Esther

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El siguiente día lo pasamos también en la habitación del hospital. Nico no para de mirar mal al enfermero, cada vez que entra a comprobar que todo está bien y decirnos que no tenemos de qué preocuparnos. Aunque no sé cómo pretende que no lo estemos cuando nuestro amigo está inconsciente desde ayer.

Nico sigue bastante afectado aunque intenta que no se le note. No lo culpo, yo también lo estoy. Él sabía que la llamada de sus padres era una trampa. Me lo contó cuando Alex se fue corriendo. Yo me quedé sin hacer nada... Esto es tanto culpa suya como mía aunque intente cargar con toda la responsabilidad.

Ahora que han vuelto, es más fácil tratar con ellos. Antes, cuando quedaba con Nico no podía nombrar a Alex, porque entonces le daba el bajón y para solucionarlo, nos emborrachábamos en su casa. Nunca lo había visto tan hundido hasta ese momento. Y ahora, parece solo una sombra que divaga por el cuarto de vez en cuando. Si yo no hablo, él no lo hace y ese silencio me incomoda. De vez en cuando baja a fumar y yo me quedo "haciendo guardia" como me pide cada vez que sale, por si el enfermero hace algo extraño.

¿Está mal sentir envidia de ellos porque han encontrado aquello que yo tanto he buscado en otras y que nunca he hallado? Es que parece que viven en su propio cuento de hadas. En una película de fantasía en la que el amor puede con todo. Mi película es una cliché en la que la amiga lesbiana liga un montón pero las citas solo le duran una noche.

El día del skatepark me fui con una chica que conocí. Se llama Raven. Después de una noche ajetreada nos dimos los números y hablamos de vez en cuando, pero solo como amigas. Nadie sabe que detrás del caparazón que me he construido con todos los pedazos de mis ilusiones y esperanzas, se esconde una Esther romántica que solo busca su media naranja. Nadie sabe que me gustaría llegar a casa, cogida de la mano de alguna mujer y presentársela a mis padres como mi pareja. Pero el amor no viene en mis cartas y ya he comenzado a rendirme...

—Pronto despertará —nos informa el médico—. Cuando lo haga, no lo agobiéis. Necesitará estar lo más tranquilo posible. No debe hacer mucho esfuerzo durante un tiempo.

Se marcha después de tomar nota de las pulsaciones de mi amigo. El abrazo que me embiste me hace caer hacia atrás, en el sofá en el que estamos Nico y yo. Unos segundos después, reacciono y correspondo a su gesto. Tiembla y pienso que quizá tenga frío. Lleva desde ayer solo con una sudadera, es normal. Tan rápido como llega ese pensamiento, se esfuma cuando lo escucho gimotear. Últimamente llora más en público, cosa que antes no hacía. Esta situación lo tiene al borde de sus límites.

—¿No lo has oído? Va a despertar. Pronto lo hará.

—Esther..., va a despertar.... Pronto.

Dice entre gimoteos.

—Pues no llores que me voy a unir al final.

Pero ya es demasiado tarde cuando lo digo. Lágrimas desesperadas brotan de mis ojos. Nos quedamos así un rato, como dos críos de diez años que no quieren separarse nunca. El momento se corta cuando decide dejarme libre. Vuelvo a incorporarme y nos quedamos mirándonos durante unos segundos.

—Estaba tan asustado, Esther.... Estaba acojonado... Todo es culpa mía.

Le pongo una mano en el hombro dándole ánimos para que se desahogue conmigo.

—Nico, esto es culpa de los tres. Tú le dijiste que era una trampa y él no quiso escuchar. Y yo no hice nada. Es tan culpa mía como tuya y suya. No cargues con todo tú solo.

Se encoge de hombros. Sé que le va a dar igual y que va a seguir sintiéndose el único responsable.

—¿Qué es lo que le vas a decir cuando despierte?

AlexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora