Capítulo 3. Distracción

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La clase de gimnasia era, sin lugar a dudas, la favorita de Inosuke. En ella podía presumir de fuerza y habilidad todo cuanto quisiera, y aprovechar para humillar a los que consideraba inferiores a él (o sea, todo el mundo) sin demasiadas consecuencias, pues el profesor solía estar pendiente de varias cosas a la vez. En los vestuarios calentaba riéndose de la forma física de sus compañeros en cuanto se quitaban la camisa. Decía:

—¡Deberías hacer más ejercicio, gordito!

O bien:

—Joder, ¿has pensado en comer algo alguna vez? ¡Podría usarte de mondadientes!

O, incluso:

—¿Sabes?, si fueras al gimnasio tal vez podrías tener la mitad de músculo que yo. ¡Mira esto!

Y entonces se ponía a flexionar los bíceps en la cara de algún infeliz que sólo quería ponerse la chaqueta del chándal en paz.

Aquel día llegó a los vestuarios aún más animado que de costumbre. La operación "cabrear a Monito Matado" podía empezar ahí. En cuanto detectara la más mínima imperfección en su cuerpo, la señalaría y lo dejaría en evidencia delante de todos. Ya se imaginaba la escena:

—¡Mirad, mirad qué fofo es!

Todos se reirían y lo apuntarían con el dedo. Alguno querría chocarle los cinco a Inosuke, y él se lo permitiría. Tanjiro se taparía con los brazos, humillado, y pronto la ira lo consumiría.

—Me has dejado en ridículo, y te lo haré pagar —le diría, aún sin camisa. Probablemente. Inosuke se lo imaginaba de ese modo sólo porque era lo que creía que pasaría. No porque lo esperara, vaya.

No es que quisiera verlo sin camisa.

O sea, sí quería. Para meterse con él. Obviamente.

Inosuke se calzó las deportivas y se subió la cremallera del chándal después de haber hecho unas cuantas flexiones en mitad del pasillo donde se encontraban las taquillas para guardar la ropa, donde todos pudieran verlo. Entonces estiró un poco y buscó a su víctima con la mirada.

—¡Taaaaanjirooooo!

Inosuke se mordió la lengua. Aquella voz aguda delataba la posición de la presa. Sintió un regocijo absoluto al pensar que también podría aprovechar para hacer llorar al rubito.

Abandonó el pasillo y se dirigió a los banquillos del fondo del vestuario, donde casi todos los muchachos estaban congregados. Se abrió paso a codazos, sin recibir ni una queja por ello, y por fin distinguió el brillante pelo amarillo de Zenitsu.

—¡Ganchito! ¡Rubitsu! —exclamó, al alcanzarlos—. ¡A ver qué tenemos aquí!

Frenó en seco a apenas un metro de los dos chicos. Zenitsu ya estaba totalmente vestido, pero a Tanjiro lo había pillado con la camiseta en las manos. El joven miró a Inosuke con aquella sonrisa característica que parecía no borrar nunca de su expresión. Como si le saliera de forma natural, sin evitarlo, y sólo pudiera deshacerla si se esforzaba por ello.

—¿Qué sucede, Inosuke? —preguntó, con un tono de voz amistoso. Dulce como el sol en la cara.

Inosuke no dijo nada. Lo miraba con la nariz arrugada y el ceño fruncido. Su boca se había convertido en una línea muy fina y estirada.

Tanjiro estaba en muy buena forma. Muy, muy buena forma. Su cuerpo parecía sacado de una de esas películas en las que los hombres se arrancan las camisas antes de la batalla para mostrar sus brillantes pectorales y sus torsos apretados. Y sus brazos eran fuertes, seguramente tanto como los de Inosuke; pero más delicados, no demasiado bronceados, aunque sin llegar a ser afeminados.

¡No te rindas, Inosuke!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora