CAPÍTULO 3 : LA SOMBRA

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04: 13 a.m 

Boop Boop

El dispositivo titiló levemente antes de emitir un sonido desagradable y mostrar un mensaje en la pantalla: error.

Otra vez.

Como fallara una vez más, acabaría bloqueando el maldito aparato.

—Podrías ayudar un poco —me quejé a la persona inconsciente a mi lado.

No era culpa mía que estuviera en esa situación.

Técnicamente, la culpa la tenía el bate de béisbol con el que le había golpeado. 

Pinzas en mano, suspiré con molestia antes de volver a intentarlo de nuevo cuando mi móbil empezó a sonar.

Sin perder de vista el dispositivo, saqué del bolsillo de mi trasero el móbil y contesté la llamada dejando el teléfono sobre el salpicadero del coche. 

—¿Dónde estás? —preguntó directa al grano.

—Hola a ti también —respondí secamente. 

Habría jurado que pude sentir su suspiro al otro lado de la línea.

—Eso no responde a mi pregunta, ¿dónde estás? —volvió a preguntar más enfadada.

—De camino, he tenido que parar a recoger a un amigo —expliqué guiñando un ojo al susodicho que aún dormía en el asiento del copiloto. 

Podía sentir su mente cavilar en el tipo de situación en la que me encontraba. 

—Ya veo... Y este amigo vivirá para ver la luz del sol?

Incliné la cabeza hacia el sujeto sopesando la situación por unos instantes.

—Probablemente no —respondí encogiéndome de hombros. 

—Ten cuidado Sombra, si te ciegas demasiado acabarás olvidando el motivo por el que empezaste. 

Era imposible olvidarlo. 

Ni aunque quisiera podría. 

Su voz, para algunos olvidada, solía resonar en mis oídos como el eco de un disco rayado con su firma escrita. Y jamás olvidaría sus palabras. 

Ella solía decir que yo era una buena persona. 

Y ella no solía equivocarse nunca.

Por lo que yo confiaba en ella, siempre lo había hecho. A veces mis pensamientos podían sacar lo peor de mí en momentos de debilidad, y a veces podía resultar difícil combatirlos. 

Yo tuve que hacerlo durante muchos años. 

Habían sido horas en las que me acurrucaba en la cama deseando haber tomado otras decisiones, fueron días en los que horrorosas atrocidades llenaban mi cabeza, fueron meses en los que el insomnio y la inapetencia se llevaban pequeños trozos de mí. 

Más de una vez creí que no viviría demasiado para intentarlo, pero ella no se rindió. 

Ni una sola vez.

Ella había entrado en mi vida como un huracán, destrozando todas las barreras que me mantenían lejos del mundo exterior. 

Luchó con uñas y dientes para sacarme adelante, a pesar de que hubo veces en las que ni yo aceptaba la criatura en la que me había convertido.

Pero nunca dejó de luchar.

Nunca lo hizo. 

Ni siquiera cuando fueron a por ella y se la llevaron arrastras al bosque. Ni siquiera cuando la drogaron y mancillaron fuera del alcance de cualquiera que pudiera ayudarla. Ni siquiera cuando su alma fue arrancada de este mundo de una forma tan grotesca. 

Ella solía decir que era una buena persona.

Y ella no se equivocaba nunca, o casi nunca.

Pues me había prometido que nada malo le ocurriría. Pero a veces por mucho que intentemos cumplir nuestras promesas, la interrupción de un tercero puede modificar la trayectoria de nuestras vidas. 

Como en un cuento de hadas, mi luz se había apagado en una noche de verano la víspera de mi decimoséptimo cumpleaños. Una parte de mí se apagó con ella aquel día, pues sin mi luz para que iluminara el camino acabé sumiéndome en la oscuridad. La otra parte de mí juró no permitir que algo así volviera a suceder jamás. 

Finalmente, mi cuento de hadas había pasado a convertirse en una guía para cazar bestias. 

—¿Sigues ahí? —preguntó liberándome de mis pensamientos. 

Sacudí la cabeza con molestia. No necesitaba otra charla de ella, sobre si lo que hacía era o no lo correcto. 

—Hablamos más tarde cuando llegue, ahora le estoy abriendo el ojo a alguien —me despedí alargando el brazo y pulsando la tecla de colgar.

El dispositivo con escáner de retina había presentado un verdadero reto para mí. Especialmente después de que había tenido que dejar inconsciente al único que podía desbloquarlo, ya que en cuanto me vio intentó clavarse un bolígrafo en cada ojo. 

De manera que aquí me hallaba. 

Sobre el cuerpo tendido del infeliz, intentando abrir con pinzas sus ojos, mientas que con la otra mano sujetaba la tableta electrónica que contenía la información. 

En un principio mi plan había sido encargarle el trabajo al Zorro para que obtuviera lo que buscábamos, pero hasta él me había pedido expresamente que la tablet se bloquearía si se intentaba forzar con otros métodos. 

Y cada minuto que pasaba en ese coche iba a hacérselo pagar. 

Pero tampoco podía matarlo.

Ya me había cansado de asisitir a funerales. 

Beep Beep

La tableta se desbloqueó ante mis ojos mostando unas carpetas de archivos que había estado persiguiendo por semanas. 

Decenas de imágenes con las caras de cientos de personas invadieron la pantalla y no pude reprimir la sonrisa que llegó a mi boca.

Después de todo, quizás sí que tendría que acudir a algún que otro funeral más.



Diario de una sombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora