2. Los colores de Dingle.

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El bullicio de lo que ocurría a su alrededor no lograba distinguirse, sólo la agitación del ambiente. Sabía que debía empezar a moverse, a ayudar, a escapar, pero la pequeña pelirroja no se movía de donde estaba. Alguien grande y fuerte la sujetaba de frente, y firmemente, de los hombros.

—¡Reacciona! —Exigía el ser luminoso y voluminoso frente a ella —. Lily, tienes que empezar a correr. No te detengas. Corre hacia tu casa. ¡Ahora!

Ella ni siquiera había tenido tiempo de entender "qué" era aquel ser que le ordenaba, cuando se encontró haciéndole caso y corriendo hasta que las piernas le ardían. Se dirigía en línea recta, subiendo por la empinada calle, y estaba a punto de llegar cuando otra forma humana, ésta vez oscura, se materializó justo frente a ella. Lily alcanzó a ver un brillo azul intenso dónde se suponía que estarían los ojos, y no alcanzó a frenar a tiempo, atravesando lo que ahora era una espesa nube negra. La materia gaseosa la envolvió, asfixiándola enseguida...

Lily Pond despertó en jadeos profundos, combinados con arcadas dignas de un asmático, tratando de recuperar el aliento, sintiendo aun los vellos de punta por la pesadilla. Abriendo bien los ojos, comprobó que ya había amanecido e hizo lo posible por tranquilizarse. Al cabo de unos minutos, y de unos incesantes maullidos de Mr. Roar exigiendo ser alimentado, la chica se levantó, dejando atrás cualquier recuerdo de aquel sueño que jamás había tenido.

Horas después, el día transcurrió según lo esperado. Había salido de casa, dejando al gato dormido, mientras llevaba los papeles necesarios para continuar su transferencia al instituto.

Según las instrucciones de los pueblerinos, el instituto quedaba bajando la calle, casi hasta llegar al muelle marino, rodeándolo y tomando un atajo más, que le permitía llegar a tiempo. Estacionó el mini Cooper, y recorrió los pasillos del que sería su nuevo instituto. Eran épocas de clases aun, los salones murmuraban sus enseñanzas, y se preguntó cómo no había pensado en eso antes, ¿quién se cambia de escuela en pleno ciclo? Pues ella. Al cabo de un rato, se encontraba inscrita, y con el horario en mano, lista para empezar las clases al día siguiente. Los nervios ya atacaban a la pequeña pelirroja de largo cabello y largas pestañas.

Lily decidió pasar la tarde tomando fotografías del pueblo, para su madre, y localizando las tiendas de café más cercanas y populares. Así que volvió a casa, tomó su cámara fotográfica y salió, ésta vez sin el auto.

Las calles se extendían frente a ella, y las casas coloridas alegraban el ambiente. En comparación con Londres, Dingle era tranquilo y acogedor en todos los aspectos. Esperaba no ir demasiado distraída y terminar perdiéndose.

El parque infantil le proporcionó a Lily cierta alegría: Estaba todo colorido y vivo. A pesar de que en ese pueblo casi no había niños, a esa hora, algunos ya se encontraban corriendo y subiendo a cada juego, cómo si sus vidas fueran destinadas a ello. Y la luz del sol se hallaba en un punto en el que las fotografías tendrían un toque casi mágico.

La muchacha se colocó detrás del lente de la cámara, enfocando un espacio entre los juegos y los niños, dónde la luz se colaba por un árbol, y activó el obturador. Revisó la pequeña pantalla para comprobar que la foto había salido bien, y frunció las cejas. En la imagen, un niño pasaba corriendo, y un color extraño y tenue emanaba de su figura. "No se supone que el Sol haga eso..." Pensó Lily, y decidió volver a intentar.

Volvió a colocar la mirada en el lente, ésta vez prestando mejor atención y moviendo el ángulo hacia otros niños que se acercaban. Los colores que emanaban de ellos eran igual de tenues que en la foto. Lily frunció las cejas con confusión, levantando la mirada fuera de la cámara, esperando comprobar que sólo era un efecto refractante de la luz del sol sobre el lente. Un sobresalto hizo que casi el aparatose estrellara contra el suelo, de no ser que la traía de la correa por el cuello. Los mismos colores que veía a través de la cámara fotográfica, los podía observar con sus propios ojos.

Confundida, la pequeña muchacha miró a las madres de los niños, sólo para notar que ellas también emitían aquel leve resplandor, casi imperceptible, aún más tenue. Volteando a la derecha, vio a una chica sentada bajo un árbol, leyendo, con un color más llamativo, con tono aperlado y pastel. Inmediatamente, Lily recordó que cuando era más pequeña, ella se había visto con colores similares cuando se miraba al espejo, pero había dejado de notarlo mientras crecía. Nunca le había prestado atención. "No puedo estar drogada... tal vez tengo la vista cansada. O el aire de aquí tiene algo..." Pero llevó la vista una vez más a su izquierda. Una persona cruzaba la calle, un hombre de cabello castaño claro, y a su alrededor, en lugar de tener colores tenues o los nacarados, poseía unos oscuros y gaseosos, cómo si llevara a cuestas una nube dispuesta a dejar caer una lluvia torrencial.

Lily dio un paso atrás, sintiendo la piel de su espalda erizarse, y los vellos de sus brazos levantarse. El recuerdo de la pesadilla la atacó de pronto.

—¿Qué diablos está sucediendo? —se dijo en voz baja, con pánico, volviendo a retroceder sin cuidado, tropezando y cayendo sobre unos arbustos. Una chica rubia, de unos veintitantos, se acercó corriendo hacia ella, tomándola de la mano y ayudándola a levantarse.

—¿Estás bien? Pareces conflictuada. —Dijo la joven rubia con mirada sincera y preocupada, con voz suave. Lily levantó la mirada hacia ella y ésta vez, controló un poco mejor su sobresalto, aunque no pudo evitarlo por completo. Aquella mujer lucía un color blanco y brillante a su alrededor, y parecía no tener ni idea de poseerlo, o simplemente le tenía sin cuidado que alguien pudiera verla.

—No... Sí. Estoy bien. Casi. Debo irme —. Balbuceó Lily, volviendo a tropezar mientras se daba la vuelta, y comenzaba a avanzar a paso rápido de vuelta a casa.

En el camino, prestó más atención, notando cómo los colores eran más variados, y predominantes que antes. Tal vez siempre los había visto y había dejado de darles importancia. Tal vez estaba drogada con algo en el aire. Tal vez no había dormido suficiente. Tal vez necesitaba anteojos. Tal vez estaba perdiendo la cabeza.

Una ansiedad repentina la invadió, obligándola a apresurar el paso, y cuando se dio cuenta, corría cuesta arriba, hacia su casa. Algo en su estómago se retorció cuando visualizó su edificio. Tenía la misma sensación que había tenido en su pesadilla, y cuando se acercaba más a la puerta de acceso a su casa, por un instante, cerró los ojos, esperando ser devorada por aquel ser oscuro que la había ahogado en sueños... Pero nada de eso pasó. Llegó, ingresó los números en el panel de control a lado de la puerta, entró, volvió a cerrar la puerta detrás de ella y subió a la seguridad de su casa, sintiendo un alivio extenderse en su pecho mientras daba hondas respiraciones para tranquilizarse.

—No sé qué me está sucediendo, Mr. Roar... —le murmuró al gato, quien se acercaba a ella, exigiéndole mimos y cariños cómo el gato perezoso que era. —Promete que no saldrás, no hasta que sepa qué pasa aquí.

Y el gato, cómo si le entendiera, ronroneó en respuesta, y corrió a esconderse entre los cojines del sofá en la sala de estar.


Bitácora de una Nefilim.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora