Capítulo 10

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CAPÍTULO 10

Hoy se montaría la feria del pueblo y todo parecía marchar bien a excepción de que, según Noreen, mamá se había levantado con el pie izquierdo.

—Evita darle la contraria—. Me había dicho —Hoy llegaría papá y está muy irritable— asentí y recordé que los días siguientes a la noche de la revelación fueron tranquilos. Mamá no volvió a hablar sobre ello, por lo menos no conmigo, y yo traté de no sacar a colación ningún tema relacionado con el divorcio a pesar de que estaba llena de dudas.

—Adiós, Noreen— dije bajando del auto. Me había traído hasta donde se instalaría la feria y en todo el camino no paró de recordarme que no debía mencionar a papá.

—Llama si ocupan algo— saludó con la mano y arrancó.

Divisé a mamá hincada junto a un estand de madera. Vestía unos pantalones oscuros y una blusa blanca manchada de polvo.

—Traje todo lo necesario para la decoración— dije cuando llegué a su lado. Jadeó y dio un brinco, golpeando la cabeza con una esquina del estand.

—Ya decía yo que si quería que algo saliera mal debía llamarte— exclamó mientras se ponía de pie. Se frotó la frente con la palama de la mano y suspiró cansada. —Muéstrame lo que traes.

Quité la mochila de mis hombros y saqué la decoración que mamá había comprado. Puso los ojos en blanco y me la arrebató de las manos murmurando: —Eres muy lenta, no tengo todo el maldito día— Me crucé de brazos dispuesta a ignorar todo lo que saliera de su boca. Estaba dolida y debía entenderla.

—¿Dónde están las letras? —preguntó después de un rato. Tenía los labios apretados y la frente arrugada —Saqué todo lo que tenías dentro— Sostuvo las asas de la mochila entre sus manos y me miró fijamente. —¿Dónde están las letras? ¡Maldita sea! ¡Respóndeme de una vez!

—Creo.... creo que las olvidé— cerré los ojos con cansancio. Una vez más todo era un caos.

—¿Y lo dices tan tranquila? Lo único que te pedía fue que trajeras la decoración y me ayudaras a ponerla. ¡Pero no! ¡Adelaide la tonta no puede hacer nada bien!

—Llamaré a Noreen para que las traiga. No te preocupes.

Saltó una carcajada de humor y respondió: —¿Qué no me preocupe? ¡Qué no me preocupe! —me tiró la mochila en la cara y cerré los ojos de nuevo. No me moví ni dije nada, sólo guardé silencio esperando que su drama parara. —En verdad, Addie, ya no sé qué hacer—. Levantó la mano hasta su rostro y se apretó el puente de la nariz con dos dedos. —Cada mañana al despertar me digo: Lorraine, respira y dale una oportunidad. Ten paciencia, pero Adelaide ¡cada día te vuelves más estúpida, mi amor! —agitó sus manos sobre la cabeza y me dio la espalda.

Suspiré y me repetí que todo era mentira. Ella no pensaba eso de mí, simplemente el enojo y la desesperación la habían dominado.

—¿Noreen ya vienes en camino? —me preguntó de repente. Aún me daba la espalda y parecía buscar algo en su bolso.

—Aún no la llamo— respondí. Se giró bruscamente y continúe: —Ya no me dijiste nada. Y su-supuse que no querías que trajera las cosas.

—Tienes diecisiete. Eres lo suficientemente mayor como para hacer las cosas por tu cuenta. ¿O qué? ¿esperabas que te tomara la mano y marcara los números por ti? —apreté los puños con fuerza en un intento por contenerme. —Cuando haces estupideces así me pones a pensar en cuan arrepentida estoy de haberlas tenido. —abrí los ojos con sorpresa y se rió. —No me mires con esos ojos. Yo no quería hijos, tu papá sí. Si no fuera por ustedes ahora estaría sola, no decorando un estúpido puesto de mermeladas junto a mi hija la retrasada.

Miré de reojo a mí alrededor y agradecí a Dios que nadie estaba prestando atención a mamá. —No llames a tu hermana, iré yo misma por las letras. Espero la caminata me sirva para olvidarme de tus descuidos. Volveré más tarde por ti. Ojalá hagas todo bien esta vez—. Tomó su bolso y pasó junto a mí.

Decoré el estand repitiéndome una y otra vez que todo era mentira. Mamá no había querido decir nada de eso. Todo era culpa mía. De no haber sido por mis descuidos, ella no se habría enojado tanto. ¿Cómo podría disculparme con ella?

Suspiré y me senté en el suelo, esperando la llamada que nunca llegó. Ni mamá ni Noreen se habían intentado comunicar conmigo y yo tenía bastante miedo de mandar un mensaje que encendiera de nuevo a mamá. Miré al frente: el solo estaba comenzando a caer y las personas cubrían los puestos y se marchaban. Pensé en ir a casa caminando, pero descarté la idea al recordar que tenía que atravesar un largo camino de tierra mal iluminado.

Estaba volviendo a considerar esa opción cuando unas zapatillas de deporte amarillo fosforescentes se detuvieron frente a mí. Levanté la vista y me encontré con Bucky sonriendo. Llevaba un conjunto holgado de pantalón y sudadera negros con un gorrito de lana rojo cubriendo su cabeza.

—Creo que me dejaron ciega tus zapatos— dije con humor. Soltó una risita y se agachó hasta quedar sentado frente a mí.

—No discutiré sobre moda con alguien como tú— sonreí y pasé las manos sobre la tierra. Escuché que Bucky se movía y cuando lo miré estaba ligeramente inclinado hacia mí.

—No te saludé— murmuró.

Y yo me quedé pasmada sintiendo sus labios arder sobre mi mejilla. 

Adelaide | Bucky Barnes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora