Extra 3 | Kyle

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NOREEN.

Fuimos juntos a la escuela primaria y jugamos en el mismo parque durante años, pero nunca le hablé porque Noreen de diez años no quería que la vieran cerca del niño tembloroso que se orinaba cada que la maestra lo regañaba. Después, cuando pasamos a la secundaria, ambos entramos al mismo equipo de futbol, pero no le hablé porque la Noreen de quince años le interesaba más el capitán que el aguador. Tres años más tarde, los dos asistimos a la fiesta de cumpleaños de Molly, y esta vez no lo ignoré porque el Kyle de dieciocho años no tenía nada que ver con el del pasado: las espinillas habían abandonado su rostro y sus dientes estaban libres de aparatos dentales. Era muy atractivo y no sé si sería lo pequeño del pueblo o simple coincidencia, pero a partir de esa fiesta comenzamos a chocar en todos lados. No faltó mucho para que nos volviéramos inseparables.

Fuimos mejores amigos durante un largo tiempo y, si pudiera, haría que el reloj diera marcha atrás al viernes que cambió todo. Evitaría pensar que es el mejor chico que he conocido y que sus ojos son los más bonitos del mundo; daría palmadas reconfortantes en su hombro en lugar de abrazarlo y lo empujaría lejos cuando se inclinara sobre mí. Kyle no debió besarme y yo no debí responderle porque, en el momento en que sus labios tocaron los míos, dejamos de ser amigos y ninguno pareció notar el error que cometimos hasta que la bomba nos explotó en la cara. En mi casa.

Y aquí estábamos ahora, sentados en la cafetería que solíamos frecuentar, actuando cómo dos desconocidos.

—Kim tenía razón—, dije sorprendida. —Estás muy cambiado. ¡Hasta te dejaste la barba! —Estiré una mano hacia su rostro, pero se alejó con el ceño fruncido.

—¿Esa era la cosa importante que no me podías decir por teléfono? —, preguntó incrédulo. —¿Qué estoy cambiado? —Soltó una carcajada sin humor. —Bueno, no debería sorprenderme que solo estés preocupada por mi físico. Después de todo, eso fue lo que siempre te importó—. Lo miré sorprendida y retrocedí lentamente hasta que mi espalda volvió a tocar la silla.

—Eso no es verdad.

—Pues no recuerdo que te fijaras en mi cuando estaba lleno de granos y comía muchos pasteles, ¿o sí?

—No entiendo por qué estás sacando estas cosas, Kyle, pero te juro que si no te callas...

—¿Qué? —, me retó. —Ya no tienes poder sobre mí, No hay nada que puedas hacer que me afecte—. Alzó las cejas y arrugó los labios en una mueca desafiante que el Kyle de hace unos meses jamás habría hecho.

—Bueno—, reí nervios, tratando de ignorar sus palabras, y sostuve el menú con más fuerza de la necesaria. —¿Qué vas a pedir? —Mordí mi labio y fingí leer mientras buscaba las palabras adecuadas para explicar lo sucedido.

—¿Crees que viajé hasta aquí para tomar café contigo? —Su tono era frío y duro cada que hablaba. —Vine porque no soporto tus llamadas. Todo el día recibo mensajes tuyos y déjame decirte que me estás hartando—. Acerqué la mano a mi boca y mordí uno de los dedos, preocupada. —Así que más te vale que valga la pena lo que tienes que decir.

—Creo que pediré un chocolate caliente y una de esas galletas de queso con zarzamora. ¿Todavía son tus favoritas? —Kyle bufó.

—Pide lo que se te venga en gana, pero ya habla—. Asentí y levanté la mirada hasta su rostro. Tenía el ceño fruncido y las facciones tensas. Se veía enojado y parecía que le molestaba estar conmigo.

—¿Cómo has estado? —, pregunté, tratando de sacar a la luz al Kyle amable que tanto me gustaba.

—Mejor desde que te dejé—. Un dolor agudo y punzante me atravesó el pecho, pero lo disimulé con una sonrisa. No podía dejarlo ganar, no esta vez.

—Mira, alguien no tiene pelos en la lengua—. Reí incomoda.

—Lo mismo digo. Parece que últimamente eres muy unida a Frank—, murmuró.

—Somo buenos amigos—. Sonreí de lado y puse las palmas de las manos sobre la mesa, inclinándome hacía él. —¿Por eso estás así? ¿Por qué crees que tengo algo con Frank?

—No—, respondió cortante. —Nada de lo que hagas me importa—. Permanecí quieta por un momento, asimilando sus palabras. —Ya dime de una vez lo que sea que tienes en mente, no soporto estar un minuto más aquí—. Presionó uno de sus dedos en mi frente y empujó hacia atrás, lejos de él.

Suspiré antes de decir el discurso que tanto planeé: —¿Recuerdas el día antes de que te fueras? —Kyle me miró furioso y sus hombros se pusieron rígidos. Apretó los puños y asintió de mala gana. —La pasé genial ese día.

—Deberías dejar ir pasado, Noreen.

Ignoré su comentario y continué hablando: —Tú también lo disfrutaste. Lo sé porque cuando una pareja se ama tiene una conexión especial. Como la nuestra.

—¡Y una mierda! —, gritó, dando una palmada a la mesa. Me sobresalté y miré al rededor, aliviada de que nadie estuviera prestándonos atención. —Tú nunca me amaste. Solamente te preocupabas por ti. Me utilizaste todo el tiempo.

—¡Eso no es verdad! —Los ojos me picaron. —Jamás hice algo así.

—¿No? Qué raro, porque yo recuerdo que era tu mandadero. El que te recogía borracha de las fiestas y evitaba que tu mamá te descubriera. ¿Ya lo olvidaste? ¿Qué te llevaba a todos lados?

—Estás mintiendo, todo eso fue antes de que descubriéramos lo que sentíamos. ¿Por qué de repente sacas todo esto? ¡Han pasado años!

—Tal vez porque llegué al límite. Porque ya estoy harto de ti—. Lágrimas calientes comenzaron a deslizarse por mis mejillas. No las limpié, solamente me crucé de brazos y me hundí en la silla. —Nunca me quisiste, sin embargo, yo te amé con todo mi corazón—. Por un momento su voz tembló.

—No entiendo, Kyle. Cuando te fuiste estábamos bien, luego comenzaste a ignorarme...

—Alejarme de ti me abrió los ojos—, me interrumpió. —Me arrepiento tanto de conocerte, Noreen. Solo trajiste desgracia a mi vida. Por poco me pierdo a mí mismo.

—No—, susurré temblorosa. —Estás mintiendo. Me amas y yo a ti, y el bebé que viene en camino se llevará todas esas dudas, solo danos...

—¿Qué dijiste? —, preguntó. Sus ojos abiertos de par en par. —Repítelo.

—Estoy embarazada, Kyle. Algo debió fallar la última vez—. Estiré la mano hasta la suya, pero en lugar de dejarme tomarla, apretó con fuerza mi muñeca.

—Estás loca si crees que te voy a creer. Eso no es mío—. Se había referido a nuestro hijo como eso. Lo miré indignada y tiré con fuerza de mi brazo. No me soltó. —Sé la clase de chica que eres. Solíamos contarnos todo, ¿te acuerdas?

—Desde que comenzamos con...— Guardé silencio, tratando de buscar una palabra adecuada. —Lo que sea que tuvimos, no hubo nadie más. Sólo tú.

—¿Esperas que te crea? —Rió con fuerza, apretando mi muñeca cada vez más. —Llevas viendo a Frank desde que dejé el pueblo. Lo más probable es que él sea el padre, pero como se niega a responder acudes a mí, ¿qué mejor que culpar al estúpido de Kyle? Al idiota que siempre está para ti—. Sus ojos brillaron por un momento pensé que lloraría. —Está ves no, Noreen—. Escupió mi nombre con tanto desprecio que deseé no llamarme así. —Busca a otro idiota que se crea tu cuento, porque yo no estoy dispuesto a darle mi nombre a tu bastardo—. Soltó mi mano con brusquedad y se puso de pie.

No me miró mientras salía de la cafetería, ni cuando se subió a su auto. Yo no me moví. Permanecí quieta en mi lugar, con la nariz tapada y el rostro caliente. Las piernas me temblaban y el pecho me ardía. Quería gritar, salir corriendo y no volver jamás.

Ahora más que nunca, me arrepentía de haberlo conocido. 

Adelaide | Bucky Barnes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora