3. Charlene Bahr.

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Los días iban pasando, calmados y sin motivos para que la pequeña chica de mejillas pecosas y cabello rebelde perdiera los nervios. Se había dedicado a inspeccionar desde su ventana los primeros días, y al mismo tiempo recordaba que aquellos "colores" que veía en la gente que pasaba por la calle no le eran tan nuevos. Un día en especial recordó haber vislumbrado algo similar en sus padres cuando era una niña muy chica, ella había preguntado, y sus padres sólo se habían reído divertidos, llamándola cariñosamente "nuestro pequeño ángel."

Lily se había acostumbrado ya a la idea ver el mundo cómo un caleidoscopio andante. Se había acostumbrado demasiado rápido para su gusto, y para cuando comenzó a asistir a la escuela, podía ignorar los diferentes colores a su alrededor, casi hasta no prestarles atención.

Pero había un "aura" que le causaba escalofríos. La veía en el estacionamiento. En algunas clases compartidas. En los pasillos, colocándole el pie por enfrente para hacerla tropezar.

Durante varias semanas, Lily pudo organizar su vida en Dingle. Dividió su tiempo para la escuela, y para que en poco tiempo, su librería fuera un lugar totalmente funcional. Incluso ya contaba con un empleado, que le ayudaba cuando ella estaba en el colegio. Todo iba de acuerdo a los planes, y aquello la hacía sentir más feliz de lo que había imaginado.

Aquella noche, la hora de cerrar ya se acercaba. La chica colocaba el seguro a la caja registradora, recogía sus cosas y tomaba las llaves, dispuesta a dar por concluido su día laboral. Le resultaba complaciente que aquel lugar fuera un buen lugar para los lectores, eso la hacía sentir más a gusto con su nueva vida.

Lily caminaba hacia la puerta para colocar el seguro, cuando una sombra detrás del cristal se asomó y sonrió con una blanca dentadura, y un cabello de tono naranja encendido cómo llamas ardiendo. La piel de la pequeña chica se erizó, y sus sentidos le avisaron que algo no estaba bien. Retrocediendo, aquella sombra tomó mejor forma, entrando a la librería cómo si fuera un cliente común.

Charlene Bahr entraba con aire presuntuoso, una sonrisa malvada, y unos ojos extrañamente escalofriantes. Tenía una figura esbelta, con una cintura diminuta y largas piernas. El cabello, de color naranja intenso, le llegaba a la altura de la barbilla, enmarcando su rostro alargado y dejando descubierto su largo cuello pálido.

Lily reprimió el extraño impulso de querer cerrarle la puerta en la cara, cuando se dio cuenta que era la misma chica, con aquel "color" muy oscuro a su alrededor, la misma que la hacía tropezar en los pasillos del colegio por mera diversión. Su corazón se aceleró con precaución, y Lily no entendía por qué, pero Charlene pudo escucharlo y a causa de eso sonrió con autosuficiencia.

—Buenas noches. Estaba por cerrar —dijo Lily, tratando de no sonar nerviosa—. Pero si quieres echar un vistazo está bien.

Lily no recibió respuesta, a lo que suspiró, infundiéndose valor. La chica de llamativo cabello caminó hacia los estantes reprimiendo una sonrisa divertida, y acarició el lomo de los libros. Tomando uno al azar, le arrancó el plástico protector y hojeó entre las páginas, leyendo superficialmente.

—Ew... —emitió con una mueca de desagrado, dejando caer el libro al suelo. Deslizando los dedos por los libros, comenzó a tirar de ellos, haciéndolos caer uno a uno mientras avanzaba. —Uno, dos, tres libritos. A ver, Lily. Ayúdame a contar cuantos caen. —dijo en evidente diversión, dirigiéndose a otro estante, dejando el desorden en su camino.

La pequeña chica de mejillas pecosas, comenzó a sentir la sangre huir de su rostro.

—Sal de mi librería, por favor.

—No estás contando... —dijo Charlene, amenazante. Se volteó y Lily pudo captar un brillo oscuro y siniestro en sus ojos que le erizó la piel. Sus sentidos se habían activado, cómo preparándose para alguna pelea, pero ella no se sentía lista para la violencia nunca.

—Por favor, aléjate de los libros. —Dijo mordazmente, dando un paso hacia la chica de aura tan oscura y espesa cómo una nube dispuesta a dejar un aguacero caer. Aquella dejó escapar una risita siniestra, y con fuerza, empujó el estante más cercano, haciendo que el mueble callera, sobre un sofá de descanso, destruyéndolo con el impacto. El sonido de la madera al resquebrajarse, hizo que Lily sintiera como si sus propios huesos hubieran sido dañados.

—¿Dónde está tu diversión, nefilim? —murmuró la muchacha de cabello naranja, con naturalidad y malicia. Antes de que Lily pudiera acercarse, tomó otro libro, sacó el encendedor de su bolsillo, y le prendió fuego a las páginas, que rápidamente comenzaron a consumirse.

El corazón de Lily se aceleró, haciendo que las mejillas se le encendieran, y provocando que su aura, de un tono dorado aperlado, se intensificara. Ella no podía verla, pero Charlene, que era un demonio, rápidamente se sintió repelida y con el deseo de atacarla al mismo tiempo. Pero se sorprendió aún más al ver cómo la pequeña nephilim se abalanzaba sobre sus manos, arrebatándole el libro en llamas y lanzándolo hacia la ventana, directo al bote de basura, controlando que el fuego llegara a expandirse.

—Vaya, vaya... —dijo Charlene en un tono de total sorpresa y fascinación. Sabía que si quería seguir divirtiéndose al torturar a la pequeña chica frente a ella, tendría que dejarla vivir al menos lo suficiente, así que, ignorando el impulso de atacarla por naturaleza, saltó sobre el estante volcado, pisando los libros regados, y abrió la puerta de la librería, despidiéndose con una sonrisa, y unas palabras impregnadas de diversión mortífera. —Nos vemos en la escuela, Lily.

Lily respiraba aceleradamente, tratando de controlar los temblores de sus manos. Para cuando giró para ver a su atacante, ya se había esfumado detrás de la puerta. Soltando un gran y pesado suspiro, acompañado de lágrimas de frustración, examinó los daños, sintiéndose impotente y triste. En unos segundos, sintiendo el humo del libro quemado llegar a sus fosas nasales, rememoró cada momento desde que aquella chica había entrado al establecimiento. Sus cejas se fruncieron al recordar cómo le había llamado, como si fuera un apodo común. Desconocía la palabra Nefilim, pero también desconocía porqué se había transformado en el objeto de crueldad por su parte.

Decidida a encontrar alguna solución, Lily terminó de cerrar su librería, colocando las cortinas de seguridad, y corriendo hacia arriba a su casa, necesitando un momento de paz, y dudando si podría dormir bien esa noche.

Bitácora de una Nefilim.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora