Capítulo 6: 2000. Caléndula

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2000. Caléndula

—¿Por qué? —pregunté, sin aire —. ¿Por qué no me llamaste?

Notaba su muslo rodearme la cadera y sus manos aferrarse a mi pelo. Exponía su cuello de manera exquisita y me estaba costando mantener la cordura. Casi la había perdido toda, con el brillo de sus ojos y la calidez de su piel bajo mis dedos, pero necesitaba conservar los pequeños vestigios que habían sobrevivido tan solo unos segundos más.

—Harry... —Su voz era tan aguda cuando gemía. Le besé la mandíbula, y volvió a soltar un ruido.

—Por favor. No estoy enfadado. No te culpo.

Apretó la pierna más alrededor de mi cadera y escondió la cabeza en el hueco de mi cuello. Eché un vistazo a uno de sus brazos, el que no estaba enredado en mi pelo, con la gardenia enrojecida y cubierta de papel film, y luego me acerqué más hacia él, apretando mi entrepierna con la suya.

—Porque soy un cobarde. Por favor. Por favor, por favor, por favor.

No lo haría. No lo haría en el estudio. No lo haría en el estudio, sus labios en los míos, afiebrados, temblorosos, casi débiles. No lo haría en el estudio, sus pequeñas manos acariciando mi camiseta y subiéndola, pasándola por mis hombros, acariciando la tinta que se mostraba orgullosa ante él. No lo haría en el estudio, suaves caricias en mi espalda, una leve mirada a la puerta cerrada de mi despacho, labios en mi pecho. Besaba tan poco. Pequeños toques, cuando yo quería enterrar mi lengua en su boca y quedarme a vivir allí. Mi pecho se movía con furia, estaba al borde de la muerte.

—¿Y ahora? ¿Si te follo aquí volverás a ser un cobarde?

Sus manos abandonaron mi espalda y se deslizaron a mi pecho, que parecieron recorrer el tatuaje de la rosa con esmero. Alzó la vista y sus ojos me azotaron como un látigo. Se me secó la boca. Me ahogué.

—No digas eso.

—¿El qué?

—Esa palabra —murmuró con las mejillas rojas —. No digas eso.

—¿Follar?

Apretó las manos en mis brazos, y apoyó la cabeza en mi pecho. Decía que no dijera esa palabra, pero le afectaba que la pronunciase.

—¿No quieres? —susurré —. ¿No quieres hacerlo?

—No aquí —confesó —. Pero aún así. Esa palabra es muy fea.

Tracé una sonrisa burlona.

—Pero si parece que te encanta.

Louis negó con la cabeza, todavía oculto en mi pecho.

—Yo tampoco quiero aquí. Pero tampoco quiero que te vayas.

—¿Por qué? Si no nos conocemos. ¿Qué más da?

Negué con la cabeza y me humedecí los labios. Me encogí de hombros.

—Yo qué sé.

Louis asintió. Me acarició las mejillas. Yo casi deseaba que dejara de mirarme, porque me iba a venir abajo.

—Sigo sin haberlo hecho —murmuró.

—Vale.

—Quiero.

—Vale.

Louis se bajó de mi escritorio y se separó. Yo sentí que recuperaba el aire y que lo perdía al mismo tiempo.

—Vale —dijo. Puso una mano en mi pecho —. Planté caléndulas todo 1993.

—¿Y? —Mis dedos levantaron levemente su camisa. Rocé su piel.

—La caléndula simboliza la pérdida de un ser querido.

—¿Me perdiste a mí?

Negó.

—Me perdí a mí.

el chico de las flores ; lsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora