Capítulo 06

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CAPÍTULO 06

Después del breve acercamiento en el jardín de sus tíos, me despedí y corrí hasta mi casa. Llegué cansada y me encerré en mi habitación.

Me recosté en mi cama y recordé lo ocurrido horas antes. Sus manos eran parecidas a las de papá: fuertes y varoniles. Tenía unos ojos preciosos y me encantaba la manera en la que me miraba y hablaba, como si me tuviera toda la paciencia del mundo. Y es que estar con Bucky era tan natural como charlar con un viejo amigo. Habíamos hablado pocas veces, pero lo sentía tan cercano que a veces dudaba que fuera real. Me hacía sentir muy bien.

El silencio que inundaba la casa se vio interrumpido por el sonido de la puerta principal abriéndose y luego cerrándose de un portazo. Escuché a alguien subir las escaleras y me puse de pie, seguramente sería mamá o Noreen. Antes de que pudiera salir de mi habitación, la puerta fue aporreada al mismo tiempo que la voz de mi madre decía:

—¿Estás ahí, Adelaide?

—Ya voy— me acerqué y quité el seguro. Abrió la puerta y noté la furia en su rostro.

—¿Por qué demonios te encierras en tu habitación? Estoy hasta la coronilla de tener que tocar tu puerta como loca cada que quiero entrar.

—Es que me iba a poner la pijama— puso los ojos en blanco y arrugó su boca con enfado. —¿Y quién te va a ver? ¡Dímelo! ¡Deja de ser tan ridícula!

Me giré y tomé la ropa que había en mi cama, Puse los ojos en blanco y suspiré.

—Perdón, no vuelve a suceder— dije sin voltear a mirarla.

—¿Entregaste las mermeladas a Patty? — preguntó, dando por terminada la discusión sobre poner seguro a la puerta.

Cerré fuertemente los ojos y maldije en mi mente. Que tonta soy.

—Fui a su casa, pero nadie contestó— mentí, rogando a Dios que no se diera cuenta.

—Oh, qué curioso, Patty me llamó hace un rato para preguntar a qué hora le llevaría el paquete— me giré y vi como sus ojos se entrecerraban. Noté la rigidez de sus brazos y sus labios apretados en una línea. —En verdad ya no sé qué esperar de ti. Primero me causas problemas con tu padre por tu estúpida idea de ir a la universidad, luego dices malas palabras, ¡y ahora me mientes! ¡Y sin remordimiento alguno!

Quería gritarle y defenderme, pero las palabras adecuadas no salían de mi boca. temía decir algo equivocado.

—Mamá, p-perdón... No vuelve a pasarme— tartamudeé. Me quitó la ropa de las manos y la arrojó a algún rincón de la habitación, tomó fuertemente una de mis muñecas y me sacudió.

—¡Pero claro que no vuelve a pasar! No volveré a poner nada a tu cargo. ¿qué no entiendes que la que queda mal aquí soy yo? Claro está que eso no te importa, ¡no te interesa nada que no sea tu maldita universidad!

—¡Eso no es verdad! ¡Claro que me preocupo por ustedes! ¡Siempre ayudo en lo que sea!

Soltó una carcajada carente de humor y dijo: —¿Me estás echando en cara lo que haces en la casa? ¡No haces nada comparado con lo mío!

—Perdón, no debí decir eso. Tienes razón— dije después de un rato arrepentida por gritarle.

—Ahora dime Adelaide, y hazlo sin mentir. ¿Qué hiciste en el pueblo si no entregaste las mermeladas? — me preguntó mirándome a los ojos. Su mano aún aprisionaba mi muñeca.

Recuerdos del abrazo de Bucky vinieron a mi mente, la calidez de su mirada y la abrumadora cercanía de su boca. No podía decir la verdad, ¿qué diría mamá?

Adelaide | Bucky Barnes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora