Capítulo 15. Volver a encontrarte

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A Inosuke le dolía todo el cuerpo. Estaba tumbado sobre una superficie fría y dura, notando cómo algo se le clavaba entre los omoplatos. Intentó moverse, pero un latigazo de dolor insufrible azotó su cuerpo y lo obligó a quedarse quieto, ahogando un grito. Le costaba respirar, y el poco aire que entraba a sus pulmones era caliente y le hacía toser.

La mayor parte del dolor se centraba en su abdomen. Haciendo un esfuerzo terrible, se llevó los dedos hasta el estómago, pero los apartó al instante, asustado. La carne se había abierto. La sangre brotaba a borbotones, incesante. Caliente, como todo lo que lo rodeaba. La incertidumbre y el miedo hicieron que empezara a temblar.

No veía muy bien por culpa del dolor, que le nublaba la vista; sólo podía distinguir las siluetas de los edificios derrumbados y el color naranja del fuego que lo consumía todo. Volvió a toser, manchándose los dientes de sangre. Agradeció por primera vez en su vida haber perdido la máscara, pues el sofoco hubiera sido aún peor de haberla llevado puesta.

¿Qué había pasado? No podía recordarlo bien. La cabeza le daba vueltas y todos sus pensamientos se habían convertido en una masa sin forma que luchaba por buscar algún sentido a lo que estaba sucediendo. Creía haberse desmayado en algún momento, y desde que había despertado su consciencia pendía de un fino hilo que de vez en cuando se tensaba demasiado y hacía que todo se oscureciera a su alrededor por unos instantes. Intentando calmarse, se centró en su respiración, controlándola para que la hemorragia de su herida se cortara un poco y para que la sangre le subiera al cerebro.

Necesitaba recuperarse cuanto antes. Todo a su alrededor era caos, y temía que hubiera más heridos como él. Que sus amigos lo necesitaran.

—Vamos... —gruñó, apretando los puños con la poca fuerza que le quedaba, intentando apoyarse sobre ellos para incorporarse—. Vamos...

Sin embargo, la sangre no paraba de manar. Su visión seguía siendo entorpecida por nubes negras que no podía hacer desaparecer por mucho que parpadeara, y su cuerpo respondía cada vez con más dificultad. Por si fuera poco, el humo y las cenizas que lo rodeaban hacían muy complicado usar la Respiración de Concentración Total. Se atragantaba constantemente con la sangre y el hollín, y la tos que lo sacudía le producía tanto dolor que se le saltaban las lágrimas.

Sólo entonces se dio cuenta de que necesitaba ayuda.

Ya incapaz de mantener los ojos abiertos, se atrevió a palparse de nuevo el abdomen, y esta vez presionó con las manos desnudas, intentando ralentizar el desangramiento, como última medida desesperada.

—So... corro —dijo, en un hilo de voz, consciente de que nadie lo escucharía—. Gompanjiro... Monitsu... Ayuda...

Mientras tanto, un desesperado Tanjiro corría a través de los escombros de la ciudad, jadeando y tosiendo por culpa del humo, con la cara manchada de sangre y el haori ennegrecido. Las llamas habían estado muy cerca de alcanzarlo, pero gracias a la Danza del Dios de Fuego había logrado escapar por los pelos. Sin embargo, ahora estaba exhausto; debido a una mala caída anterior, se había roto mínimo un par de costillas, y las piernas le dolían como si se las hubieran aplastado. Le costaba moverse, pero aun así no podía parar de correr.

No encontraba a sus amigos.

A ninguno de ellos.

Los había perdido de vista varias horas atrás, antes de que la pelea con aquellos demonios a simple vista menores se complicara. Se habían encontrado con tres de ellos, y habían decidido repartirse el trabajo; pero las técnicas de sangre de estos habían sido mucho más peligrosas de lo esperado, y habían terminado por sumir la ciudad donde se habían estado ocultando en el mayor de los caos. Tanjiro se sentía desfallecer cada vez que recordaba los gritos que habían llenado el aire durante horas. Hombres, mujeres y niños habían pedido ayuda a voces, desesperados; en vano, pues las llamas habían alcanzado a todo aquel que no había sido sepultado por los escombros de sus propios hogares. Todo culpa, principalmente, del demonio contra el que Tanjiro había luchado, que poseía un poder muy similar al de Nezuko pero mucho más poderoso y de mayor alcance. Él había causado la mayor parte de la destrucción, unido a una demonio joven, rival de Inosuke, quien tenía la habilidad de lanzar arañazos a través del aire, capaz de atravesar incluso personas y edificios. El demonio que se había enfrentado a Zenitsu, mientras tanto, se había dedicado a asesinar a sangre fría a los supervivientes con golpes de una espada hecha de su propia sangre coagulada. Y ninguno había podido evitar que se produjera toda esa masacre.

¡No te rindas, Inosuke!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora