Capítulo 2

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—¿Tienen preguntas? —miró sin interés los rostros de los alumnos. La mayoría de ellos tenían la vista fija en la pizarra como si estuvieran en trance, uno que otro se concentraba en tomar apuntes de las últimas ecuaciones que anotó y otros más lo observaban a él, pero en cuanto sus miradas se cruzaban la desviaban primero— ¿Preguntas inteligentes?—preguntó cuando el gracioso del grupo alzó la mano para después dejarla caer.

Nada.

Los miras como si los fueras a asesinar, sé más amable Mikey.

La voz de su amigo se reprodujo en su cabeza. Manjiro seguía trabajando en ese aspecto de su enseñanza. Sí, odiaba las horas de oficina porque en realidad prefería descansar, sus planes de estudios eran de los más complicados y extensos por lo que intentaba hacer que la comprensión fuera más clara. Al final no era su culpa que los idiotas tuvieran un cerebro pequeño o que en su defecto no practicaran lo suficiente.

Para eso dejaba tareas y proyectos, que en su mayoría no eran capaces de completar con la calidad que él deseaba.

—Bien, entonces les informo que ya envié sus calificaciones al sistema—escuchó varios suspiros y quejas que ignoró—. No quiero ver rostros sorprendidos puesto que la mayoría de ustedes tuvo un pésimo desempeño en la evaluación, algunos ni siquiera se presentaron y yo espero no volverlos a ver en mi salón de clases. Tareas incompletas y con retraso no me atreví a calificarlas y se fueron directo al reciclaje—. Siguió el consejo de Kenchin y suavizó un poco la voz al mismo tiempo que esbozaba una suave sonrisa—. No se atrevan a buscarme en mi oficina, no doy segundas oportunidades y las puntuaciones son permanentes.

Tan pronto su sesión concluyó todos abandonaron la sala con bastante prisa.

—Oye—llamó al chico que al parecer tuvo la mala suerte de ser el último en recoger sus útiles. El mencionado se tensó a un paso de la puerta—. Borra la pizarra antes de irte.

El joven claramente tragó antes de acercarse hasta su escritorio y tomar el borrador con movimientos muy rígidos. Manjiro lo ignoró sabiendo que los estudiantes se intimidaban si los miraba demasiado. Cuando terminó, en agradecimiento le regaló un dulce.

Él no era tan despiadado.

Ahora, mientras caminaba por los pasillos para dirigirse al salón de Kenchin, se topó con ciertos docentes. Desde su perspectiva no son más que una bola de estúpidos pretenciosos con sonrisas altivas y miradas inquisitivas. Lo veían como si fuera un insecto, en primera porque su apariencia no encajaba con la de un educador y en segunda, a causa de que es demasiado joven. Si por Manjiro fuera, habría golpeado a más de uno.

Eran unos bastardos que se acostaban con los alumnos o aceptaban sobornos a cambió de una buena calificación. No eran mejor que la basura.

Y los estudiantes pueden decir que es un hijo de puta la mayoría del tiempo y que los hace arrastrarse para conseguir una calificación regular. Con todo eso, reconocían que era de los mejores profesores de la facultad y quizá los críos eran unos malditos masoquistas, sin embargo, terminan eligiéndolo a él y no al otro catedrático que imparte los mismos créditos.

Al final sus perezosos pasos se detuvieron frente a la sala de Kenchin. Tiró del picaporte con cuidado sabiendo lo quisquilloso que es su amigo con las interrupciones, así que solo se dirigió al asiento habitual.

Esta vez reparó en el chico con quien compartía la fracción trasera del recinto, hay al menos dos filas vacías por delante. Parece ser un ermitaño y a decir verdad no es un buen lugar, considerando que algunos detalles de las láminas de Kenchin que no se distinguen, aunque su voz es lo suficientemente potente para resuene por todo el lugar.

Eso debería de molestarlo, mas no lo hace ya que Manjiro puede dormir en cualquier lugar, en cualquier posición y con cualquier ruido. Es una habilidad de la que se siente orgulloso.

Hasta ese momento, sabe que el chico ya se percató de su presencia y por alguna razón no intentó echarle un vistazo; no obstante, pudo notar la tensión en sus hombros al sentirse escudriñado. Eso le pareció curioso debido a que las personas siempre tienen los ojos puesto sobre él ya sea para juzgarlo o para admirarlo.

Restándole importancia, decidió acurrucarse sobre la mesa y posicionar la cabeza sobre sus brazos, fue después de unos minutos cuando se enfrentó a la mira del joven azabache, quien quizá creyó que ya tenía los ojos cerrados.

A pesar de la poca iluminación, distinguió que el chico poseía unos extraordinarios ojos claros, tan serenos como el océano más profundo. No había nada en el que fuera frio. Pero antes de que pudiera procesar la incomodidad que se instaló en su estómago, el ojiazul rompió el contacto avergonzado de haber sido atrapado.

Ver el ligero tono carmín en sus orejas y mejillas le sacó una genuina sonrisa.

Su apariencia era ordinaria, nada especial. Solo los ojos y el tierno gesto que logró obtener. Soltando un bostezó giró la cabeza al lado contrario y se dejó envolver por el ambiente de la aburrida clase de Kenchin.

*

Takemichi tuvo que inspirar y exhalar para que la sangre que se acumuló sobre sus mejillas desapareciera.

Eran oscuros, los ojos del sujeto raro eran de un color negro tan intenso que era imposible reflejarse en ellos. Aun así podría haber jurado ver el centello de una chispa y supo que lo estaban analizando, haciéndolo sentir muy expuesto y obligándolo a cortar con el contacto.

—Antes de enviar las calificaciones al sistema, las compartí con ustedes vía correo electrónico—en el instante en que el profesor Ryuguji dijo eso luego de concluir el tema de la sesión, todos sacaron sus teléfonos celulares y se apresuraron a revisar.

Algunos estudiantes soltaron suspiros aliviados, mientras que otros se quejaron demasiado alto.

—Si existen dudas respecto a su puntuación, que lo dudo—continuo el profesor por encima del ruido—. Los atenderé solo por hoy en mis horas de oficina.

—Señor Ryuguji, hoy no tiene horas de oficina—comentó alguien.

Takemichi estaba prestando muy poca atención a la conversación, dudaba que Ruyguji cometiera tales errores como reprobar a alguien por equivocación, el profesor era en extremo meticuloso. Miró la pantalla de su celular, solo debía ingresar su clave y vería su evaluación, pero estaba indeciso ¿sería mejor hacerlo en su habitación?

Si bien, recuerda que el día de la prueba no se sintió confiado, nunca lo estaba por mucho que estudiara siempre cabía la posibilidad de no haber sido suficiente y sobre todo esa materia en particular, lo ponía nervioso.

Armándose de valor, envió los datos. Analizó las calificaciones y comentarios de sus tareas. Su corazón dejó de latir cuando llegó a la de su examen y en seguida la leyenda de APROBADO.

Se quedó incrédulo y cuando cayó a la cuenta del enorme pesó que se quitaba de encima, no hizo más sonreír como un bobo. Si se ponía a llorar en ese momento ¿lo verían como un demente? Akkun y sus amigos solían decirle que sus lagrimales estaban estropeados, porque lo hacía muy seguido.

Además de que se veía feo.

Por muy feliz que se estuviera, de pronto lo invadió un sentimiento de soledad. Sus compañeros celebraban o se consolaban, no había de otra. Nadie se acercaba a él para preguntarle cómo le había ido.

Resguardando las ansias de querer compartir un poco de su felicidad, decidió que sería mejor aprovechar su invisibilidad para salir de ahí.

Antes de hacerlo, no se pudo resistir y echó otra mirada al durmiente de al lado. Intentó hacerlo disimuladamente, no obstante, fue descubierto por unos perspicaces ojos negros. Sintiéndose atrapado, hizo una especie de saludo al agitar su mano sin decir algo, para su sorpresa, el pelinegro le sonrió encogiendo por completo sus ojos.

Con ello Takemichi  abandonó el lugar con los ánimos renovados. Sin imaginarse que el sentimiento fue recíproco.


Gravity |Tokyo Revengers|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora