PROLOGO

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Hace mucho tiempo vivía una niña llamada Madelaine, ella no veía el mundo como realmente era, sino como quizá podría ser... si tuviera un poco de magia.

En una acogedora casa de campo, rodeada de exuberantes praderas y un bosque misterioso, una pareja contemplaba con adoración a su pequeña hija recién nacida.

—Mi cielo — exclamó una bella mujer de cabellos dorados, acunando a la hermosa bebita en sus brazos mientras su esposo las rodeaba con ternura.

Para su madre y su padre, ella era una princesa, cierto, no tenía un título, ni una corona, ni un castillo, pero ella gobernaba su propio pequeño reino, cuyas fronteras eran las casas y las praderas a las orillas del bosque donde su pueblo había vivido por generaciones.

Con el señor ganso y toda su familia de animales.

Una mañana soleada, Madelaine, ahora con 11 años, corría por el jardín. Sus rizos dorados bailaban con el viento mientras se acercaba a un grupo de animales que comían. Con una sonrisa traviesa, se dirigió a ellos:

—Oye tú, ¿qué crees que estás haciendo? Deja que los pequeños coman —dregañó juguetonamente a un ganso particularmente glotón. Luego, sentándose junto a su madre —. No querrás que después te duela el estómago.

Riendo, se acercó a sus queridos ratoncitos —. Ay, Gus-Gus, eres un ratón doméstico, no uno de jardín, ¿no es así, Jacqueline? Y no te comas el almuerzo del señor ganso. ¿Verdad que no, mamá?

Su madre, una mujer de rostro amable y ojos llenos de sabiduría, la observaba con cariño.

—¿Todavía piensas que ellos te entienden?

—¿Tú no, madre?— respondió Madelaine, sus ojos brillando con inocencia.

—Ah, sí, sé bien que los animales nos oyen y también hablan si escuchamos atentamente — le explicó su madre con voz suave—. Nos enseñan a cuidarnos.

—¿Quién nos cuida a nosotros? —preguntó la niña.

—Pues las hadas madrinas, desde luego —dijo su madre, divertida.

—¿Y crees también en ellas? — La niña la miraba expectante.

—Sabes bien que creo en todo.

—Entonces, también voy a creer en todo — declaró Madelaine, provocando que ambas rieran con complicidad.

Su padre era un comerciante, viajaba mucho y volvía con tributos de las tierras bajo el reinado de Madelaine.

Un día, el sonido de cascos de caballos y ruedas de carreta llenó el aire.

—¡Madelaine! ¿Dónde están mis hermosas doncellas? —La voz grave y alegre de su padre resonó por toda la propiedad. —. ¡Dónde están mis tesoros! —gritó, siendo perseguido por el ganso de la casa.

Madelaine lo extrañaba mucho cuando salía de viaje, pero ella sabía que regresaría.

—¡Papá, bienvenido! — gritó, lanzándose a sus brazos mientras su madre los observaba con una sonrisa radiante.

—¿Cómo estás? ¡Cómo has crecido! — exclamó su padre, alzándola en el aire. Mientras la bajaba, el granjero Jon pasó discretamente por detrás, entregando algo.

Madelaine, curiosa como siempre, notó el intercambio. —¡Uhh, qué fue eso?

—Oh, esta cosa —dijo su padre con un aire de misterio, sacando una caja delicadamente labrada. —. La encontré colgando de un árbol, creo que.... algo muy especial espera dentro — Le tendió la caja a su hija, quien la abrió con cuidado, revelando un exquisito pájaro de tela.

(So this is Love)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora