CAPÍTULO 1 : FLORENCE

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13:41 p.m.

Odiaba mudarme.

De pequeña solía mudarme bastante a menudo, hay quien podría pensar que ya estaba habituada a ello, pero no era así. Me agobiaba no poder habituarme a la gente ni a los lugares. Tener amigos pasó a convertirse en una idea meramente utópica creada en mi imaginación, al fin y al cabo no solía volver a ver a aquellas personas. 

Mamá me había estado repitiendo que me iría bien y que el cambio de aires me ayudaría a despejarme, aunque no sé si lo decía para mí o intentaba convencerse a ella misma de eso. Papá estuvo bastante reticente a dejarme ir hasta los últimos días, no le convencía que me mudara a una gran distancia lejos de ellos ya que todavía había noches en las que no podía dormir del tirón sin la ayuda de una pastilla.

—¿Segura, que estarás bien? —había preguntado papá por decimocuarta vez en menos de media hora.

—Claro que si, mamie no me habría legado la casa para que la echáramos a perder, además si algo me ocurriera solo estaría a menos de siete kilómetros del vecino más cercano para pedir ayuda. 

Sus ojos se habían abierto sorprendidos y se había girado frenético hacia mi madre.

—Quizá debería enviar una unidad para vigilarla

—¿Recuerdas lo bien que fue la última vez? —había dicho ella sarcástica.

—Buscaré a alguien mejor

—No por favor —había implorado, la última vez había sido una total pesadilla realizar mi vida con dos hombres del porte de un armario siguiéndome a todas partes. Entendía que mi padre quería protegerme, pero había sido totalmente innecesario que sacaran sus armas cuando mi peluquera me hizo un corte accidental en la oreja. 

Ese día había decidido que me las arreglaría bien por mi cuenta.

Y él había decidido que lo mejor era apuntarme a clases de defensa personal.

—¿Que te parece si hacemos un trato? —dijo mi madre al rescate de la situación.— Ella estará sola siempre y cuando no ocurra ninguna situación que peligre contra su vida. De lo contrario podrás intervenir como te parezca cariño

Esa palabra mágica.

Esa palabra la usaba mamá cuando realmente quería algo de él. Y en usarla todos sabíamos que había ganado la discusión sin tener que decir nada más. Esa palabra me consiguió mi libertad deseada y no iba a desaprovecharla, por lo que antes de que alguien pudiera cambiar de opinión hice mi maleta y me lancé a la carretera. 

Tardé un poco más de cinco horas en llegar a mi destino pero valía la pena.

En aparcar frente a la vivienda contemplé asombrada la casa a la que solía venir de pequeña y riachuelos de recuerdos llenaron mi memoria. Esconderme tras los arbustos de la casa jugando al escondite con mi madre, correr por toda la casa con mis botas llenas de barro tras un día de lluvia, trepar por el árbol de la entrada para ayudar a un pajarito que se había caído de su nido... 

En su momento no me había dado cuenta pero al ver la casa tras unos cuantos años podía vislumbrar ese aire imponente que emergía de ella y solté un silbido. 

Decir que la propiedad lucía modesta era un eufemismo. La mansión estaba situada a las afueras de la ciudad, lo suficientemente cerca como para llegar a diez minutos en coche, pero lo suficientemente lejos como para que no hubiera muchos vecinos por la zona. De hecho, no recordaba haber visto a ninguno en el tiempo que venía a visitar a mi abuela. 

El transcurso de los años no habían pasado en vano en la ahora envejecida construcción, y aunque la estructura de arquitectura clásica francesa parecía que había vivido días mejores, no cabía duda que destacaba por su increíble belleza. 

Diario de una sombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora