz al mundo, ahora que estaba por perder a alguien que hacía brillar a todo aquel que tuviera la dicha de contar con ella. Allí fue cuando Asier lo comprendió todo, ya estaba escrito ese momento, sabía perfectamente que personas como Ángela o sus difuntos padres no pueden permanecer tanto tiempo en el mundo. Su lugar está entre las estrellas, para ser la senda iluminada por la que los desgraciados y maliciosos tiene que transitar. Sería una osadía y una herejía contra tal hado pretender ir en contra de ese destino y por fin pudo sentir la dicha de haber estado tanto tiempo en compañía de una verdadera ángel. Estaba en medio de esas cavilaciones que fueron interrumpidas por la voz suave y atropellada de su joven compañera quien lo recibía con una broma como de costumbre:

-¡Oh, cariño! Llegaste demasiado pronto y no me he arreglado. De seguro, podría espantar a cualquiera. -la risita aguda de ella lleno la habitación y el río junto con ella, olvidando cualquier sombra que existiera en esos momentos en su corazón.

-Por un momento, pensé que estaba frente a una de esas criaturas del paso montañoso. Date cuenta que pude haber sacado mi espada -Asier adoptó un tono pícaro y burlesco para molestar a Ángela, quien se escondió debajo de las sábanas para que Asier no pudiera verla.

El Cantar Del Caballero BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora