Tarta de moras

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Y ahí estaba yo, otra vez en el mismo café esperando a la misma persona. Sin contar a los comensales, todo era igual. Mi café ya estaba frío, pero me disponía a seguir esperándolo como cada martes. Cuando por fin apareció, volví a sentir aquel zoológico que invadía mi interior cada vez que él aparecía.

Guapo, con sus ojos café pardo y su cabello cobrizo, se acercó hacia a mí con esa sonrisa tan encantadora que tenía. Vestido con sus jeans desgastados y su playera blanca, se sentó en la silla que estaba frente a mí. Estúpidamente, sonreí.

—Hola, nena—cerré mis ojos con fuerza y, esperando a que llegara mi paciencia, respondí a su saludo.

—No me digas “nena”, sabe que lo odio—él sonrío, me enfurecí un poco más.

—Es por eso que te lo digo. Es gracioso ver tus ojos cerrados y prácticamente verte contando del 1 al 10 en tu mente—me quedé callada, mirándolo sospechosamente—. En fin, ¿cómo has estado?

—No me trata mal la vida—respondí encogiéndome de hombros.

—Me alegra escuchar eso—clavó su mirada en la mía y empezó el reto. Alcé una ceja en su dirección como preguntando si estaba seguro, él sonrío y así declaramos el inicio de ése estúpido reto en el que no podías parpadear. Ganaría esta vez, y con ello, una de esas tartas de moras que tanto me gustaba.

Estuvimos así por un par de minutos, hasta que él, desviando un poco la mirada, vio algo que hizo que su gesto se volviera estupefacto y parpadeara.

—¡Gané! —Exclamé— Ahora invítame una de esas tartas que tanto me gustan—alzándome un poco de la mesa, observé que Iván aún no se movía de su sito, seguía viendo algo en mi espalda. Volteé y vi a una chica menuda, de piel pálida y con un largo cabello azabache enmarcando su cara. La muchacha, con una sonrisa tímida, alzó su mano en forma de saludo y por el rabillo del ojo, vi que Iván le correspondía su saludo.

Mi cabeza empezó a dar vueltas por tantas preguntas grabadas en ella. ¿Quién era ella? ¿Por qué sonreía a mi novio? ¿Por qué lo saludaba? Y lo más importante, ¿por qué mi novio le correspondía la sonrisita coqueta y el saludo?

Iván, al salir de su asombro, me dirigió una mirada, se aclaró la garganta y se levantó.

—Err… Michelle, ven, te presentaré—Oh, claro que lo harías guapito. Soy tu novia, cosa que ella, no es.

—Vale—contesté secamente, sin embargo. Caminamos hasta la chica que, cuando vio nuestras manos entrelazadas, borró la sonrisa de su cara. Al llegar a su altura, su gesto había cambiado radicalmente, ya no se veía feliz.

—Hola, Mariette.

—Hola, Iván—ella me veía con el ceño fruncido.

—Mariette, te presento a Michelle, mi novia. Michelle, Mariette, una—dudó un momento y luego añadió: —una conocida.

El gesto de la chica se descompuso al oír esto último y yo estiré mi mano para estrechar la suya.

—Hola, mucho gusto—le dije yo con falsa cordialidad. Después de darle una mirada a mi mano extendida, volvió su mirada a Iván.

—¿Tu novia? —preguntó ella con nerviosismo. Sí niña, soy su novia. Casi quería rodar los ojos ante su pregunta, pero me contuve.

—Sí, Mariette. Mi novia—Mariette me dirigió otra mirada.

—Ya…

Un incómodo silencio se alzó entre los tres. A pesar de ello, Mariette e Iván intercambiaban miradas cargadas intensamente.

—Amm, ¿nos vamos cariño? —apreté suavemente la mano de Iván y me dedicó otra de esas sonrisas encantadoras.

—Claro, amor—volvió hacia Mariette y la despidió secamente—Adiós Mariette. Fue un gusto verte —La chica asintió levemente y nosotros nos dirigimos hacia el mostrador.

Tenía miles de preguntas en mi cabeza respecto a la tal Mariette. Pero conociendo a Iván, lo mejor era no preguntarle, si el quería comentar algo, lo haría.

—La tarta, ¿cierto? —preguntó cuándo sólo faltaba una persona para que ordenáramos.

—Obviamente, es lo único bueno de aquí, sin contar el café, claro.

Fijé mi mirada en una de las tazas del fondo y empecé a escribir lo último que se me había ocurrido. Luego pensaría en un final para la historia de Iván y Michelle.

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