La puerta

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Al roce de mi mano con el frío pomo de metal me embargó una gran sensación de miedo. Pude sentir como la coraza protectora en la que me había cobijado durante tanto se rompía, frágil como el cristal, y me dejaba a la intemperie, expuesta a todos los recuerdos  grabados en esas paredes, que de forma punzante, se clavaron en lo más hondo de mi pecho. Entonces contemplé con horror que una vez dentro, la casa, antaño llena de vida y calidez, siempre iluminada con el vaivén de la gente, había quedado consumida por las llamas de su propia soledad, pues la pieza más importante del puzle que componía su esencia se la había llevado el tiempo que, engañoso me había hecho creer, nunca se iría.

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