Capítulo 1: 1993. Rosa

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1993. Rosa

La noche del uno de enero de 1993, yo me encontraba en Times Square. En cuanto el gran reloj dio las doce, me cogió de las mejillas y me plantó un beso. Sus labios siempre sabían a melocotón. Los míos estaban cortados, mis manos heladas, el corazón me latía con desenfreno por la cantidad de personas que había en la plaza. Probablemente, ir a Times Square en Nochevieja fuera la última cosa que quería hacer en el mundo, pero a Calliope le hacía mucha ilusión, así que claudiqué.

Calliope era pelirroja, con una piel blanca salpicada de pecas como si fuera pintura en un lienzo hasta hacía poco impoluto. Delgada como las modelos de las pasarelas y con una voz grave que descolocaba la primera vez que la oías. Ella y yo fuimos juntos a la universidad. Calliope estudiaba Ciencias Políticas porque quería ser la primera presidenta de los Estados Unidos. Yo estudiaba Ciencias Políticas porque tiré un dado para elegir la carrera y salió el número tres. No teníamos mucho en común; Ella era mucho más noble que yo. De alguna forma, conseguí hacerle creer que me importaban las cosas. Que me importaba el mundo. Calliope pensaba que éramos iguales, pero nada más lejos de la realidad.

Alrededor de las cuatro, decidimos ir a un bar. Olía a cerveza barata y estaba demasiado concurrido para mi gusto. No me gustaban las aglomeraciones, pero tampoco era como si esperara encontrar un lugar decentemente vacío la noche de Año Nuevo en Nueva York. Sabía que no podría encontrar algo mejor, así que me senté con ella en la única mesa libre. Calliope sonreía, marcando dos pequeñas líneas de expresión en los lados de la boca que no le gustaban nada, pero que a mi amigo Roger le encantaban. Lo sabía por cómo le brillaban los ojos cuando Calliope sonreía, y cómo alzaba las cejas cuando ella se quejaba de que no le gustaban.

—Voy a traernos algo —dijo ella.

Yo me quedé en la mesa, tamborileando la madera con los dedos, y entonces fue cuando le vi. Un chico alto, de pelo rizado que le llegaba por los hombros y aspecto completamente despreocupado. La boca se me secó, y recuerdo pensar: «Oh, no. Ahora no». Porque aquello me pasaba a veces. Suponía que le pasaba a todo el mundo, pero en mi caso no era algo que me pudiera permitir. Un encaprichamiento fugaz, un calor envolviéndome todo el cuerpo antes de quedarse del todo frío. Cuando pasaba, solía apartar la vista y clavarme las uñas en las palmas de las manos. Pero antes de que pudiera hacerlo, sus ojos se clavaron en los míos. Nunca había llegado tan lejos. Nunca había realizado contacto visual con uno de esos hombres que me quitaban el aliento. Y, desde luego, nunca hubiera esperado que me sonrieran de esa forma, como si vieran lo más profundo de mí, cómo si supieran lo que llevaba ocultando desde que tenía uso de razón. Un reto. Un «Yo me atrevo. ¿Y tú?».

Le dio la bebida a uno de sus amigos y fue al baño sin quitarme ojo de encima. Miré a todos lados. Miré a Calliope, que intentaba que el barman le hiciera caso, navegando en el mar de personas que también querían su consumición. Me pasé la lengua por los labios y me agarré en el pantalón, como si me hubiera mareado, como si todo estuviera dando vueltas. Me entraron unas increíbles ganas de mear.

El baño de aquel bar estaba sucio y olía a pis. Arrugué la nariz antes de que el desconocido me rozara el hombro. De cerca, era mucho más impresionante. Rasgos que tal vez podían cortar la piel si los rozabas. Profundos ojos verdes que me daba miedo mirar directamente. Sonrió. Yo di un paso hacia atrás.

—¿Nuevo año, nueva vida?

Abrí la boca para contestar, pero el desconocido me besó. Sus manos parecieran moverse como serpientes. Me desabrocharon la cremallera del abrigo, acariciaron mis mejillas, se asieron a la parte baja de mi espalda. Durante todo ese tiempo, yo solo pude cerrar las manos en puños con fuerza. Fue él quien nos llevó a un asqueroso cubículo, fue él quien se quitó el abrigo y lo tiró al suelo sin importarle si se manchaba de pis. Y fue él quien cogió mis manos y, con una mirada suave y brillante, las llevó a su pecho, subiendo su camiseta. Una gran rosa se enmarcaba su pecho, negra e imponente. Apreté los labios. Y le volví a besar.

el chico de las flores ; lsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora