IV

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❃Omnisciencia❃
Las manos morenas del omega reposaban sobre su voluminoso vientre de ahora ya seis meses, sus ojos tenuemente enrojecidos se adornaban con unas notables ojeras. Recuerdo así no solo del insomnio por intentar mantener una postura adecuada a la hora de dormir, sino, también de las interrupciones a media noche, de aquellas pesadillas que le atormentaban aún tres meses después de aquel acontecimiento.

La noche anterior, tan solo la noche anterior, entre sueños, las imágenes llegaban de nuevo a su mente, las manchas de sangre, el líquido rojizo goteando de sus manos y las gotas resbalando de su entrepierna para dibujar caminos escarlata a lo largo de sus muslos...

La sensación de poder perderlo todo en cualquier segundo le oprimía el pecho, su corazón comenzaba a latir desbocado, casi como buscando salirse. Y el recuerdo se aferraba a él, negándose a abandonar la mente del mexicano, afligiéndole en cada pesadilla con su temor más profundo, con un temor que todos siempre habremos de tener atormentándonos sin piedad, oculto en nuestra cabeza, ignorándolo para fingir felicidad: perder a quienes más amaba... había sentido esa posibilidad tan tangible... tan próxima, tan lamentable.

Y a mitad de la madrugada se despertaba temblando, llorando débilmente, con la pesadilla aún pasando por sus ojos como la sombra de un reflejo... y claro que Pierre se daba cuenta de ello, no solo el lazo lo hacía estar consciente de eso, además... él mismo solía conservar esa preocupación, quizá, manteniéndola distante, oculta en algún rincón, porque a pesar de todo, él debía ser fuerte, no podía darse el lujo de derrumbarse, tenía que estar ahí para su omega y para sus cachorros. Siempre se despertaba cuando Enrique lo necesitaba, abrazándolo y calmándolo... siempre iba a estar para él, siempre lo iba a proteger... no podría soportar verle sufrir...

La voz del moreno se escuchó desde la habitación contigua, con un grito ligero que nombraba al alfa, él se acercó en cuanto el sonido llegó a sus oídos, mostrando una expresión de tenue inquietud.

— ¿Están bien?, ¿sucede algo? —cuestionó un tanto temeroso.

— Tranquilízate, estoy bien, solo qué... tus hijos me están pateando demasiado ahora — trató de calmarlo al mismo tiempo que inflaba sus mejillas en medio de un puchero, cruzando los brazos para reafirmar su simulado enfado.

— Bien, —el canadiense se sentó a un lado de él, dirigiendo su mano al vientre de su pareja para depositar un casto beso en los labios del mayor — mon bel omega, ¿hay algo que pueda hacer para compensar este inconveniente?

Sus manos habían comenzado a deslizarse bajo la ropa de Enrique, llevando su boca hacia la erótica marca que el mismo había dejado. Su aliento cálido golpeaba sobre la glándula del omega, provocando que la piel de este se erizara hasta el último poro, la temperatura de sus cuerpos iba en aumento. Sentía sus músculos contraerse con cada caricia del ministro.

Le dirigió una sonrisa coqueta, era increíble como en cuestión de minutos el escenario cambiaba totalmente para mostrar lo que probablemente ahora orillaba a un próximo encuentro sexual.
La agilidad para cambiar la situación de tierna a caliente en un santiamén era una de entre las tanta cosas que adoraba de él. Las manos del alfa lo habían tomado por los muslos, abriéndole las piernas con ligera brusquedad.
La mayoría de sus prendas se encontraban ya tendidas a mitad de la sala, y al igual que sus ropas, la distancia también parecía olvidada, las manos de Pierre comenzaron deslizándose por su cadera, deteniéndose al llegar a su hinchado abdomen.

— Sabes... la verdad me excita saber que tu cuerpo está cambiando por mi culpa, me fascina saber que son mis cachorros los que crecen dentro de ti y que es mi marca la que adorna tu cuello.

Sus bocas parecían convertirse en una sola entidad, unidas en un beso intenso y húmedo. Ambas lenguas peleaban por adueñarse de la cavidad bucal del otro. Y en medio de aquel intenso ósculo, el erecto falo del alfa entró de una sola estocada en el apretado trasero de su pareja, provocando que la espalda del moreno se arqueara suavemente, y un grito agudo saliera de su garganta. A consecuencia de la ruda penetración, sus uñas se enterraron en la espalda desnuda del canadiense, arañándolo con los primeros movimientos del miembro en su interior. Los testículos del menor rebotaban contra sus nalgas, y el morboso chapoteo que se producía con cada entrada y salida de su pene fueron los sonidos que formaron aquella extraña melodía, complementada con los gemidos y gruñidos que escapaban de sus labios.

El amante del ministro (AU omegaverse EPN x Justin Trudeau)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora