Capítulo 5. Algo parecido al odio

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Inosuke tenía la cara pegada al pupitre, los ojos cerrados, la boca entreabierta. Unas profundas ojeras, bien marcadas en su piel clara, preocuparon a Tanjiro en cuanto lo vio llegar y sentarse a su lado.

—¿Va todo bien? —le preguntó.

Pero Inosuke había entrelazado las manos encima de su cabeza y no se había vuelto a incorporar.

A Tomioka le dio igual. Dio la clase de literatura ignorando por completo cómo su alumno más molesto intentaba dormirse sobre la mesa. Tampoco era problema suyo; si el chico terminaba suspendiendo, no habría sigo culpa suya. Él sólo estaba ahí para enseñar a quien quisiera.

Además, prefería que Inosuke durmiera a que incordiara al resto de la clase con sus proyectiles de papel mojados en saliva.

Zenitsu también estaba más tranquilo. Por primera vez en la semana, Inosuke no le había dedicado ningún insulto al verlo, y eso le infló bastante la seguridad.

—Debí de impresionarlo ayer —le susurró a Tanjiro—. Seguro que nadie se le había rebelado antes.

Tanjiro suspiró y miró a Inosuke. El joven seguía sin moverse, y el pelo le cubría toda la cara. Su respiración era especialmente calmada.

—Espero que no le pase nada —pensó, garabateando en su libro de texto el dibujo de un jabalí enfadado.

Cuando el timbre que marcaba el final de la clase resonó a lo largo de todo el pasillo, la voz de Tomioka fue interrumpida por el sonido de treinta sillas arrastrándose por el suelo. El profesor sacudió suavemente la cabeza y recogió sus libros. Tomó su maletín y esperó a que el aula se vaciara.

Los últimos en salir fueron Zenitsu y Tanjiro. Tanjiro se quedó unos instantes observando a Inosuke, mientras Zenitsu tiraba de él e insistía en ir a por algo de beber a la cafetería. Finalmente, Tanjiro accedió. Pero antes, en un momento en que Zenitsu no miraba, acercó su cara a la de Inosuke y le dijo, furtivamente:

—Háblame si necesitas algo.

A Inosuke lo recorrió un escalofrío.

Los dos amigos salieron, y Tomioka esperó unos segundos por si Inosuke decidía levantarse. Sin embargo, el joven no hizo un solo movimiento. Tomioka carraspeó.

—Intenta dormir esta noche, Hashibira —le pidió.

Y se marchó, entornando la puerta tras de sí.

Sólo entonces Inosuke se incorporó, con pesadez, y se frotó los ojos. Bostezó muy ampliamente, se estiró sin demasiado decoro y metió las manos en su mochila.

Sacó la pequeña libreta que había robado de la casa de Tanjiro el día anterior y la contempló con ojos empañados. No la había vuelto a abrir. Se había cansado de intentar encontrar algo que pudiera enfurecer al chico de ojos de cereza.

Tanjiro se había dejado la cartera colgada de la silla. Inosuke, sin moverla un centímetro, la abrió y deslizó la libretita entre los libros. Se preguntó si aquella noche Tanjiro la habría estado buscando. Seguro que también había mirado dentro de la cartera varias veces.

Cuando la encontrara allí, sabría que Inosuke la había robado. Tal vez entonces sí se enfadaría.

De repente, esa idea no le transmitía a Inosuke ningún tipo de satisfacción.

Cerró la cartera, se colgó la mochila en un hombro y abandonó el aula. Aún quedaba media hora hasta su siguiente clase, y no pensaba quedarse ahí dentro hasta que los demás llegaran.

Así que salió al patio y decidió ir a su zona, donde podía estar solo sin miedo a que nadie lo molestara. Tal vez echarse la siesta apoyado en un árbol. O simplemente practicar su puntería con los pájaros, como solía hacer.

¡No te rindas, Inosuke!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora