Versos de rincón

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La casa está vacía, los sonidos hacen eco y las escaleras rechinan con cada paso. Soy la única habitante, entro a la recámara y aviento la mochila en el escritorio. Lo noto; estoy cansada y harta de una espera que parece interminable. Me miro en el espejo del tocador, mi reflejo es pálido y ojeroso. —Nadie te ama —digo en voz alta. La vida es una mentira, fingir felicidad para olvidar. He sido engañada.

El sonido del rasgueo pierde intensidad. La pluma se detiene deslizándose lentamente de mi mano y cayendo con estrépito al suelo. La tinta negra brilla y, sin importar la penumbra, mis ojos vislumbran la palabra amor. Abrazo mis rodillas y recargo el rostro, perdida en lo traslúcido de la ventana. En aquellas gotas que resbalan por el vidrio, una lluvia fina y lejana, quizás soñada e inexistente. El tiempo es pausado y el silencio se transforma en el grito de soledad, un susurro de aliento que se escapa. Pestañeo, rocíos de sal caen perdiéndose en la oscuridad. El llanto pasa a ser sollozos, luego ya no se perciben; mi mano encuentra la hoja a lado, releo lo escrito, mis dedos la estrujan hasta desvanecer las letras y convertir el papel en polvo.

—Escríbeme un poema. —Escucho—, escríbeme un poema. —Retumba en el silencio de la lejanía. Su voz es un vago recuerdo. —Es una batalla perdida entre la luz del mundo. No puedes seguir. —Repito con dolor y agonía. TIC...TAC. El rincón llama. Papel, pluma, y ese murmullo. —Escríbeme un poema. Escríbeme un poema...

El polvo se funde

en la luz, el tiempo se desliza

y tus dedos sobre mi piel.

Es la hora. Ordeno el escritorio, tomo aquellas cuchillas de acero mientras un último exhalar sale de mis labios. La carne de la muñeca es penetrada con la hoja plateada, la sangre recorre las líneas de mi palma hasta los dedos. Granos carmesíes impregnan estos versos. Me recuesto en la cama y cierro los ojos. Hoy no moriré.

Los ladridos del perro se escuchan con fuerza, rasguña la puerta y el alboroto es suficiente para despertarme. —Basta ya, Zeus —musito al abrir y ver al pequeño bulldog francés negro que quiere salir—. Cállate. —Le pongo la correa y salimos. Después de dar una vuelta, regresamos, el perro se va a su cojín y yo al baño; las tijeras resplandecen como estrellas fugaces en el horizonte, justo a la luz del sol.

Los veo abrazados. No estoy ahí. Veo el beso y las manos entrelazadas. No salen lágrimas, no hay sonrisa, sólo una mueca. 一Te amo 一susurro en voz baja. Mi mano recorre mi pecho, cerca del corazón para comprobar los latidos; doy media vuelta. Debo marcharme. La casa está vacía. La habitación luce igual como estaba en la mañana. Tomo la pluma y las hojas que vuelan por el viento, me hinco en el rincón y comienzo a escribir. Escucho la voz.

Quiero salir y poseerte.

La tinta se desvanece, versos escritos con sangre y mi piel convirtiéndose en poesía. Sollozos sin agua, lágrimas secas. Fingiré una última vez. Vivir o morir.

Lo intentaré mañana, lo intentaría el siguiente día, y el siguiente del siguiente. El rincón me esperará siempre para escribir versos en soledad.

De andanzas a memoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora