Tsundoku

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Han pasado tres días y estamos en las últimas de disfrutar del final de las vacaciones. Los días parecen pasar súper rápido cuando no lo queremos, no.

En estos días todo es una buena excusa para hacer algo, y cualquier plan es muy bienvenido, así que estoy disfrutando literalmente de todo que me proponen. El domingo la familia salió a cenar. El lunes mis padres me obligaron a llevar a mis hermanos al parque a tomar helado. El martes salimos a tomar en el mismo parque, María, Marta, las chicas de la banda, Pablo y yo. Hicimos un picnic alcohólico, así lo llamamos. Y como castigo por llegar borracha a casa, no puedo salir el resto de la semana. 

Genial ¿De qué sirve tener dieciocho al final si los castigos que recibo son los mismos que antes y las cosas que no puedo hacer también? Pero los verdugos, a los que llamo padres, al menos me dejaron quedar con mis hermanos en la piscina que tenemos en el patio trasero, así que Marina también vino. Pensé que la rubia mayor la acompañaría, pero al parecer lleva tres días encerrada en su habitación desempacando sus cosas. Y en todo ese tiempo no he visto su cara ni una sola vez. Y eso sí es un gran castigo, hay que decirlo.

Llevamos ya horas aquí. Yo tomando el sol a ver si me pongo un color y ellos en el agua, haciendo quién sabe qué.

Cuando el sol ya me está freír la piel, y ya estoy bastante harta de escuchar a los tres discutir y chillar sin pausa, hace ya 10 canciones consecutivas en mis auriculares, con la resaca que aún llevo encima, decido hacer algo para divertirme en esa tarde aburrida.

—¿Qué les parece jugar dodgeball? — Pregunto a los tres.

— Sabes muy bien que a papá se nos voló la pelota porque la dejamos tirada en el garaje — Responde Elena.

— Marina, ¿no tienes una pelota en la casa Reche?

— Sí, creo que hay una en el garaje o en mi habitación... iré allí a buscarla si quieres — Dice ella, ya preparándose para salir del agua.

— No, déjame a mí.

Como ya estoy fuera agua, la excusa para el nuevo plan que acabo de pensar esta lista.

— Si no la encuentras, pídele ayuda a Alba. Pero, por el amor de dios, llama a la puerta de su habitación antes de entrar. Odia que entren allí sin tocar... Puedes sacarte un ojo por eso.

"¿Otro?" pregunto a lo bajo.

—¿Qué dices? — preguntan curiosos.

— No, nada — Me levanto, limpiando un poco el agua y el aceite que me corre por el cuerpo, y me dirijo hacia la casa de los Reche, que en realidad está separada de la nuestra por un pequeño murito. Levanto la pierna y fácilmente estoy del otro lado, sin tener que dar los 10 pasos que me separan del pequeño portóncilo.

La casa está en el más profundo silencio, así que atravieso el garaje en busca de la pelota. Aunque mis planes ya han cambiado, necesito estar con ella cuando regrese. Como no la encuentro por ahí, entro a la casa y me dirijo directamente a la habitación de Marina, pero allí tampoco hay pelota. Aunque, para bien o para mal, sé que probablemente no la encontraré por aquí. Ha pasado como un mes desde que atropellé con mi moto lo que pensé ser la pelota de Mariana. Pero nunca se lo dije, por supuesto.

Salgo de la habitación de la rubia más pequeña y me detengo en este enorme pasillo. Conozco bien toda esta casa porque cuando no estoy en la mía, casi siempre estoy aquí con mis padres, mis hermanos o Marina. Y ahora pues que tengo una razón increíblemente mejor para estar y no querer irme nunca.

No sé exactamente en qué habitación estaba la rubia de mis sueños, porque sí, debo decir que en los últimos días he estado soñando con ella con una frecuencia aterradora, porque esta casa tiene, que yo sepa, unos cinco dormitorios. Sé que la de Miguel Ángel y Rafi está al final del pasillo, la de Marina está detrás de mí, lo que me deja con tres posibilidades. Pienso qué habitación es la más grande y la mejor, pero antes de que pueda llegar a una respuesta, escucho palabrotas en la habitación contigua y al lado opuesto a la de Marina. Entonces sonrío.



Me rehagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora