Sentada en la cama, ensimismada en mis pensamientos, sin saber qué hacer cuando dos toques de la puerta me despiertan de mi ensoñación:
-Hola Rox – me saluda mi hermana.
-Buenas… - le contesté con frialdad.
-Mamá te espera en el despacho – dice antes de salir.
Me levanto refunfuñando, mientras escucho música para distraerme me visto con una blusa ajustada y unos pantalones holgados. Echo un vistazo al espejo y me fijo en la imagen que hay delante de mí, una chica no muy alta, tez pálida, pelo largo hasta la cintura y de color negro con mechas rojas y unos ojos verde esmeralda. Nada fuera de lo común. Me fijo en mi vestimenta y como siempre voy vestida de negro. Típico de mí, incluso las colchas de mi cama son negras, si pudiese hubiera pintado incluso las paredes negras.
Mientras bajo las escaleras, oigo como Samantha, mi madre, discute por el teléfono, y como chica “educada” que soy paso sin siquiera tocar la puerta, solamente para mosquear a mi madre. Me preparo mentalmente y utilizando mi intuición, me hago una idea de qué me va a echar la bronca:
-Rox, me han llamado del instituto – dice sin expresar emoción alguna – La próxima vez te enviaré a un internado y nada de discusiones.
-Ay Sam – la llamo por su nombre solamente para provocarla – sabes que no tengo buena relación con los profesores y menos con los alumnos, y sabes que si me provocan se los devuelvo, además no es la primera vez que te llaman. ¿O sí? – Le contesto de manera burlesca.
Antes de que pueda contestarme, salgo de casa con el objetivo de despejar mi mente. Hace seis años murió mi hermano mayor, desde ese momento mi madre me trata con indiferencia y nunca me tiene en cuenta mientras que mi padre me trata como un objeto, incluso los días que llegaba a casa borracho y sin motivo alguno me pegaba. Tengo marcas desde los diez años, ahora solamente me las tapo con la ropa, pero cuando cumpla la mayoría de edad me voy a tatuar. En verano también tengo que ir tapada, sino también tendría que soportar las burlas de mis compañeros.
Tengo dieciséis años, y todo esto empezó cuando tenía tan solo diez miserables años, además justamente el día de mi cumpleaños. Desde ese momento nunca lo he vuelto a celebrar. Viví y sigo viviendo en el mismísimo infierno. Mi mayor sueño es cumplir los dieciocho y empezar todo de nuevo.
Hubo momentos en que caí tan bajo que intente suicidarme, pero antes de que cometiera alguna locura, me dedicaba a reflexionar que obtendría si me suicidaba: nada, todo quedaría igual, muerta y viva.
Sin darme cuenta me encuentro andando hacía mi lugar favorito, el lago. Lo descubrí hace unos tres años, me pelee con mi madre y como no aguantaba salí corriendo hasta que me topé con esta maravilla. Desde ese momento cuando me siento mal o quiero estar sola, recurro a este lugar, tan apreciado para mí.
El lago se encuentra en medio de una arboleda que está a unas cuadras de mi casa. De día, el agua coge un color turquesa hermoso, y por la altura de los árboles y las sombras que ofrecen, le da un aire tranquilizador. Pero me fascina más cuando oscurece. Se convierte en un lugar misterioso, el agua es tan oscura que da la sensación que en cualquier momento podría salir alguna monstruosidad, sombras que de día nos cubren, por la noche se parecen a espectros malignos, pero lo más impactante es que ni una sola alma ronda por allí, ni siquiera los animales, y por ese silencio que inunda la arboleda le da un toque fantasmagórico.
Ahora mismo me encuentro apoyada en un árbol cerca del agua, junto a unas hojas y carboncillo, bajo la tenue luz de la luna, intentando dibujar el paisaje.
De pronto una luz artificial se cuela entre la maleza y unos pasos apresurados se dirigen a mi dirección. Procurando hacer el menor ruido posible me subo al árbol y espero pacientemente a que los pasos cedan. El silencio vuelve a inundar el lago, cuando unas voces despiertan mi curiosidad. Asomo la cabeza entre las hojas y lo que veo me deja impactada.
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El juego de las cartas
RandomCon curiosidad dejo mis cosas al suelo y cojo la carta, la abro con suma delicadeza, al verla me quedo sorprendida con lo que dice, una simple frase: el tiempo corre.