CAPÍTULO OCHO

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El techo es plafonado, he contado muchas veces la cantidad de cuadros dentro de cada placa: son grandes cuadros de tres por tres. Hay un foco led en medio, es ahorrador, la luz blanca que ilumina la habitación me enceguece. Llevo un rato sentada, esperando a que regrese Sonia y por fin podamos empezar.

Junto a mí está Cameron, está tan perdido en sus pensamientos como yo. Volteo a verlo, lleva puesta una playera color azul celeste con pequeñas manchas azul oscuro, son tan pequeñas que parecen pelusas minúsculas. Sus pantalones deportivos combinan con la playera y trae puestos unos tenis, le gusta estar lo más cómodo posible. Se le ve tranquilo, resignado.

Estamos sentados en dos sillas acolchonadas, son muy cómodas para considerarse sillas convencionales, pero muy derechas para decir que son sillones. Los cojines son de color blanco y la piel sintética se pega a mis brazos por el sudor de los nervios.

Hoy nos harán estudios completos para saber qué tan mal está nuestro cuerpo o si ha habido alguna mejora. Han pasado diez años desde el inicio del tratamiento, y Jasper nos ha hablado de cambios menores y alguna que otra mejora significativa. Dice que es un proceso largo, que los resultados tardan años en verse, pero que eso no significa que no funcione. Mis padres y yo hemos tratado de ser pacientes al respecto, pero no puedo dejar de pensar en lo mucho que quisiera escuchar buenas noticias.

Me retuerzo las manos y mi pierna empieza a temblar, no puedo evitarlo. Trato de mandar todos mis malos y caóticos pensamientos al movimiento de mi pierna, esperando que tal vez, con la energía cinética que provoca el movimiento, puedan desaparecer.

Cameron parece percatarse de mi situación.

Coloca su mano gentilmente en mi rodilla, haciendo que esta se detenga.

—Todo va a salir bien, no te preocupes —dice, su sonrisa amable me hace querer creerle.

Carraspeo, trato de sonar más tranquila.

—Lo sé, lo sé. Es sólo que, no quiero más malas noticias, sabes. No quiero tener que llamarle a mis padres y ver cómo sus ojos se llenan de lágrimas —no puedo terminar la frase, siento un nudo en mi garganta.

—Ey, todo saldrá bien ¿de acuerdo? La próxima vez que llames a tus padres, les dirás lo mucho que los quieres y que ya pronto podrás ir a abrazarlos. Estoy seguro.

Me da un apretón en la pierna, me hace cosquillas y me rio.

La puerta se abre, aguanto la respiración. Aún no estoy preparada, pero debo de hacerlo. Debo de ser fuerte, debo de seguir luchando, debo de hacerlo por ellos.

Me sorprende ver a Callum entrando por la puerta, lleva su camisa color rosa pastel y su bata arrugada. Su cabello es cafe claro, está peinado hacia atrás y tiene un bigote perfectamente recortado. Callum es la mejor persona para pincharte con una aguja, nunca me he sentido emocionada, lo ha hecho tantas veces que sabe exactamente los puntos ideales dónde duele menos. Además, suele hablar tanto, que no se siente el momento en el cual la aguja perfora la piel. Incluso ha habido días en los cuales nos lleva galletas o pizza a escondidas de Jasper. Sólo nos han descubierto una vez.

—Así que hoy fui sentenciado a pasar mi día con ustedes —entra y se sienta en una silla giratoria cerca de la puerta. Agarra una charola, coloca tubos y agujas, trato de no voltear a ver.

Se acerca hacia nosotros arrastrando la silla con los pies.

Deja la charola en una mesita que separa mi silla de la de Cameron. Se coloca un par de guantes de látex, el olor hace que mis manos transpiren de nuevo.

—Tranquila Amelia, estás tan pálida que parece que has visto un fantasma —me dice sin voltear a verme. Imagino que mi estado es deplorable.

—¿Y dónde está Sonia? —pregunta Cameron tratando de distraerme.

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