Capitulo 3: "Un sitio al cual llegar".

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"Bien, ahora sal y haz un escandalo, tienes que ser en demasía convincente" pensó Asier después de aquella platica tan significativa. En su espalda, ahora carga el peso de ser lo que la emperatriz Elune quería que fuera, hace tiempo que no sentía esa emoción que se siente engañar a los demás con algo que nunca ha sido y que jamás será. Algo de placer encontraba en el hecho de engañar y de mentirle a los demás. Por eso, cuando abrió la puerta doble de la sala del trono y salió por ella hacía el vestíbulo principal del Palacio, no dudo en ser lo más escandaloso que pudo llegar a ser. Tenía que dejar a todos esos nobles anonadados sin importar las palabras tuviera que utilizar, así que respiró hondo y comenzó con su actuación.

- ¡Emperatriz de azúcar! - el grito se escucho en todo el vestíbulo y tanto varones como damas voltearon la vista extrañados -¿Cómo puede ser tan mal agradecida? Yo, que he dado mi vida por este Imperio y cuando necesite de él, primero me da unas palmaditas y luego me patea como a un can. ¡Qué le jodan! ¡Yo me largo! No seré el segundo de ese estúpido de armadura carmesí. Es débil y no tiene ingenio ni habilidad y pretende que un Alfons como yo, estemos a su servicio. Patrañas.

Los presentes no daban crédito suficiente a sus palabras, sobre todo viniendo de alguien como Asier, quien en otrora, aunque fuese cínico y sarcástico con toda la corte, a la emperatriz siempre le guardo respeto, después de todo, el peso de su apellido y de su cargo, sobre todo de su honor, le impedían estar en desacuerdo con Elune a pesar de que esta se equivocase. A Asier, le hubiera gustado que el conde Marriot se interpusiera en su camino, así podría darle mayor énfasis a sus palabras. Pero también, estaba consiente de que no perdería los estribos con aquella rabieta. Después de todo, era evidente que nadie lo quería de regreso. Así que su rabieta a muchos les llenaba de gusto, ya que significaba que algo entre los antiguos amigos y cómplices, se había roto. Sólo el Arzobispo Tzamn Cortes, fue quien se le acerco para intentar calmarle.   

-Capitán Asier - habló  el arzobispo con ese tono tan afable que le caracterizaba -¿Qué son esos gritos? Debería de ser mas prudente en la forma y en los momentos en los que se expresa.

- ¿Me dice a mi que sea cuidadoso? - Trató de sonar lo más agraviado posible -, ¿Qué hay de ella? ¿Acaso no tendría que tener cuidado de sus acciones? Se piensa que por su titulo, no puede tratarnos con el respeto que nos merecemos. Después de todo, mi familia durante generaciones ha servido sin chistar al trono y cuando necesitamos de su misericordia y su comprensión nos insulta rebajando el rango que con trabajo y sangre nos hemos ganado. Sus acciones insultan el sacrificio impoluto de mis ancestros. No pienso tolerarlo, así que yo me largo de aquí y si esta en su razón reflexionar sobre su actuar, sabrá donde encontrarme. Yo no me rebajaré a ser un simple adulador estoico frente a tal atropello, así que si me lo permite su excelencia, dejé que continué con mi camino, si es que no quiere ser aquel sobre el que descargue toda está ira que con trabajo intento reprimir.

- Hijo - las palabras del Arzobispo sonaron indulgentes -, sólo diré: Anda, ve. Tomate unos días más de descanso, lo que acabas de pasar no fue algo que se superé en tres días. Tienes que pasar tiempo con tu hija y sobre todo, pasar tiempo contigo para que puedas reflexionar lo que acabas de decir. Estoy seguro que nuestra señora Elune no tomará en cuenta tus palabras ya que sabrá comprender que en estos momentos no te encuentras en las mejores condiciones. Por ultimo, mi consejo es que no te vuelvas en enemigo del Imperio, tu sabes que por muy fuerte que seas, no podrás escapar del castigo y de la deshonra.

"Bien, justo son esas palabras las que tienes que utilizar, de no ser así el impacto de todo esto no tendría sentido" se dijo Asier para sus adentros, reprimió todo instinto de echarse a reír. Cada paso, cada palabra, incluso tono de su voz, había sido calculado con una perfección que hubiera espantado a cualquiera, pero no a él. A pesar de sus dos años de ausencia ninguno de los presentes había cambiado en nada, por eso era tan fácil engañarles con palabras fuertes y soeces. Su actuación fue impecable, ahora no quedaba de otra que salir de allí lo más pronto posible, para no desairar a nadie más y que todo ese juego se convirtiera en algo serio. Pasó de largo del Arzobispo, como si desechara cada una de sus palabras y se enfilo hacía la salida del palacio.

El Cantar Del Caballero BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora