Todos se callaron cuándo terminaron de salir las palabras de su boca. Nadie sabía qué decir y bien se hubiese podido oír el caer de una aguja. En la cara de todos circulaban las mismas expresiones. Primero, impresión; jamás pensaron que ella dijera esas palabras. Luego terror por el contenido de estas y luego uno por uno, cómo si se hubiese activado un botón, empezaron a gritar.
Los guardias sin estar seguros completamente, protegieron a la chica que había causado tanta especulación. Ella, con una sonrisa triunfante, salió de la sala rodeada de guardias protegiéndola de la muchedumbre.
No se arrepentía de nada. Disfrutó cada segundo en el que aquél que muchos adoraba, admiraban, respetaban e incluso amaban, suplicaba por su vida. Cada gota de sangre que brotaba de cada corte y golpe que ella había hecho, cada grito, cada lloriqueo valían la pena. Pero lo que más disfrutó, fue que el último aliento de su víctima le perteneciera a ella. Cada letra pronunciada fue como un grito de victoria, sabía que eran las últimas palabras que iba a decir y disfrutó el tener una vida entre las manos, cada segundo eran un precioso regalo que la vida le había entregado. Así que cuándo el ya no respiro más, su vida estallaba en gloria.
Le había encantado la reacción de todos, era tan predecible pero nunca imaginó la alegría que le causaría pronunciar Yo maté a mi padre.