Llanto ahogado

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¿Y quién me iba a decir cuan corta se haría la eterna primavera al llegar el frió y rudo invierno destruyendo todo a su paso?

El dolor estrepitoso y audaz que se clavó en mi pecho era mortal, pero nadie supo decirme que lo peor era llevar esa lanza hundida y sangrante cada mañana al despertar, cada noche al dormir y cada segundo al pestañear.

Nadie llegó para decirme que el arma, era en realidad una serpiente viva y venenosa que se cernía sobre mi cada vez que tenía oportunidad. Que penetraba en mi y se retorcía, esparciendo ácido en mis heridas aún por cicatrizar.
Que se enroscaría en mi cuello y tomaría de todo el aire que albergarán mis pulmones.
Que me dejaría varada en la nada convulsa y lóbrega, buscando en vano una salida. Que clavaría dagas infernales sobre mi débil piel, mi débil coraza.
Que no tardarían sus manos silenciosas en despedazar cada trozo de mi alma.

Y ahora no solo he de lidiar con el vívido recuerdo de la bestia, sino que  me atormenta el silencio vergonzoso que invade la carne y eriza el vello al tacto.

Y después se quejan si se pinchan con espina de mis rosales.
¿Qué más quieren si nada me advirtió del frío invierno? ¿Si no hallé manera posible de soportar la tortuosa carga de la nieve que no involucrarse algún caparazón rudo que atenuarse la carga exterior?
¿De qué otro modo iba la dulce niña a proteger los rosados y suaves pétalos del interior?
No hubo forma de impedir la entrada, ahora me pregunto por qué nadie me dice como es que la coraza que antaño protegía, ahora me duerme y entumece.

Y vuelvo y pregunto: ¿Para qué quieren saber la historia si no me ayudan, si no me apoyan, si no me advierten de mis actos, si no velan como bien que hice en numerosas y distinguidas ocasiones?

¿Y quién me sacará a mí del lodo si todos a los que ya saqué una vez no oyen mis gritos airados?

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