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En el castillo


En sus aposentos privados, el príncipe Kit se encontraba sumido en una conversación íntima con su padre, el rey. La habitación, aunque lujosa, tenía un aire sombrío debido a la enfermedad del monarca.

—Hablas como si fueras el primer hombre en conocer a una bella chica — dijo el rey con una sonrisa cansada mientras el médico real lo atendía.

Kit, incapaz de contener su emoción, caminaba de un lado a otro —No era una "bella chica" — insistió, haciendo que su padre riera —. Bueno, sí era una bella chica, pero había muchas más en ella.

El rey lo miró con una mezcla de diversión y preocupación —¿Qué tanto? Solo la has visto una vez, ¿qué tanto crees que sabes de ella?

—Dijiste que supiste de inmediato al ver a mi madre — contraatacó Kit.

—Es diferente, tu madre era una princesa — respondió el rey, un poco nervioso al reconocer el paralelismo con su propia historia de amor.

—Aún así, la habrías amado.

—No la habría conocido, porque no habría sido apropiado —le dijo su padre, a lo que Kit bufó—. Y mi padre me habría expresado lo mismo que te estoy diciendo ahora, y le habría hecho caso.

—Claro que no —le dijo Kit, sentándose a su lado.

—Claro que sí.

—Claro que no.

—Claro que sí.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

—Tienes razón —dijo su papá, aceptándolo. Kit sonrió victorioso.

La atmósfera en el palacio era una mezcla de anticipación y tensión. El rey, a pesar de su enfermedad, mantenía una fachada de fortaleza, pero Kit podía ver el cansancio en los ojos de su padre. Después de la conversación con el médico, un silencio pesado se instaló entre ellos.

—Y, ¿qué tiene? — preguntó Kit al doctor, quien acababa de terminar su examen.

El médico titubeó, incapaz de encontrar las palabras adecuadas —Ah... Majestad... —no pudo terminar la oración.

—No importa — interrumpió el rey, su voz cargada de resignación —. Si tarda tanto en hallar el modo de decirlo... es lo que creí.

—Padre... — suspiró Kit, sintiendo el peso de la realidad caer sobre sus hombros.

El rey, siempre estoico, trató de reconfortar a su hijo —Es la naturaleza, muchacho... Ven, llegaremos tarde —le avisó poniéndose de pie—. Y la puntualidad...

—Es lo que más distingue a un príncipe — completaron al unísono, repitiendo la frase que habían compartido tantas veces.

Mientras caminaban por los pasillos del palacio, el Capitán y el Gran Duque se unieron a ellos. El ambiente cambió instantáneamente, la intimidad del momento anterior dando paso a la formalidad de la corte.

—Su majestad, el rey —anunciaron los guardias.

—¿Su padre ya le increpó por su comportamiento en el bosque? — cuestionó el Gran Duque a Kit, su tono cargado de desaprobación.

Kit, irritado por la intromisión, respondió secamente —Eso le incumbe ahora, Gran Duque.

—Su vida es mi vida, alteza real — insistió el Duque — No es adecuado dejar ir al ciervo.

Kit, recordando las palabras de la joven del bosque, no pudo evitar sonreír —No porque sea lo que se hace significa que está bien hacerlo. O algo parecido

—El maestro Phineus, maestro del pincel, espera pacientemente —les anunciaron al entrar.

Al entrar en la sala donde el maestro Phineus esperaba para pintar el retrato del príncipe, el rey dio sus instrucciones.

—Que parezca apto para casarse, maestro Phineus. Queremos atraer a una gran esposa. Aunque él se niegue a escuchar todo lo que le digo.

El pintor, con su característico humor, respondió —Me esforzaré por complacerlo, su majestad, pero yo no hago milagros.

—Espléndido caballete, maestro Phineus —alabó el capitán, quien los miraba desde la puerta.

—Gracias —dijo en voz alta para luego susurrar—. Como si conociera algo de arte.

—¿Y de verdad enviarán los retratos a diferentes países e inducirán a la Nobleza a asistir al baile que tanto planean? —dijo Aidan, confundido.

—Es una tradición, y muy amada —le respondió el Gran Duque.

—Y ahí elegirás esposa, hijo —le recordó su padre.

—Ah... Fascinante —murmuró el pintor con sarcasmo.

—Si debo casarme, ¿qué tal si fuera con una doncella ordinaria? —dijo Kit, teniendo en su mente a la chica que conoció en el bosque, la única que le había llamado la atención en toda su vida.

El Gran Duque, siempre pragmático, cuestionó —Dígame cuántas tierras nos otorgará esta doncella, príncipe, ¿Cómo va a fortalecer al reino? Somos un pequeño reino en medio de grandes naciones, alteza real —siguió hablando, a lo que Kit solo pudo tensar la mandíbula—. Y nos acecha el peligro.

El rey, viendo la tensión en su hijo, intervino con severidad —Escucha, muchacho, deseo que tú y el reino estén a salvo

Kit, sintiendo el peso de su responsabilidad pero también el anhelo de su corazón, propuso un compromiso —Lo haré, padre —dijo, haciendo que su padre asintiera—. Con una condición —al instante el rey giró su cabeza—. Que las invitaciones lleguen a todo habitante, no solo a la nobleza. Las guerras afectaron a todos

—¿Y tú qué crees, eso complacería al pueblo? —preguntó el rey.

El Gran Duque iba a contestar, sin embargo, el capitán lo interrumpió.

—No podría responder eso, majestad, pero... una buena fiesta no me molestaría —dijo riendo, a lo que los demás lo imitaron.

—Creo que tenemos un acuerdo —dijo el Duque con una sonrisa forzada—. Un baile para el pueblo, y una novia para el príncipe —al decir eso último, Kit solo miró hacia otro lado, tratando de pensar en una forma de anular esa ley.

—Creo que por fin se dirigen en la dirección correcta, si me lo pregun... —dijo el pintor.

—Nadie se lo ha preguntado —lo interrumpió el rey.

—Cómo lo siento, este pincel grosero... ¡Bájame, Sanson! —dijo mientras bajaban la sillita en la que estaba—. No tanto, no tanto, ¡ahhh! —se quejó estando en el suelo—. Literalmente estoy en el suelo, cuánto lo siento —dijo soltando una risa, mientras todos lo veían serio. Aidan se reprimía de soltar una carcajada—. Uh, pero es un buen ángulo para usted... ¡qué buena nariz! ¡UN PINCEL MÁS LARGO! —gritó a sus asistentes.

Mientras el maestro Phineus comenzaba su trabajo, dejando caer comentarios sarcásticos que aligeraban el ambiente, Kit se sumió en sus pensamientos. El joven príncipe se debatía entre su deber con el reino y el deseo de su corazón. La imagen de la joven del bosque seguía fresca en su mente, y con ella, la esperanza de un amor verdadero.

El palacio se preparaba para un evento que cambiaría el destino del reino, mientras Kit se preparaba para una decisión que cambiaría su vida. El retrato que se pintaba no solo era la imagen de un futuro rey, sino también la de un joven en busca de su propio camino.



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⏰ Última actualización: Aug 15 ⏰

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