Capítulo 05

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CAPÍTULO 05

La semana estaba llegando a su fin cuando pasé junto a la casa de los Lexington de camino a buscar a Patty. Me detuve un momento para observar a James caminando hasta el jardín delantero. Vestía igual que la última vez que hablamos, con pantalones oscuros y una camisa de botones enrollada en los codos.

Levanté el brazo y lo sacudí en su dirección. —¡Eh, Bucky! — grité preguntándome de dónde había salido la valentía para saludar. Levantó el rostro y lo miré sonreír para después acercarse a paso lento.

—Addie, que gusto— dijo cuando llegó a mi lado. No pude pensar en lo que diría después de eso porque su abrazo me dejó la mente en blanco. Sus largos brazos me envolvieron, permitiéndome sentir su cálido tacto.

El corazón latiéndome a mil por hora y sentía mi cara arder, aun así, no podía dejar de pensar en lo guapo que estaba hoy y cuan dulce me resultaba su abrazo.

—Acabo de guardar todo en el cobertizo—. Comentó cuando deshizo el abrazo —Justo terminé de arreglar mi vieja bicicleta— señaló hacia atrás y la vi tendida en el pasto.

—¿La trajiste desde América? — cuestioné tratando de ocultar el temblor en mi voz. Fingí un bostezo y me llevé ambas manos a la boca. Inhalé el frío aire y lo retuve unos segundos, intentando calmar mis nervios.

—No— contestó riendo —Estaba husmeando un poco y la encontré en el cobertizo. No recordaba haberla dejado aquí, pero la encontré y decidí repararla.

—Tus tíos te colgarán si se enteran de que eres un fisgón.

Encogió sus hombros sonriendo y se agachó para poner en pie la bicicleta. —¿La quieres probar?

—Nunca me enseñaron a andar, pero puedo acompañarte a dar un paseo.

—Ni hablar.

Lo miré agacharse y recorrer el tubo del asiento hasta que quedó lo suficientemente bajo como para que un niño pequeño pudiera subir.

—Sube, yo la sostendré para ti. — vi como sus manos se posicionaban una en cada lado del manubrio y la manera en que su cabeza quedaba inclinada hacia adelante. Logré subir a la bicicleta sin ninguna complicación y antes de que pudiera decir algo, Bucky habló: —Pon tus manos sobre las mías, te soltaré cuando vea que lo has logrado— asentí y comencé a subir, tratando de ignorar lo cerca que nos encontrábamos.

Su rostro seguía inclinado hacia adelante, pero no me miraba. Las puntas de mis pies estaban a cada lado de la bicicleta haciéndome sentir segura y mis manos, trémulas y frías, se acercaban dudosas a las suyas.

—¿Y tu madre? — preguntó. No me atreví a mirarlo y dejé que mis dedos se cerraran en torno a sus muñecas.

—En casa, empezamos a preparar más mermeladas. Yo vine a traer algunas— Levantó la cabeza y sentí como cambiaba el ritmo de mi respiración. Noté como sujetó con más firmeza el manubrio para después erguirse un poco.

—Estamos a veintinueve grados y llevas bufanda, ¿por qué?

—Tengo mucho frío.

Sus manos aflojaron el agarre que tenía en la bicicleta y me obligué a separar mis manos de las de él. Mis dedos estaban fríos, pero por alguna razón tenía las palmas sudorosas. Espero que Bucky no lo haya notado.

Terminé de bajar de la bicicleta y Bucky volvió a dejarla tendida en el pasto. Se acercó arrastrando los pies hasta quedar frente a mí y noté pequeñas manchas de suciedad en su camisa.

El sol ya estaba ocultándose cuando me perdí en la profundidad de sus ojos. A mi alrededor las aves advertían que el día llegaba a su fin y volaban despavoridas al calor de sus nidos. Tenía frío, pero estar a unos centímetros de Bucky me hacía olvidar el entumecimiento que sentía en los dedos de las manos.

Levanté la mirada y absorbí la imagen que tenía frente a mí. El fresco aire revolvía su alborotado cabello dejando al descubierto las entradas que había en él. Sus ojos estaban entrecerrados y su nariz teñida de un tierno rubor.

Lo miré acercar sus manos hasta mi cuello y sentí cómo sus fríos dedos comenzaban a enrollar la bufanda de tal manera que mi boca quedaba cubierta. Sus dedos descendieron y se aferraron a las solapas de mi chaqueta acercándome a su cuerpo.

—¿Mejor? — me preguntó.

Nuestras bocas quedaban separadas por la bufanda que cubría la mitad de mi rostro, y a pesar de eso, pude sentir su cálido aliento chocar contra mis labios. Cerré mis ojos al mismo tiempo que inhalaba todo el aire que mis pulmones podían retener.

—Mucho mejor. 

Adelaide | Bucky Barnes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora