Escrito con Carolina Rangel.
Eran las seis de la tarde, viernes. Mi día favorito, siempre había buenos clientes.
Me tomé mi tiempo para arreglar mi casa, odiaba tenerla sucia, me daba asco. Después de dos horas de limpieza, le dedique a Bubble, mi gato, un poco de mi tiempo. Él ronroneaba cuando le acariciaba entre sus orejas. Su pelaje gris se me pegaba a la ropa y, por extraño que pareciera, en esos momentos, en los que parecía que me tenía cariño, no me importaba. Decidí que tenía que arreglarme, podría llevarse un buen tiempo obtener la presentación adecuada.
Antes de meterme a bañar, elegí la vestimenta: un lindo vestido rojo que apenas me tapaba las nalgas y con un escote bastante pronunciado. Lo planché debidamente y lo puse lo más alto para que Bubble no me hiciera nada. Ya en la ducha, me quité la piyama y me observé en el espejo de cuerpo completo que tenía en la pared. Tenía el cuerpo espectacular. Mis pechos eran lo que todo hombre deseaba y mis pezones eran rosados, las piernas largas y sin vello en ningún lugar innecesario.
Media hora después, en bata, empecé a maquillarme con un poco de exageración en las sombras de tonos oscuros y un buen rímel en mis pestañas largas. El labial era sencillo, si exageras en el maquillaje te ves vulgar y eso causa asco. Con unos altos tacones me puse el vestido y después de meter los condones en mi pequeño bolso, salí de mi apartamento.
Todos me miraban, obviamente, e hice la parada a un taxi. Cuidadosamente me subí tratando de no enseñar más de lo que debía.
—San Cosme, por favor— le dije al gordo taxista.
—Por supuesto, señorita— dio una buena mirada por el espejo retrovisor a mi escote y yo sólo rodeé los ojos.
Llegamos a mi destino, la esquina más concurrida, le pagué al gordo ese y bajé educadamente.
—¡Lydia!— me gritó Melizza.
—Hola, Melizza! ¿Cómo has estado?— le pregunté dándole un beso en la mejilla.
—Bien también—sonrió un poco—. Te espera un cliente, por cierto.
—Ok, voy para allá.
El chico que me esperaba era alto, fornido guapo y sexy. Me subí a su auto y nos dirigimos al hotel.
En el instante en que la puerta se cerró detrás de nosotros, mis dedos se deslizaron hacia los botones de su camisa, sin titubear por las numerosas veces que lo había hecho. Tras quitarle la prenda, lo arrastre hasta la cama, el único testigo del momento.
Demoré apenas unos minutos en despojarle de cualquier impedimento hacia mi piel, esa misma rapidez con la que perdí mi virginidad.
Colé mi mano a través de su pantalón, sus bóxer, tocando su miembro, el cual comenzaba a elevarse pero o llegando a su punto mayor. Recorrí su extensión con mis dedos, hmm... era grande, al menos con este lo iba a gozar.
Minutos más de excitación, ambos desnudos, cuerpo con cuerpo, calor contra calor, deseo contra deseo. Un gemido asaltando mis labios, su erección dentro de mí. El morbo marcado en sus orbes, posados sobre mis pechos, moviendo mis caderas en un vaivén, arriba, abajo.
Un nuevo anhelo. Intenso. Descargador. Bestial. Un viril gemido del hombre y mi trabajo había terminado.