Capítulo 12. Corto, fugaz y tímido

623 92 30
                                    

—No me puedo creer que me hayan dejado solo. Son los peores amigos del mundo. Los detesto.

Zenitsu apretó la barbilla contra el pecho y se cruzó de brazos, haciendo un puchero infantil y ridículo. No entendía cómo era posible que todo le saliera tan mal siempre: No sólo no había encontrado pareja para el baile, sino que había sido vilmente rechazado por todas las chicas a las que se lo había pedido. Y lo cierto era que, a pesar de su predilección por amargarse ante cada pequeño fracaso, aquello no lo había llegado hundido del todo; se había podido consolar pensando que al menos pasaría una buena noche con sus amigos, con quienes siempre podía contar, y tal vez incluso huir de esa estúpida fiesta con ellos y largarse a disfrutar de la noche por su lado. Sin embargo, ni siquiera ellos habían hecho el esfuerzo mínimo por consolarlo y, en cuanto habían tenido la oportunidad, lo habían dejado solo. Y aquella traición le dolía más que cualquier rechazo por parte de una chica.

—Ese maldito Inosuke —gruñó para sí—, después de todo lo que he hecho por él.

Porque, aunque Inosuke no fuera consciente, Zenitsu le había hecho una favor enorme: no contarle a Tanjiro nada sobre sus sentimientos, a pesar de todas las ganas que tenía de hacerlo desde que se había enterado.

Se decía a sí mismo que no lo había traicionado porque esperaba recibir algo a cambio algún día; aunque él sabía, en el fondo, que el motivo real era que el chico le importaba. Más o menos. De algún modo, suponía. Si no, no podría haberlo aguantado todo ese tiempo. Por muy bien que le cayera Tanjiro, Inosuke era inaguantable a veces; así que algo de cariño debía de guardarle si era capaz de pasar el tiempo con aquel cerdo sin querer suicidarse.

Y por ello —porque le importaban tanto esos dos— le había dolido enormemente que lo abandonaran de un modo tan frívolo. Entendía que quisieran pasar un rato a solas, bailando o haciendo lo que quisiera que estuvieran haciendo (Zenitsu prefería no saberlo); pero es que llevaban más de media hora sin dar señales de vida. Y Zenitsu ya estaba cansado de esperar solo, mientras veía a todo el mundo pasándolo bien.

Oh, cuánto los odiaba. Y cuánto odiaba a las mujeres. Cuánto odiaba el cruel mundo en el que había nacido.

Estaba tan enfrascado en sus desdichados pensamientos, preguntándose por qué había de ser tan desgraciado, que no se dio cuenta de que Aoi y Kanao se le habían acercado, mirando en rededor, buscando.

—Oye, tú —lo llamó Aoi. Sólo entonces Zenitsu levantó los ojos, y su rostro se iluminó al pensar que por fin alguien le prestaba algo de atención—. ¿Dónde están tus amigos?

Zenitsu se levantó de un salto y se apoyó en la mesa del ponche, con una media sonrisa un poco ridícula, intentando adoptar un aire seductor que no le pegaba demasiado. Su pena se había esfumado tan rápido que Aoi se preguntó si realmente había estado triste o sólo tratando de montar una escena.

—No lo sé —respondió—. Pero a mí me tienes aquí, preciosa.

Aoi puso los ojos en blanco. Kanao seguía peinando con la mirada los alrededores, con expresión impaciente. Zenitsu imaginó que empezaba a echar de menos a Tanjiro, y le dieron ganas de contarle que los gustos del chico no la favorecían tanto como ella podía pensar; pero optó por callarse y no meterse en aquel triángulo amoroso.

—Nos apetece bailar un rato con nuestras parejas —dijo Aoi, sentándose en la silla de la que se acababa de levantar Zenitsu—. ¿No sabes adónde han ido?

Zenitsu, viendo que no despertaba ningún interés en ellas, negó con la cabeza y se sentó a su lado, con aires de rendición.

—Eso me gustaría saber —susurró, con molestia—. Me han dejado solo, los muy canallas.

¡No te rindas, Inosuke!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora