Capítulo 11. Bailar contigo

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A partir de ese día, la relación de Tanjiro e Inosuke se estrechó considerablemente. Se volvió prácticamente rutina que Tanjiro le acariciara las mejillas cuando hablaban frente a frente, o que Inosuke le rodeara el cuerpo con las piernas y hundiera la nariz en su pelo cuando se sentaban en el muro durante los descansos. Zenitsu, al principio, había creído que Inosuke ya debía de haberse declarado; y cuando este lo negó, se sintió desesperado.

—¡Pero por qué! —le gritó, sacudiéndolo por los hombros.

Inosuke lo apartó bruscamente, ruborizado.

—¿A ti qué te importa, cabeza de plátano?

Lo cierto era que a Inosuke le asustaba hacerlo. Cuando su relación con Tanjiro había sido algo más fría, no le había importado pensar en declararse. Sabía que nada podría cambiar entre ellos para mal; que lo único que podía pasar era que Tanjiro fuera más dulce si cabía con él. Pero ahora que había logrado llegar a ese punto en el que el contacto físico era imprescindible entre ellos, temía que aquello pudiera acabar si le confesaba sus sentimientos.

Fuera como fuese, jamás se lo contaría a Zenitsu.

—No voy a hacerlo. Paso de ti —le dijo, sin mirarlo.

Zenitsu resopló, desesperado; pero no volvió a insistirle.

Así los días pasaron muy deprisa. Cada fin de semana, el trío se reunía en casa de Tanjiro para seguir trabajando en el proyecto. A veces Inosuke se quedaba un poco más que Zenitsu y aprovechaba para tumbarse sobre las piernas de Tanjiro, con los ojos cerrados. Era una sensación deliciosa el sentir cómo el chico le recorría el rostro con los dedos, mirándolo desde arriba, mientras charlaban en voz baja.

En clase no se tocaban apenas, por mucho que a Inosuke le hubiera gustado. Pero en los cambios de hora y en los descansos siempre tenían alguno de esos momentos robados al tiempo para ellos solos. Dulces momentos, tan dulces como el mismo Tanjiro.

Ya ni siquiera recordaban aquel día en que tanto daño indirecto se habían hecho al hablar de parejas para el baile. Tampoco recordaban que había un baile, a pesar de que Zenitsu lo mencionaba bastante a menudo, quejándose de que no tenía pareja. Por eso, cuando los carteles que anunciaban la fiesta empezaron a aparecer en las paredes del instituto una mañana, Inosuke sintió que le daban una bofetada cargada de realidad.

—Mierda —murmuró, acercándose a uno—. ¿¿Mañana??

Por supuesto. El baile era al día siguiente.

Y Tanjiro iría con Kanao.

Un apretado nudo se formó en su estómago. Arrancó el cartel, lo arrugó y lo tiró al suelo, para después retomar el camino hacia clase con pasos pesados y mala cara. ¡Claro, cómo había podido olvidarlo! Aquello no había sido una simple competición sin consecuencias: tanto él como Tanjiro tenían pareja para el baile, por mucho que detestara la simple idea de ir (sin él). Rechinó los dientes, de pronto enfurecido. ¿Cómo había sido tan estúpido? A Tanjiro debía de gustarle mucho Kanao. Al fin y al cabo, había aceptado acompañarla al baile después de rechazar a una decena de otras chicas, algunas incluso más atractivas que ella. Debía de estar deseando que llegara aquella noche, en la que podría sujetarla por la cintura y tenerla cerca, tanto que sus respiraciones se mezclarían. Bailarían lento, reirían en voz baja, se cogerían de la mano... Inosuke se sintió desfallecer. ¿Acaso todo lo que había pasado entre ellos no había significado nada real? Seguramente Tanjiro era así de cariñoso con todo el mundo (menos con Zenitsu. Nadie podría ser cariñoso con ese pervertido descerebrado).

Entró a la clase, abriendo la puerta con violencia. Tanjiro cesó su conversación con Zenitsu para fijarse en él, y enseguida supo que algo andaba mal. Esperó a que se sentara a su lado y entonces se dirigió a él, suavemente:

¡No te rindas, Inosuke!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora