CAPÍTULO 2 : KILLIAN

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Catania, Italia

01:47 a.m. 

La vigilia volvía a hacerme compañía aquella noche. 

No era la primera vez que me sucedía, y tampoco sería la última.
Sobretodo después de que continuamente encontrábamos nuevas evidencias en nuestra última escena del crimen. 

El perpetrador había sido imprudente, eso pudimos averiguar hasta el momento. La escena había sido descuidada, nada parecida a las otras anteriores cometidas por el asesino calculador y metódico que buscábamos. 

Pero sabíamos que había sido él. 

Y habíamos estado muy cerca de atraparle. 

Alcé la vista observando la telaraña de pistas y anotaciones, que pendían de la pared sobre la información que habíamos encontrado hasta ahora. 

El primero había sido un anciano jubilado, con residencia a las afueras de Gerona, sin pareja ni ningún familiar que se mantuviera en contacto. Éste había sido hallado por los mossos en su vivienda casi una semana después de su defunción, a causa de que una vecina hizo una llamada preocupada por la ausencia del anciano. Tras una breve investigación en la escena del crimen, se descartó cualquier ataque en la vivienda y aunque se preguntó a los vecinos, la víctima no parecía poseer ningún contacto con el exterior. 

El informe forense había apuntado la causa de muerte como vasoconstricción coronaria a causa de la hipoglucemia y dado que la víctima sufría de diabetes, llegamos a la conclusión que era una muerte natural. Nos disponíamos a cerrar el caso cuando un agente se presentó en nuestras oficinas vestido de traje y con unas gafas de pasta que cubrían gran parte de su rostro. 

No parecía tener ni cuarenta años, pero su semblante serio parecía el de alguien que había vivido demasiados horrores por una vida. En llegar se dirigió a mí con paso decidido, ausente de la atención que estaba llamando a nuestro alrededor. 

—¿Es usted el señor Monroe, Killian Monroe?

—Así es, quién es usted?

—Aquí no, demasiados oídos —explicó moviendo un dedo acusador a los pares de ojos curiosos que nos rodeaban. 

Le guié silencioso hacia una habitación al final del pasillo que usábamos para algunas reuniones confidenciales. Un segundo después de cerrar la puerta abrió su carpeta dispuesta hacia mí y comenzó a hablar. 

—Bien señor Monroe, yo soy el agente Lorenzo perteneciente al departamento de seguridad pública e inteligencia antimafia del Ministerio interior italiano— explicó extendiendo un docoumento identificativo.— y me gustaría hacerle unas preguntas sobre el caso que se encuentra investigando en este momento. Primero que nada, he de advertirle que cualquier información que abandone esta sala se castiga según el Código Penal con una sentencia de uno a cuatro años de prisión, o de multa de 12 a 24 meses. Además que será revocado irremediablemente de su rango y trabajo.

Tragué duro. 

Me había costado muchos años llegar a donde me encontraba y estaba seguro que por nada del mundo lo iba a desperdiciar. 

Asentí lentamente y él me entregó un documento de confidencialidad para que lo firmara.

—En estos momentos su caso es para nosotros de vital importancia, ya que hace unos días nos llegó a nuestras oficinas unas fotos de la escena del crimen entregadas por un testigo anónimo el cual aseguraba en una nota que la víctima había sido asesinada. Normalmente no atendemos asuntos de esta clase hasta que nos dimos cuenta que las fotos eran fotocopias de las fotografías tomadas por la policía forense del día que se encontró el cadáver. Por lo que teníamos dos teorías; o alguien del cuerpo había filtrado esas imágenes, o alguien de afuera accedió a ellas. Fue entonces deteniéndonos a mirar las fotografías que algo nos llamó la atención. 

Diario de una sombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora