O43

452 65 1
                                    

Con el tiempo, Mina fue descubriendo que ya casi podía controlar del todo sus inevitables miedos.

Cumpliendo los 18 años, comprendió que no sólo podía escapar de sus problemas, si no que tenía que enfrentarlos.

Así que se cambió de casa con su madre poco tiempo después de su cumpleaños, aunque no era muy lejos de su anterior hogar. Nayeon y ella se seguían viendo muy seguido.

Ahora tenía una habitación más grande, y una pared lo suficientemente extensa para recrear el mural de los pingüinitos que había hecho hace dos años.

La vida le sonreía otra vez, y eso era bastante bueno. Nayeon se sentía feliz, porque aquella chica de cabellos rosas merecía todo lo bueno del mundo, y ella se encargaría de dárselo algún día; si Mina quería la Luna, la Luna sería de ella.

La noche que Mina terminó su pintura, invitó a Nayeon a casa para que pudieran cenar juntas. La madre  de la menor se encontraba trabajando para mantenerlas a ambas, así que la misma Mina tuvo que hacerse cargo de la comida.

Hubo muchas risitas y besos de por medio.

Y cuando la baja le mostró su obra a Nayeon, prácticamente estuvo a punto de llorar. Mina sólo sonrió tímida.

La velada fue una maravilla para ambas, pero en un instante todo se volvió diferente.

Nayeon no se dió cuenta de en que momento había comenzado a posar su mano bajo la tela del suéter de Mina mientras se besaban en la habitación de la menor.

–Nayeon... Detente.

Mina respiró agitada unos segundos, no pudo evitar que los recuerdos de su trauma volvieran con sólo ese toque.

–Minari, no... Yo, perdón, no quería...

–Solo... Vamos despacio, ¿Bueno?. Aún estoy algo nerviosa.

Nayeon asintió y en poco tiempo volvió a los labios de Mina.

Pasitos de Pingüino || Minayeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora